EL BARÇA Y LA CAFETERA DE LUIIGI DE PONTI
Hoy toca disimular. Tras la inclemencia de ayer, cuando el Parnaso decidió retirarle el saludo a los dioses menores del Barça, sólo queda la actitud militante de que hay más días que longanizas. A nosotros, layetanos, nos resta pasear nuestro insuceso con templanza. Con pedagogía. Por ejemplo, los papás de las tribus infantiles deberán explicar a sus tiernos querubes, acostumbrados a la victoria sostenida, que no siempre es posible ganar. Que no siempre se está en gracia porque la diosa Fortuna es casquivana por naturaleza. Que Zeus es, ante todo, un viejo gruñón que se divierte haciendo de las suyas. Pero, muy en especial, que el cálculo de probabilidades, una construcción social como cualquier otra, ya indicaba que podía pasar cualquier cosa. Los niños, pues, una vez pasada la barraquera deben volver a sus intereses. Y los padres …
… los padres, en penitencia por no haber hecho adecuadamente sus deberes –esto es, que sus tiernos infantes lean Materialismo y empiriocriticismo, las obras completas de Kierkegaard y los ejercicios de Heidegger-- tendrían que, hoy jueves, hacer sábado mientras la esposa oye, casi en deliquio, la música de Schönberg. O de Juanito Valderrama.
Por mi parte, a estas horas tempranas de la madrugá, me pongo a recordar al llorado Manuel Vázquez Montalbán, que tras el insuceso de ayer, se ha ahorrado estar dos días en cama. Mientras tanto, me lío un caldogallina y con una copa de machaquito y un café –hecho en la cafetera que ideara Luigi De Ponti, naturalmente-- me repongo de lo aciago de la noche pasada. Y me pongo a considerar, ¿cómo es posible que no haya en nuestro país ninguna calle o plaza que lleve el nombre de Luigi De Ponti? Este caballero nos ha proporcionado más felicidad a los mortales que tantos que lucen sus nombres en el callejero de nuestras ciudades.

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