LA REFORMA LABORAL Y EL BARBERO DE SEVILLA

Hasta la presente, todas las llamadas reformas laborales que han sido desde hace décadas han tenido la misma matriz: el traslado de lo negociado tripartitamente (sindicatos, patronal y Gobierno) a un conjunto de novaciones legislativas. En mi opinión, la primera reforma laboral contaba ya con esa limitación. Este modelo ha entrado ya en crisis, tal vez definitiva. La que se prepara tan fatigosamente entre los (pacatamente) llamados agentes sociales y el Gobierno tiene las mismas hechuras tan chatas como antañonas. Naturalmente, así las cosas, deseo lo mejor a este proceso que recuerda el Guadiana.
Me excuso por la pontificación: las leyes (por imprescindibles que sean) no son los grandes motores de las transformaciones, especialmente en los terrenos industriales. El motor más decisivo es la contractualidad itinerante, un itinerario de negociaciones sostenido. Que esté incardinado en el nuevo paradigma de las relaciones industriales, económicas y sociales. Que unos definen como postfordista, otros llaman la sociedad informacional y hay quien llama de capitalismo molecular. Perdón por la brusquedad (propia de la intemperancia de la edad): tal como se está concibiendo la nueva reforma laboral –con sus perifollos legiferantes— más bien parece un plato de, granadinamente hablando, pollas en vinagre que no es una expresión irrespetuosa sino meramente culinaria. O sea, gallináceas insípidas que hay que entretenerlas con mucho vinagre para que sepan a algo.
Así pues, no sobra lo que se pretende negociar. Pero no es lo fundamental. Es como si, en una representación de El Barbero de Sevilla sólo cantara don Basilio y no apareciera en escena Fígaro. Pues bien, deseo suerte a don Basilio. Pero mientras no salgan, como mínimo, Fígaro y Rosina la pieza de Rossini estaría incompleta.
Radio Parapanda. El joven locutor Simón Muntaner radia DERECHOS HUMANOS E INMIGRACIÓN

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