RATZINGER E ISABEL PANTOJA

Aquel genial irascible que fue Dante Alighieri hubiera puesto el grito en el cielo si hubiera leído los periódicos de hoy: don José Ratzinger, Papa de Roma, cobrará las entradas de quienes vayan a su misa en Londres. Sin duda, habría reeditado su conocida versión de “nuova gente e subiti guadagni”. Sin embargo, con todos mis (muchos) respetos por el poeta florentino, yo veo las cosas de otra manera. Yo no soy partidario del todo gratis, y mucho menos los espectáculos. ¿Se imaginan ustedes a José Tomás toreando de gañote en la Maestranza de Granada? ¿Creen que es de sentido común entrar de balde a un recital de Isabel Pantoja? Seamos serios, sirva o no sirva de precedente.
Ratzinger, además, mantiene en lo esencial los usos y costumbres del espectáculo: ¿qué era, y sigue siendo, el cepillo que hay en las iglesias o la bandejita que el monaguillo pasa para que el cliente ofrezca su óbolo? Cierto, lo que hasta la presente era potestivo (poner dinero en el cepillo o en las velitas, poner unos dinerillos en la bandejita o una suculenta subvención del Estado) pasa ahora a un nivel complementario: la entrada que obligatoriamente hay que pagar para asistir a la función; naturalmente, manteniendo el cepillo, las velitas, la bandejita y las subvenciones. Pero, en el fondo, la decisión papal sigue las viejas tradiciones, ¿de dónde, si no, viene el antiguo refrán de “Los dineros del Sacristán, cantando se vienen y cantando se van”, tal como dejó dicho nuestro don Luís de Góngora? Recuerde el lector que Góngora vestía sotana y lucía tonsura, o sea, era del gremio.
Aplaudo la decisión de don José Ratzinger. Porque desacraliza el becerro de oro y porque fomenta que el cliente del espectáculo pueda exteriorizar su opinión sobre lo que está ocurriendo. Por ejemplo, si el coro desafina, el público se sentiría autorizado para abuchear y patear. Si Ratzinger arremete contra determinados derechos civiles, los espectadores podrían silbar a toda pastilla. Y si el atrezzo no resulta en condiciones, sería de esperar que las gargantas dijeran “¡fuera, fuera!”. Por supuesto, aparecería una nueva profesión: la del crítico de los espectáculos papales, que mutatis mutandi se iría trasladando a las funciones de arzobispos y obispos, párrocos y curas de olla.
Es más, asistiríamos a otra novedad: la aparición de los mercados en esos escenarios. Con o sin mano invisible, eso ya se vería. En suma, esto sí es aggiornamento, y no aquella blandenguería de don Juan Ventitrés, un Papa justamente odiado por el beaterio y el beaterío (dos cosas no exactamente coincidentes) de la ciudad de Santa Fé, capital de la Vega de Granada. Obsérvese cómo un acento en la í cambia el sentido: beaterío o el movimiento de la congregación; beaterio o la organización propiamente dicha de ese movimiento.
Novedad que, sin duda, entristecería a Dante, seguidor espiritual de Francisco, el pobre de Asís, derrotado éste por los mercados. Lo que, naturalmente, tendría sus repercusiones incluso en el Derecho Canónico con las convenientes novaciones legislativas de sus especialistas, por ejemplo Rouco y sus hermanos.
Y novedad, en definitiva, que daría argumentos a las autoridades españolas y al ayuntamiento de Barcelona que espera la venida de don José Ratzinger en este otoño: ¿si quieres costearte el viaje, págalo con las entradas del espectáculo? Que, en el fondo, sería la derrota del Concilio de Trento por don Juan Calvino. 
Font: