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José Luis López Bulla MI TIO JACQUES TATI Y LA REFORMA LABORAL
José Luis López Bulla

Finalmente la Comisión de Trabajo del Parlamento legitimó la bastardía: se ha aprobado la llamada reforma laboral. Naturalmente dicha bendición ha contado con el apoyo oblicuo de los monseñores de Convergència i Unión y del Partido Nacionalista Vasco que, como es sabido, aprietan pero no ahogan. Por supuesto, nada de extraño, pues –como reza el viejo dicho que acuñaron los fenicios— “la pela és la pela”. Naturalmente estos partidos se pueden enfurruñar por cuestiones de metafísica, pero cuando hay que entrar por uvas, esto es, tocar la plata, se dejan de requilorios. Lo que, como enseñan los viejos mamotretos de antaño, es algo tan antiguo como nuestro padre, el señor Mediterráneo. Por lo tanto, no quisiera ser desconsiderado con los nacionalistas, de ahí que merezcan el honor de que la música de LA BIEN PAGÁ suene en honor de tales monseñores.


Nos gustaría que famosos expertos en
Teratología estudien el carácter de estas medidas, impulsadas por este gobierno, y las que reiteradamente han planteado las patronales y la derecha política. Un cuadro sinóptico podría ejemplarizar la indistinción entre el paquete zapateriano y lo que, hace un año sin ir más lejos, dejó escrito el Círculo de Empresarios, con Boada a la cabeza del pelotón. A esta cofradía le ha bastado con “esperar y ver”, una famosa sentencia de un personaje que lucía una boina, aunque “a fuer de liberal”.


Voy a referirme, de momento, a dos elementos que representan paradigmáticamente la nueva tuerca caballuna de lo aprobado ayer en la Comisión parlamentaria: 1) lo atinente al empleo y 2) la negociación colectiva.


Primero. En aras a la brevedad, digo que hago mías las observaciones de un jurista tan fino como PACO GUALDA. en su reciente artículo en el blog hermano del profesor Baylos. Es, a mi juicio, un ataque directo al empleo en sus tres vertientes: la estabilidad, la calidad y el precio del despido. Lo que –no hace falta ser un lince, ni fomentador de malos augurios— provocará un una profunda laceración en la condición asalariada (en todas sus categorías, incluso las de más alto estatus), un desorden en la economía y un descenso en la eficiencia y productividad del centro de trabajo. Quienes, por activa, pasiva y perifrástica, han teorizado que el derecho del trabajo era un impedimento, sabrán de las consecuencias del desarbolamiento de la centralidad del iuslaboralismo.


Segundo. Ayer, el gobierno sacó adelante con el apoyo oblicuo de los nacionalistas, otra medida de no menor calado: una temeraria intromisión administrativa en la negociación colectiva. Se ha roto, sic rebus stantibus, la clave de bóveda de los hechos contractuales, esto es, la autonomía de las partes, de un lado; y, de otra parte, se liquida la filosofía de las leyes de sostén a la de la garlopa. Lo que viene a poner un desgraciado énfasis en la transhumancia política de los máximos responsables de esta putativa reforma. Que han dejado en las cunetas del camino un buen cacho del welfare que fue orgullo de sus padres y abuelos. O, por mejor decir (sin ira): los nietos de
Jacques Tati han podado el árbol –véase la película Mi tio—hasta hacerlo irreconocible.


Me permito una última observación: una cosa es la crisis de la izquierda y otra cosa es la transhumancia de un sector amplio de la izquierda. Y de los nacionalistas y el Partido popular ¿qué? Simplemente, ellos sirven a sus propios intereses.



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