ZAPATERO, CALÍGULA, INCITATUS Y LOS ACAMPADOS COMO TELÓN DE FONDO

Solía decir el admirado Manuel Vázquez Montalbán que Calígula no fue el único responsable de la elevación de su caballo, Incitatus, a la categoría senatorial. Lo fueron también el resto de los padres conscriptos. Lo que no dijo MVM es que, posiblemente, el equino podría haber estado en mejores condiciones para ejercer de senador que la mitad de los patricios romanos. En todo caso las dotes, innegables o no, del famoso caballo no impugnan lo referido por el malogrado escritor barcelonés.
Siguiendo con la referencia al Imperio, viene a cuento (más adelante se aclarará por qué) la tradición historiográfica romana: in illo tempore, una regla rigurosamente respetada por los historiadores de Roma comportaba que no se dijese nada del príncipe reinante mientras estuviera vivo. Aquella norma se rompió en tiempos del emperador Justiniano por parte del historiador Procopio de Cesarea que puso en circulación, viviendo Justiniano, numerosos libros de exaltación de éste; vamos, un pelotillero a carta cabal. Sin embargo, el picarón de Procopio publicó anónimamente una de Historia Secreta de Justiniano donde le despellejaba vivo. Es decir, encendió una vela a dios y otra al diablo (1).
¿A dónde queremos ir a parar? Sé que lo has intuido, pero me has de permitir que lo explique a mi manera. Posiblemente el hipotético ajuste de cuentas en el interior del PSOE se centrará solamente en las responsabilidades de Zapatero, esto es, en una apologética negativa contra el líder del partido y presidente del gobierno. Así las cosas, los cuadros dirigentes de la organización quedarían limpios de polvo y paja y, extrañamente, se valoraría ese extraño valor que es la (ciega) disciplina de partido: los culos de hierro y la ortopedia de los brazos de madera como antídoto para seguir saliendo en la foto. Sería excusa ideal para evitar la verificación colectiva de las conductas de los grupos dirigentes, centrales y periféricos. Quienes, a su vez, reproducían en sus particulares behetrías la designación del asno de Buridán a la categoría de cuadro institucional. Sería el alibí por excelencia. De ese modo evitaría la embarazosa discusión de los interrogantes más conspicuos. Por ejemplo, sin querer agotarlos todos.
¿Por qué se desliza un partido de izquierdas hacia una aproximada indistinción a los códigos y conductas de sus adversarios? ¿Por qué su genuflexa posición ante los operadores económicos de toda laya? ¿Por qué desdibuja su oralidad y sintaxis hacia la banalización? ¿Por qué confunde la modernidad con la moda retro? ¿Por qué mantiene y consolida un tipo de organización gelatinosa de militancia desvertebrada, obligada al brazo de madera donde la virtud es el silencio y no la palabra, incluida la incómoda?
Por último, la izquierda debería contagiarse de algo que dijo Gramsci en su momento: establecer un compromiso sentimental con la gente de carne y hueso. Por lo menos con parecida intensidad a cómo lo ha hecho la generación acampada del 2011. La misma relación de sentimientos que expresa ese giovane accampato, Pietro Ingrao, cuando afirma: “Me pesa el sufrimiento de los demás. No es un sentimiento de altruismo. Soy yo quien está mal, que vivo como insoportables las condiciones de vida de los oprimidos y de los explotados” (2). Lo que, a decir verdad, contrasta –por decirlo bondadosamente-- con tanto pijopana que han saltado, de sopetón, de los huevos fritos al beluga.
(1) Tomo la referencia del postfacio de Luciano Canfora en Stalin, historia crítica de una leyenda negra, de Domenico Losurdo (El Viejo Topo, 2011).
(2) Pietro Ingrao. Indignarsi non basta. [Alberti editore, 2011]

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