Libia:
dudas, certezas y razones (por
Raül Romeva i Rueda, eurodiputado por ICV y
vicepresidente del Grupo Verdes/ALE)
Hay tres formas de situarse ante la decisión del Consejo de Seguridad de
intervenir en Libia. Una es la de quienes consideran a Gadafi un revolucionario
que representa, junto a sus amigos
Ahmadineyad,
Chavez,
Putin o
Hu Jiantao, la
única esperanza que le queda al mundo para no sucumbir al imperialismo
occidental. Es éste un razonamiento que considero arcaico y que no comparto ni
por asomo. Baste decir que personalmente me sitúo en las antípodas de esta
forma de entender el mundo, y que si la salvación de la izquierda pasa por
seguir la estela de estos jinetes del Apocalipsis, conmigo que no cuenten.
La segunda es la hipócrita actitud de quienes habiendo sido durante años los
aliados de
Gadafi, vendiéndole armas, comprándole petróleo, callando ante las
atrocidades que cometía contra su pueblo y recibiéndole con alfombra roja,
ahora pretenden liderar la voz crítica con el dictador y aparecer como los
ángeles liberadores. Todavía resuena en mi cabeza el debate que tuvimos en el
Parlamento Europeo a principios de enero en relación al acuerdo marco UE-Libia.
Fuimos los Verdes quienes, casi en solitario, lideramos la oposición a ese
acuerdo argumentando que el régimen de Gadafi llevaba décadas violando
sistemáticamente los derechos humanos de su pueblo y de los inmigrantes que
llegaban a ése país. Acusamos entonces de irresponsables a la UE y a aquellos Estados
Miembros que deseaban profundizar en dicha cooperación, y advertimos que esta
política de sostener a dictadores porque convenía a nuestros intereses
económicos (Business as usual) no sólo era contraria a los valores
fundamentales y los principios legales de la UE, sino que con el tiempo se acabaría
descontrolando, como así ha sido. Y eso vale para quienes han acogido,
aplaudido y ayudado a Gadafi, pero también para quienes han hecho lo propio con
Ben Ali,
Mubarak,
Mohamed VI,
Bashar al-Assad, …
El tercer grupo es el de los desconcertados, pero sobre todo enojados por que,
de nuevo, se nos haya llevado al extremo de tener que afrontar el eterno dilema
de cómo, cuando y dónde usar la fuerza para evitar más sangre, más dolor y más
impunidad. En este grupo estamos quienes, dadas las circunstancias, conociendo
el currículo del personaje, valorando las consecuencias del seguir sin hacer
nada a pesar, negándonos a asistir pasivos a otra matanza como las de Sarajevo,
Srebrenica o Gorazde, hemos optado por apelar a Naciones Unidas para que cumpla
con su “Responsabilidad de proteger” (mandato que ostenta desde 2005 y 2009).
Es una de las pocas veces, pienso, que el criterio de legalidad es inobjetable
tal y como argumentaba de forma excelente en estas páginas hace unos días el
catedrático
Pere Vilanova (
La ONU
y Libia, un punto de vista, 26.03.11): “la resolución 1973 del CS es explícita,
es previa a la acción, define claramente el mandato, y además fija también los
límites que el mandato no debe traspasar. En este caso, el criterio de
legalidad viene reforzado por el criterio de legitimidad. Los casos en los que
en el pasado no se intervino, o se hizo tarde (como en la ex-Yugoslavia entre
el 91 y el 95, bajo misión de Naciones Unidas), han pesado mucho en la decisión
de los miembros del CS. Incluso los que tenían reservas –por motivos varios y
que les corresponde a ellos explicar– se han abstenido, no ha habido votos en
contra”.
Procede decir, sin embargo, que en este tercer grupo están también quienes
resuelven el dilema oponiéndose a la intervención. Comprendo este argumento,
aunque no lo comparta, siempre que se acepte que esta opción conlleva costes y
se asuma moral y éticamente sus consecuencias fatales. Porque eso también debe
estar presente en la balanza a la hora de tomar partido.
En otras palabras, cada cual es libre de asumir, en situaciones críticas como
ésta, de qué lado está, si bien ninguna de las opciones que se tome, digámoslo
también, está exenta de un cierto grado de incertidumbre y de cierto coste
moral y ético. ¿Intervenir tiene riesgos? Por supuesto. Pero no hacerlo
también. ¿El Consejo de Transición (rebeldes) no son garantía de nada? También
es cierto, pero presumo que una victoria de Gadafi tendrá consecuencias
nefastas a corto, medio y largo plazo. Por eso soy de los que piensa que, ante
todo, Gadafi no puede ganar.
Igual como el Director de la
Escuela de Cultura de Paz de la UAB,
Vicenç Fisas (
La
izquierda y la intervención militar en Libia, El Pais, 22.03.2011) estoy porque
existan unas fuerzas armadas reducidas y entrenadas especialmente para actuar
en operaciones de mantenimiento de la paz, en coordinación con Naciones Unidas,
así como que los ejércitos nacionales sean remplazados por unas fuerzas
militares de Naciones Unidas suficientemente dotadas para emergencias (como es
ahora la de Libia), aunque se que esto va para largo.
Pero es que es precisamente en momentos así cuando es más necesario que nunca
recordar lo nefastos que son los gastos militares excesivos y no justificados,
la política de fomento del comercio de armas hacia países que violan los
derechos humanos o que están en crisis, la glorificación del armamento, el
fomento de la investigación militar frente a los recortes en la investigación
no militar, o el empeño en introducir la cultura de la defensa militar en el
ámbito escolar. Todas estas manifestaciones del militarismo son rechazables de
plano. En es último, espero, estaremos muchas y muchos de acuerdo, a pesar de
Libia.