
Una persona tan temperada como el profesor Antón Costas ha dicho taxativamente que la privatización de las Cajas es “el mayor desmán financiero de nuestra historia”. Sépase que Costas no es un peligroso activista sindical ni tribuno de la plebe; es más, algunos de nosotros tuvimos nuestros rifirrafes públicos con él con motivo de las dobles escalas salariales. Fue una polémica áspera aunque siempre con el más absoluto respeto a los (nobles) cánones del debate y la controversia. De manera que cuando este catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona hace tal aseveración es que lo que puede ocurrir pasa de castaño oscuro. Más todavía, él mismo nos explica las consecuencias que tendrá todo este gigantesco matute (1).
Un enorme catálogo de elementos podemos reseñar: primero, que para el Gobierno no exista límite alguno en la privatización; segundo, que desde las filas del partido que le da soporte nadie diga ni mú. Por otra parte: es asaz chocante la falta de debate provocado desde la sociedad civil. Es como si esta “desamortización” (así la han llamado Josep Maria Vallès y Josep Ramoneda) fuera algo inane o irrelevante. Una desamortización que --como las dos anteriores: la del siglo XIX y la venta de un amplio territorio del sector público al privado-- se va a realizar por cuatro chavos (sospechándose de cierta pringue untada o por untar). Una desamortización que es, chispa más o menos, la mitad del sistema financiero español a punto de ir a parar a bancos, inversores, capitales carroñeros y otras islas adyacentes: los nuevos caciques.
(1) Antón Costas. El mayor desmán financiero de nuestra historia, El País 28.1.11 dice: Primero, una concentración desmedida y una disminución significativa de la competencia bancaria, cuyos perjudicados serán familias, profesionales y pequeñas y medianas empresas. Segundo, la aparición de riesgo de exclusión financiera para personas con baja cultura financiera, que tenían en la proximidad de las oficinas de las cajas un servicio público que los bancos no prestarán. Tercero, la pérdida de la Obra Social de las cajas, que actúa como un segundo Estado de bienestar, al atender a situaciones sociales adonde no llegaban las políticas públicas. Y, cuarto, la pérdida de un instrumento de dinamización cultural, especialmente en zonas pobres o alejadas.
