NO SON SUBVECIONES A LOS SINDICATOS. Un abrazo a Javier López

Mi amigo Javier López, secretario general de la Unión de Madrid-Región de Comisiones Obreras ha salido a la palestra con un clarificador artículo: SUBVENCIONES A LOS SINDICATOS. Por supuesto, lo comparto. Y, desde el hilo conductor de sus reflexiones, me lanzo al ruedo desde mi privilegiada posición del tendido de sol y sombra.
No creo que la palabra “subvención”, a la que desde tiempos antiguos nos hemos acostumbrado (en el asunto que nos ocupa) sea acorde con el hecho de las transferencias que recibe el sindicalismo confederal de unos fondos provinentes de los Presupuestos Generales (así del Estado como de las Autonomías). Vengo razonándolo desde, por lo menos, el año 2007. Lo puede atestiguar Joan Carles Gallego.
No se trata, pienso, de subvenciones sino de la contraprestación de: primero, una serie de aportaciones concretas a la economía y la sociedad que realiza el sindicalismo; segundo, un cúmulo de servicios que el sindicalismo hace frente a la desresponsabilización de los poderes públicos ante una serie de problemas. Lo explico.
La representación sindical, dentro y fuera de los ecocentros de trabajo, propone en los procesos negociales una serie de cuestiones que, en no pocas ocasiones, representan utilidades, no sólo al conjunto asalariado sino a la propia empresa y, por extensión, a toda la economía. Así pues, es de rigor que esa representación sea compensada, precisamente para continuar su tarea de seguir proponiendo y concretando utilidades.
Cuando el sindicalismo confederal pone en marcha institutos como el CITE, que tutela a los trabajadores inmigrantes, está ejerciendo una serie de tareas que, en buena medida, son la consecuencia de la desresponsabilización de los poderes públicos. Así pues, en rigor no se trata de subvenciones sino de unas transferencias a quien ejerce unas tareas específicas que, en gran medida, evitan o palian una serie de patologías sociales.
Así las cosas, repito machaconamente me parece que económica y socialmente es un contrasentido hablar de subvenciones. El problema es que nos hemos acostumbrado a esa terminología por pura rutina y, por puro acomodo, hemos dado pie a que se extienda (aunque ello no impediría el vocerío aguardentoso de la alianza de la caspa y la brillantina) que también el sindicalismo está inserto en ese magna de las subvenciones. Esta es la tesis que vengo repitiendo desde hace más de un quinquenio.
Querida familia, ¡dejad de hablar de subvenciones y llamar a cada cosa por su nombre! Acordaros de Lewis Caroll en Alicia en el país de las Maravillas. Perdonad a este viejo cascarrabias: dejad de confundir el magnesio con el manganeso. Porque a los poderes públicos les interesa hablar de "subvenciones" como una cuestión clientelarmente graciable. Que no es el caso de lo que estamos hablando.

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