Ayer lunes seguí pendiente de las valoraciones de las elecciones y dejé para hoy la lectura del artículo de Krugman en el NYTimes en el que habla de España sometida a una especie de dilema del prisionero que determina a su vez su futuro en el sistema monetario europeo. Krugman introduce el tema explicando que mientras Irlanda y Grecia serían piezas poco importantes, si España necesitara ser "rescatada" podría dar al efecto domino otra envergadura de efectos mucho más cruentos. De hecho, utilizando un símil gastronómico, Krugman ironiza que los otros países serían "tapas" en tanto que España representaría el plato principal (y que al parecer puede provocar serias indigestiones).
En su comparación con los Estados Unidos encuentra estos puntos en comun: una enorme burbuja inmobiliaria del brazo de un descomunal incremento de la deuda del sector privado que arrastran sus economías respectivas a la recesión y provocan un crecimiento ddramático del paro. Y el punto en común final tiene que ver con el déficit fiscal por la caída de los ingresos y el incremento de los costes que la recesión implica.
Las diferencias, sin embargo, son enormes. El gobierno de los Estados Unidos no tiene problemas con financiar su déficit porque los tipos de interés de la deuda federal a largo plazo están por debajo del 3%, mientras que España ve subir de forma implacable el precio de su deuda, aumentando el diferencial con Alemania hasta extremos totalmente irrazonables que han suscitado el temor a que en un próximo futuro, no pueda hacer frente al servicio de su deuda. (La prima de riesgo medida por el diferencial del bono español a diez años frente al alemán, ha llegado a los 298,2 puntos básicos, según datos de Bloomberg, y la rentabilidad del bono español a diez años años ha llegado a un máximo de 5,674%).
Y como nosotros no disponemos de una Reserva Federal como la de los Estados Unidos que une política monetaria con políticas de crecimiento (y que combaten por tanto el desempleo, a pesar del Partido Republicano), llegamos entonces al meollo del problema. Krugman no duda en señalar como responsable de la situación de España al euro, que se adoptó en 1999, y que significó, en los primeros años en la eurozona, que España fuera receptora de cuantiosos fondos europeos que permitieron, a su vez, un rápido crecimiento del sector privado. Quizá todo pudiera salir bien porque los gobiernos españoles ejercieron una responsabilidad financiera y fiscal que nada tiene que ver con los distintos y trapaceros comportamientos de los gobiernos de Grecia o Irlanda. Como ejemplo, la deuda pública española al final del 2007 era la mitad de la alemana.. Pero "con el crecimiento de precios y salarios de la era del boom la industria española perdió competitividad frente a otros países..."
Quisiera añadir en este punto algo que Krugman no dice: si se sabe un poco de historia económica se reconoce inmediatamente que este problema de "rezagamiento" económico de Portugal y España no es nada nuevo. En el siglo XX se repitió diversas veces antes de la adopción del euro, y siempre se resolvía de la misma forma: con una devaluación de la moneda que permitiera que la industria volviera a niveles competitivos. Ahora, sin embargo, el primer mecanismo de ajuste hacia la competitividad son los salarios. Y aunque Krugman opina que subieron durante el boom, difícilmente la mayoría de suelos pueden resistir nuevos recortes sin poner seriamente en problemas el consumo, por una parte, y --como se está viendo-- poder hacer frente a las necesidades de alojamiento y alimentación de muchas familias.
Esta es una diferencia fundamental frente a la crisis: los Estados Unidos y el Reino Unido disponen de un poderoso mecanismo del que España se privó --incluso en contra de lo que su Constitución determina. ¿Cuál es entonces la dolorosa solución que Krugman explica? La de la "devaluación interna", que significa recorte de precios y salarios, aunque un proceso de este tipo nunca es agradable, además de lento porque significa paro para conseguir que los salarios bajen, y unos salarios bajen implican menores ingresos para el sector público en tanto la deuda (y su servicio) crecen. Pero no lo ve sólo ahora Krugman con la realidad golpeando en primer plano. El gran economista Joan Sardà i Dexeus lo vio pocos meses antes de morir en 1995 y comentó sus temores a otro gran economista y amigo --Fabián Estapé-- que no dudó en plasmar en algunos de sus artículos semanales de La Vanguardia este efecto perveso del euro sobre los salarios.
Lo que ahora Krugman denuncia desde las páginas del NYTimes lo explicó Fabián Estapé en LV hace tiempo, y en ambos casos la pregunta es la misma ¿debería España abandonar el euro y reintroducir su propia moneda? La respuesta de Krugman no es tajante. Escribe "probablemente no", aunque opina que quizá a España le iría mejor ahora si no nunca hubiera sacfrificado su soberanía monetaria. Pero a menos que se produzca una quiebra bancaria generalizada cree imposible que el gobierno español opte por "deseurizar". Pero entonces, a menos que se produzcan situaciones de alternativa de calado mucho más profundo, así seguiremos. Prisioneros de un euro que nos deja demasiadas pocas opciones de maniobra --y prácticamente ninguna que no sea, a corto plazo, seguir incrementando el paro y disminuir los salarios.
--
El artículo de Krugman puede consiltarse en The Spanish Prisoner