“Comprometernos con la regeneración democrática de la actividad política y sindical”, así queda dicho en el punto quinto del Manifiesto de CCOO por un cambio de políticas y un impulso democrático. Todo un compromiso de primera magnitud, una palabra de honor que se ha dado no sólo a la familia sindical sino al conjunto asalariado. Así pues, el grupo dirigente se ha autoemplazado explícitamente a lo que Toxo indicó en la clausura del congreso del sindicato. Es, además, un ejemplo claro de algo de gran envergadura: desde la independencia y autonomía del sindicalismo, no se es indiferente (sino, al contrario, beligerante) a la calidad de la democracia y de la vida política. Así pues, bravo por el lúcido coraje de ese compromiso.
Entiendo que el mensaje quiere decir lo siguiente: desde la regeneración sindical se propicia la regeneración de toda la vida política. Es decir, desde nuestras propias decisiones en la forma-sindicato se intenta que, además, se contagie el resto del asociacionismo político y cívico. O, lo que es lo mismo, la tarea empieza por nosotros mismos. Para empezar, diremos que la compleja tarea autoemplazada tiene una ventaja: la que parte de la estabilidad que, por lo general, preside los grupos dirigentes del sindicato.
He dicho en muchas ocasiones que el sindicato practica una democracia próxima, vecina. Así lo indican todo un conjunto de prácticas de “calidad” como, por ejemplo, la preselección de las listas electorales para la representación de las candidaturas en los comicios sindicales. Esta es una práctica que viene desde prácticamente los primeros andares de Comisiones Obreras. Más o menos, se trata de unas “primarias”, algo que parece que han inventado otros muy posteriormente.
En todo caso, algo debe rondar por las cabezas del grupo dirigente confederal cuando se han autoimpuesto la regeneración sindical. Una tarea que no sólo afecta al comportamiento ético –esto es, la compatibilidad de medios e instrumentos con los fines— sino también a la naturaleza de la representación, así en el interior como en su forma extrovertida. Esto es, la que se desprende de la adecuación de la forma-sindicato a las grandes transformaciones de época del trabajo y en el trabajo; la que se infiere del emerger de todo un amplio elenco de subjetividades: de género, grupos etarios, de situación en el trabajo, en el desempleo y en la jubilación…
Tal vez faltaría ahora la explicitación concreta de ese valiente autoemplazamiento en unos cuantos puntos estableciendo sus prioridades y las compatibilidades entre sí. De entrada, sólo unos pocos puntos, periódicamente sujetos a verificación. Digo “unos pocos puntos” porque, como ya sabemos desde antiguo, Zamora no se ganó en una hora. Porque, en este caso (y en casi todos) no conviene aturrullarse y querer hacer las cosas de repente y todas a la vez. Lo que importa, hablando machadianemente, es el camino y el sentido de ese itinerario. Que, ¿quién sabe?, podría conducir a la bulla que metí sobre la “soberanía” sindical.