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José Luis López Bulla FÚTBOL, NEGOCIOS Y POLÍTICA
José Luis López Bulla



Ayer pudimos leer un artículo que hizo público algunas cosas que, desde hace algún tiempo, se venían comentando en tabernas y peluquerías barcelonesas, concretamente Laporta y la diva uzbeca · ELPAÍS.com L´anima bella del pueblo culé debió quedarse de piedra ante la relación obscura del negocio con la política. Que para más claridad se refiere al (todavía) presidente del Barça con ese reyezuelo de Uzbekistán. Por supuesto, todo ello en las mejores tradiciones de las zonas grises del mundo de la gestión del fútbol y otros deportes de cuyos nombres ya no me acuerdo: la edad no perdona.


La primera reacción de algunos forofos ha sido: eso es una maniobra de Florentino Pérez para desestabilizar al CF Barcelona el próximo domingo. La respuesta es clara: ni hablar del peluquín, y la mugre, según se dice, no es al detall sino al por mayor. Según fuentes de algunos amigos, conocidos y saludados, que aproximadamente están al tanto, la noticia ha caído como agua de Mayo en algunos sectores políticos: esto –parecen decirse algunos— es un sonoro cogotazo a las aspiraciones de Laporta de entrar, con arrebatadora furia redentora, en la política para llevar a Catalunya a la independencia.


Sea como fuere, lo más relevante es ese cáncer que tienen las sociedades contemporáneas: la existencia de behetrías económicas que, como decíamos ayer, condicionan y, en parte, determinan lo que hacen o deja de hacer la política. En ese sentido, voces antiguas habían susurrado que Laporta no era una excepción.


Y, como prueba de que no soy sospechoso de malquerer al Barça, ahí va un botón: “Lo dicho: las camisetas de Seguer, Biosca y Segarra fueron como una especie de heraldo que ya indicaba una determinada preferencia estética, desoyendo la opinión de mi padre, seguidor del Atlético de Bilbao porque no tenía extranjeros. De todas formas había algo más: el delantero centro del Barcelona, César, había jugado en el Granada, mientras que Telmo Zarra no constaba que hubiera tenido esa atención. De modo que me hice furibundo partidario del Barcelona con diez años; además del color de las camisetas, como el Granada estaba en Segunda división no había peligro de que Basora perforara las redes contrarias, y eso sí que hubiera dado hablar: esta situación me libraba de tener problemas de fidelidad entre la voz de la tierra y los colorines azulgranas. De todas formas yo no me limité a apuntar los resultados del Barcelona en un cuadernillo al uso, también participaba en el campeonato de una primera división, organizado por la chiquillería. Nosotros íbamos a las tabernas -de nombres rotundos como el Mau Mau o El Infierno, que tenían carteles curiosos como se prohíbe el cante y la palabra soez- y allí recogíamos las chapas de los botellines de las cervezas, las forrábamos con tela, y en aquella cosa pegábamos los retratos de los futbolistas, que venían en las pastillas de chocolate, con un extraño amasijo de agua y harina. Cada uno tenía su equipo particular, y con unas normas más o menos convenidas jugábamos nuestros partidos. Me parece recordar que mi Barcelona CF no estuvo a la altura de su prestigio, y pocos trofeos cayeron sobre mis chapas azulgranas. Al parecer, tampoco en estas artes estaba mi futuro”. [del primer capítulo de mi libro Cuando hice las maletas, Península 1997]. Por favor, disculpen la cuña publicitaria.







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