
Minutos antes de que Carles Pujol le diera aquel soberbio cabezazo al balón que nos permitió eliminar al equipo tudesco en Sudáfrica, un afamado editor albaceteño me conminaba a que un servidor escribiera mis memorias. La respuesta fue ahogada por los gritos de ¡gooool! ¡toma ya! y otros gritos desenfrenadamente bravíos no reproducibles en estas páginas. Me olvidé del asunto. Pero ahora debo responder al bienintencionado editor. No pienso hacerlo por la sencilla razón de que todavía me acuerdo de todo y presumo de tener la cabeza aproximadamente en mis cabales. Pero la razón más importante me ha venido tras la lectura reciente de dos distinguidas autobiografías.
Tengo la sospecha de que la mayor parte de las autobiografías se hacen para ajustar las cuentas a los círculos concéntricos y excéntricos de quien relata su vida. Se utiliza, además, una técnica (al parecer, muy estudiada) de poner al lector ante una actitud fideísta a lo escrito. Ese ajuste de cuentas pasa por poner como un pingo a unos cuantos conocidos y saludados ya sea el contexto una cofradía penitencial como una agrupación nacional de talabarteros. Para ello, lo técnicamente impecable es no referir qué tipo de características tienen tanto la cofradía como la agrupación. Es mejor pasar de puntillas sobre todo eso, y de esa manera el lector sólo dispone de la palabra del autobiógrafo. En esas condiciones uno de los citados –pongamos que hablo de Zutano— puede aparecer sistemáticamente como un ladino; Mengano, es otro ejemplo, es descrito como un perillán redomado, y definitivamente Perengano quedará retratado cual hipócrita impenitente. Tenemos la palabra del autor que, para ello, no tiene inconveniente de describirse en clave martirial.
Como contraste a ese ajuste de cuentas, una biografía debe contar con los contraejemplos de los hipócritas, taimados y perillanes. Hay que elevar a los altares a unos cuantos amigos que, como el autor, padecieron la inverecundia de aquellos follones y malandrines. De ese modo los alabados huelen constantemente a incienso.
Así las cosas, estoy seguro que –cuando me olvide de todo y caiga en la tentación de darle a la pluma autobiográfica—yo también recurriría a los mismos estragos. Pero, entonces, caiga sobre mí toda la santa ira de los dioses mayores y menores. [Aclaro: no hablo por mí, sino por otros que no pueden responder]
