Segundo tranco
Las entradas que en diversas ocasiones ha hecho Miquel Falguera en este mismo blog sobre la negociación colectiva me evitan tratar tan importante asunto. No obstante, me interesa abordar, aunque someramente, algunas cuestiones.
1.-- En primer lugar, aún a riesgo de seguir dando la tabarra sobre la representación y el vínculo con el conjunto de las prácticas negociales, diré que si (gradualmente) se procede al traslado de todas las competencias que monopoliza el comité de empresa al sindicato podría establecerse un hiato entre la política general del sindicato y su praxis en el centro de trabajo. Por supuesto, como hipótesis. Sólo desde esa nueva asunción será posible establecer las compatibilidades entre lo particular y lo general con relación al Estado de bienestar y un proyecto general de innovación tecnológica: lo uno y lo otro vinculado a la defensa y promoción del (único) medioambiente. En segundo lugar, pienso que las políticas contractuales, tal como las hemos conocido, han agotado el impulso que hubieran podido tener en tiempos lejanos. La razón de fondo es: sus reiterados contenidos están desubicados del nuevo paradigma postfordista, y como consecuencia de ello de ninguna de ellas ha surgido un proyecto modernizador para las relaciones laborales, la economía y la reforma de la empresa.
¿Qué alternativa, pues, existe al agotamiento (ya definitivo a los contenidos de esas políticas contractuales? Como discurso general se orientarían en tres grandes escenarios. Primero, el Pacto social por la Innovación tecnológica. Entendido no exactamente como un momento puntual sino como un itinerario de largo recorrido. No como un cartapacio generalista sino como un entramado de contenidos en el centro de trabajo, en la empresa-red, en todos los sectores de la producción y los servicios, incluido un elenco de derechos de ciudadanía social en el centro de trabajo acordes con dicha innovación tecnológica. Todo ello capaz de provocar una modernización sostenida. Por cierto, téngase en cuenta una novedad que ha pasado un tanto desapercibida: algunas deslocalizaciones apuntan, como es el caso de Alston, a un reenvío al exterior de la la tecnología y no, como hasta la presente, por motivos salariales o de costes laborales. Segundo, la elaboración de un Estatuto de los Saberes, acompañando a lo anterior, O sea, una estrategia global de redistribución del acceso a los saberes y a la información, democratizando la revolución digital y tecnológica. Lo que tiene su máxima importancia en estos tiempos que necesitan que el sindicalismo (y la política) valore el capital cognitivo en todas sus intervenciones; una batalla a la que, lógicamente, hay que implicar a los poderes públicos. Y comoquiera que no hay batalla sin su correspondiente bocina mediática, propongo el siguiente lema: “Más saberes para todos”. Es, además, una movilización contra la ampliación de la brecha digital que puede hacer estragos.
2.— El sindicalismo es un sujeto colectivo orgullosamente democrático. Lo avalan tanto sus prácticas como las normas estatutarias. El problema no está en la democracia sino en los hechos participativos. El quid de la cuestión está en que la innovación tecnológica ha introducido una serie de novedades: de un lado, algunas de ellas interfieren la realización de las asambleas presenciales; de otro lado, la facilidad que ofrece la innovación no ha sido utilizada, por lo general, plenamente por el sindicato. De ahí que podríamos decir que, en esas condiciones, la praxis sindical es más de delegación que de participación. A tal efecto vale la pena traer a colación las palabras de Pietro Ingrao: “En mi experiencia, representación ha sido algo muy diferente de delegación. La entendía como relación entre sujetos” [Indigarsi non basta, Aliberti, 2011].
Creo que las condiciones están suficientemente maduras para implicarse en una nueva acumulación de democracia deliberativa mediante el ejercicio normado de hechos participativos, usando a fondo las innegables potencialidades que nos brinda la tecnología. Y no tanto como mera y esquemática consulta sino como democracia deliberativa capaz de aprehender los conocimientos del conjunto asalariado: el más preparado que hemos tenido el sindicalismo español a lo largo de nuestra historia. En resumidas cuentas, poniendo en el centro de nuestra actividad participativa la idea de la “soberanía social”: la voz colectiva del conjunto asalariado que indica, implícita o explícitamente, el sentido general y la orientación concreta al sindicato. Tanto para los procesos negociales como para el ejercicio del conflicto, ubicados ambos en el paradigma postfordista. Entonces, cabría preguntarse: ¿cuál es el papel, así las cosas, de los grupos dirigentes? Perdón por la tautología: dirigir, dirigir con nuevo estilo. Los grupos dirigentes no son sujetos pasivos que están a la espera de los procesos deliberativos.
El nuevo liderazgo fuerte expresaría la capacidad de propuesta de un proyecto postfordista y su pormenorización, así en los momentos negociales como en el desarrollo del conflicto, la intermediación entre las diversas opciones que expresan las distintas subjetividades, dentro y fuera del centro de trabajo. Es decir, los grupos dirigentes propiciando una mayor representatividad del mundo del trabajo: de sus demandas y articulaciones profesionales, de género, sociales, culturales, étnicas, de su rico y cambiante pluralismo político. En palabras directas, buscando una nueva legitimación del sindicato general (que se estructura confederalmente) mediante una efectiva representatividad de los intereses de unas clases asalariadas cada vez más diversificadas en sus condiciones de trabajo y de vida. Justamente lo contrario de un proceso asambleario invertebrado. Una relegitimación que esté en condiciones de disputar el poder autoritariamente unilateral del ejercicio monopolista del empresario en el centro de trabajo: una desincronía entre el modelo de poder de la empresa y las nuevas formas de organización del trabajo, docet Miquel Falguera. Una relegitimación sindical, en suma, capaz de disputar la relegitimación empresarial; de esa manera la acción colectiva del sindicalismo matizar (y, a la larga cambiar) el secuestro que la economía ha hecho de la política. Es decir, establecer el conflicto organizado, de ideas y prácticas, contra “esa epifanía del entrepreneur”, según nuestro Antonio Baylos.
Tercero. El centro del Pacto social por la innovación tecnológica, la nueva praxis contractual y los hechos participaptivos tienen una estrella polar: la dignidad de la persona que trabaja, que quiere trabajar y vivir en un mundo sostenible. Hablando en plata, la humanización del trabajo y la rehabilitación del trabajo creativo. Se trata de una movilización de ideas y hechos concretos que el sindicalismo debe proponer, como sujeto extrovertido, a todo el vecindario de la ciudad democrática: las izquierdas políticas, los movimientos sociales y el mundo de la intelligentzia. El sindicalismo español está en condiciones de esas tareas.
Cuarto. El sindicalismo confederal español tiene unas buenas dosis de sujeto extrovertido que se ha ido acentuando en los últimos tiempos con motivo de la lucha contra la llamada reforma laboral y el llamamiento a la huelga general del 28 de septiembre pasado. Lo prueban sus relaciones con el asociacionismo progresista y los colectivos que se sumaron al conflicto. La novedad de este sujeto extrovertido es que, de un tiempo a esta parte, se han promovido no pocos encuentros con una parte de ese asociacionismo, no ya para aunar esfuerzos de cara a la protesta sino con la idea de dialogar, de poner las bases de una relación estable capaz de compartir diversamente toda una serie de proyectos para transformar el trabajo. Así lo denota la actividad incesante –casi espasmódica, se diría— de la Fundación Primero de Mayo. Basta echar un vistazo su web (http://www.1mayo.ccoo.es/nova/) para estar al tanto de sus actividades con el mundo académico, del arte, de las ciencias y las humanidades.
En resumidas cuentas, ya no se trata de relaciones a la búsqueda de aliados para ensanchar la adhesión al conflicto social, sino de búsqueda común de una suma de proyectos que objetivamente tienden a transformar el trabajo. Esta nueva relación con la ciencia reporta, obviamente, utilidades a la acción colectiva del sindicalismo confederal. Un ejemplo, entre otros tantos, es no ya la relación sino el vínculo con el mundo del iuslaboralismo. Hemos de condecir que ese es un buen y provechoso camino. Porque el sindicalismo, en solitario, no puede transformar el trabajo. Su acción colectiva es importante, pero no basta. Y, tal vez, sea esta la condición que ha llevado al sindicalismo a acentuar su característica de sujeto extrovertido.
Por otra parte, esta nueva biografía sindical posibilita el establecimiento con las categorías profesionales de técnicos, mandos y cuadros. En estos sectores es donde se percibe, claramente, el déficit de representación del sindicalismo. En esos sectores se es menos sindicato general y existe un déficit de confederalidad. Posiblemente no hemos visto el rompimiento de la alta dirección de la empresa con esos importantes colectivos: la ruptura del, digámoslo así, pacto de fidelidad mutua entre el alto management y la gran masa de los ingenieros y cuadros. Así, pues, se trataría de transformar el tradicional coste de oportunidad en el beneficio de oportunidad.
Apostilla final. Estos son los primeros (y provisionales) apuntes que me ayudarán a enhebrar el trabajo que me ha encomendado Jorge Aragón para el próximo número de Gaceta Sindical. Quien quiera hacer observaciones y echarme un cable tiene a su disposición la siguiente estafeta: donlluiscasas@gmail.com