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José Luis López Bulla PAISAJE DESPUÉS DE LA BATALLA. Habla José María Zufiaur
José Luis López Bulla


La respuesta laboral y ciudadana a la convocatoria sindical de una jornada de huelga general ha sido un éxito. Especialmente por la paralización de los polígonos industriales y por las grandes movilizaciones ciudadanas. A destacar en el activo de la huelga una participación de jóvenes, que no se había producido desde las manifestaciones contra la guerra de Irak. Un éxito equivalente, con algo de menor participación en las AAPP y mayor en otros sectores, a la del 2002 contra el decretazo de Aznar. Y equiparable, desde luego, con las tres huelgas y movilizaciones (tienen anunciadas otras dos) que han llevado a cabo las organizaciones sindicales francesas contra la prolongación de la edad de jubilación hasta los 67 años para tener derecho a la pensión completa.

El 29-S ha mostrado claramente el rechazo a unas medidas que implican la mayor regresión social planteada en los 33 años de democracia. La huelga ha sido una contundente expresión del rechazo de los trabajadores y de la protesta de los ciudadanos.

Ello, a pesar de que el contexto económico era muy desfavorable (nada que ver con los de las huelgas de los años 1988 y 2002, netamente expansivos). A pesar también de una campaña antisindical sin precedentes y de que, a diferencia de las huelgas de 1988 y de 2002, todos los medios de comunicación y la absoluta mayoría de las fuerzas políticas han estado, de forma más o menos agresiva, en contra de la huelga. Además, una huelga general contra un gobierno socialista siempre es más difícil. Entre otras cosas porque cuando gobierna la derecha el principal partido de la izquierda apoya la huelga.

En contra de la huelga conspiraba, igualmente, el hecho de que los sindicatos han sido víctimas, como tantos otros, de un exceso de credibilidad en Zapatero. Su confianza en que mantendría su palabra de no realizar una reforma laboral sin consenso y de colocar las políticas sociales como hilo conductor de las medidas frente a la crisis; o de que impediría la puesta en práctica de las políticas que le venían demandando desde hace tiempo -además de la patronal y los partidos de la derecha- la una y trina conjunción del área económica de su Gobierno, de su Oficina Económica y del Banco de España ha retardado la reacción de los sindicatos.

El hacer depender su estrategia de contención de que el dique Zapatero aguantara, ha obstaculizado que las organizaciones sindicales establecieran y difundieran, inmediatamente después del giro gubernamental, una propuesta alternativa a la política del Gobierno. Habrían hecho, de esta forma, más comprensible sus posiciones. En ello ha incidido también la trampa saducea de un diálogo social sobre la reforma laboral que se prolongaba meses y meses sin que el Gobierno realizara ninguna propuesta. Sólo el día anterior a la ruptura presentó, finalmente, sus propuestas. Por cierto, tan abstrusas como alejadas de la literalidad de lo que, finalmente, ha sido la reforma que ha aprobado.

Y ahora ¿qué? Considero que la huelga ha puesto de relieve algunas cuestiones como éstas.

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