El amigo Jorge Aragón me ha invitado a participar en el próximo número de la Gaceta sindical, que tratará monográficamente de “Sindicalismo, trabajo y democracia”. Mi encargo es que escriba sobre “Los retos del sindicalismo en España”. Me pongo manos a la obra, en diferentes capítulos, con estos primeros apuntes de tanteo con la idea de redactar, posteriormente, el texto definitivo. Si alguien quiere echarme una mano puede dirigirse al siguiente correo donlluiscasas@gmail.com. Los dioses menores premiarán a quienes sean tan gentiles enviando sus observaciones.
Primer tranco.
El sindicalismo ha jugado un papel no desdeñable en los cambios que se han operado en los centros de trabajo, en la mejora de la condición de trabajo y vida del conjunto asalariado y en la sociedad: de manera directa y, podríamos decir, “en diferido”. De manera directa mediante su acción propositiva así en la negociación colectiva como en todas las vertientes de su práctica contractual; “en diferido” a través de la repercusión del ejercicio del conflicto social. Ello no empece que, junto a los avances y éxitos innegables, hayan existido –e incluso se mantengan-- indefiniciones e insuficiencias, distracciones y errores. Pero el “beneficio de oportunidad” –el valor de lo conseguido-- es ventajoso para el sindicalismo confederal. Lo que es conveniente recordarlo a todo el mundo: a los trabajadores, a la gauche qui rie y a la gauche qui pleure. No se trata de un impúdico exhibicionismo sino de mera constatación. Para muestra ahí va el siguiente botón de oro: el nivel de cobertura de la negociación colectiva española alcanza al 80 por ciento del conjunto asalariado. Lo que lleva a Guillermo de la Dehesa a considerar que este es el primer problema (sic) de la negociación colectiva (1).
1.-- Me dispongo a enhebrar mis reflexiones, ahora en mi condición de espectador comprometido, partiendo de un fundamento: la gran novedad de estos tiempos no es la globalización, sino la profunda, veloz y permanente transformación de los aparatos productivos y de servicios, que es la causa y el motor de la globalización. O, si se prefiere de manera más rotunda: la globalización es la consecuencia –dicho a la Polanyi— de la “gran transformación”. Si se parte de esta consideración es de cajón que el análisis y sus adecuadas conclusiones de acción colectiva están en la mirada en torno a los gigantescos cambios y mutaciones de época. Esto es, a las “causas primeras”.
2.-- Que se ha trascendido –al menos en la granempresa— el paradigma fordista (no así el taylorismo) es bien sabido por los sindicalistas. Otra cosa es que las prácticas sindicales se hayan instalado en la novedad del posfordismo. Es evidente que no. La pregunta que me inquieta es, ¿entonces, por qué se mantiene todavía la cultura sindical, digamos, fordista? A mi entender, la respuesta –como hipótesis, no como certeza— radica en la inadecuación de los instrumentos, esto es, en la representación así en el centro de trabajo como fuera del mismo. Es decir, en el conjunto de la arquitectura sindical. En mi opinión, la representación adolece de dos insuficiencias o, si se prefiere, de dos retrasos. Uno, incluso tal como es, desde hace tiempo, no está referida a las grandes mutaciones que, dentro y fuera del centro de trabajo, indican la miríada de sectores que conforman el conjunto asalariado y el que se va conformando in progress. La representación sigue estancada, por lo general salvo excepciones en algunos ramos, en el trabajador-tipo que fue dominante bajo el fordismo: varón cuarentón, de empleo fijo y con una antigüedad de cierta consideración en el centro de trabajo. Es una representación, así las cosas, muy condicionada por los idiotismos de oficio. Dos, aunque tendencialmente es cierto que en la granempresa el modelo dual de representación va dejando paso al sindicato en tanto que tal, no es menos verdad que la inmensa mayoría de los trabajadores están presentes en la mediana y pequeña empresa donde el comité sigue ostentando ex lege el monopolio de la representación. Y comoquiera que el comité, por definición, es un instrumento autárquico y en esos centros de trabajo también se expresan los efectos de la globalización de la economía, la representación es claramente asimétrica. Peor todavía, convierte al comité en un sujeto que es incapaz de disputar, en la medida de sus posibilidades, la globalización. Por lo demás, la forma de la sección sindical (en la granempresa, mediana y pequeña) tiene las mismas caracteristicas concebidas y puestas en marcha en tiempos de la legalización del sindicalismo democrático en la primavera de 1977. En esas condiciones, la mirada reivindicativa y propostiva del sindicalismo confederal tiene insuficiencias clamorosas. Lo que en tiempos pasados fue virtuoso hoy parece un círculo vicioso.
En ese sentido parece conveniente acudir a dos referencias históricas. Una de tipo doméstico, casero; otra referida a nuestros amigos italianos. Debemos a Joan Peiró la lucidez y coraje de haber planteado y, fatigosamente, conseguido hacer comprender a los confederales de la CNT que el sindicalismo de oficios era una antigualla y que, por tanto, era de primera necesidad reestructurar el edificio en base a federaciones de industria. Aquello costó Dios y ayuda, pero al final Peiró se salió con la suya. Por no hablar de nuestros amigos italianos: la vieja representación de las “comisiones internas” dejó paso –con no menos esfuerzos que los de Peiró en España— a los consejos de fábrica, surgidos de las potentes luchas italianas de finales de los sesenta y principios de los setenta. El protagonismo de los sindicatos italianos fue, tras el cambio de metabolismo de la representación, bien evidente. Primera conclusión todo lo provisional que se quiera: debe haber una relación entre las actuales formas de representación y el estancamiento de los contenidos así de las plataformas reivindicativas como de lo acordado en los convenios y el resto de las prácticas contractuales. En base a ello considero que la morfología representacional es un mecanismo de freno para el sindicalismo. Y de la misma manera que anteriormente se ha hablado de “beneficio de oportunidad”, ahora podemos añadir que también podríamos hablar, metafóricamente, del “coste de oportunidad” (esto es, el coste de la no realización de una inversión).
3.-- Considero, por otra parte, que no se ha reflexionado suficientemente acerca del (necesario vínculo) entre el sindicalismo nacional y el de los grandes espacios: la Confederación Europea de Sindicatos y la Central Sindical Internacional. Comparto plenamente la opinión de Isidor Boix: En mi opinión el desfase del sindicalismo que se autodenomina “internacional”, pero que no se atreve a definirse como “global”, tiene sus causas y sus raíces en los sindicalismos nacionales, aunque no es idéntico al también probable desfase de éstos. […] Los sindicatos nacionales creen poco, aún, en la importancia del sindicalismo global (al que siguen llamando “internacional”). Pero no porque sean “descreídos”, sino porque realmente no se ha asumido, ni desde el “Norte” ni desde el “Sur”, el “interés” (la necesidad seguramente) para todos los sindicalismos nacionales de uno global fuerte y coherente, capaz de plantear la movilización en torno a intereses comunes y a mediar y sintetizar en relación con los contradictorios. Esquematizando, los del Norte intentan preservar lo suyo como si no tuviera relación de interdependencia con la globalidad. Los del Sur se limitan demasiadas veces a la denuncia genérica de los males del capitalismo, del imperialismo, y de las multinacionales, como castradora justificación permanente de sus limitaciones (2).
Lo que nos conduce a: el sindicalismo global no es –no debería ser— la actividad de las organizaciones trasnacionales, sino fundamentalmente la que se practica (la que debería practicarse) en los estados nacionales. De esa manera el sindicalismo nacional sería un sujeto activo que disputa a sus contrapartes la globalización. Hablemos sin cortapisa: todavía no se ha encontrado el encaje (más bien, el sentido de la pertenencia concreta) del sindicalismo nacional en el global. Tiene interés, además, la siguiente consideración: el sindicalismo trasnacional no dispone de poderes, mientras que, en el caso europeo, la contraparte institucional (las instituciones europeas) dispone de importantes instrumentos y poderes. De ahí la extrema dificultad del sindicalismo de modificar la relación de fuerzas.
[Continuará en el Segundo tranco dentro de unos días].