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José Luis López Bulla POLÍTICO DE MIERDA
José Luis López Bulla








Homenaje de la ciudad-Estado de Parapanda a Alfons Llopis.







Conocí a Alfons Llopis, creo recordar, en 1977. Era un jovencísimo sindicalista muy inteligente, templado y de trato amable. Algunos nunca podremos presumir de ese talante en nuestra biografía. Nuestro amigo explica en su blog algo que me ha impactado. Estaba en una asamblea de vecinos de la barriada barcelonesa del Clot. Los reunidos estaban hablando del Movimiento 15 de Mayo. Llopis, en su intervención, rechazó los incidentes que protagonizaron un grupo de escuadristas ante la sede del Parlament de Catalunya. De repente le interrumpe un vejestorio, posiblemente de mi edad, y le espeta aguardentosamente POLÍTICO DE MIERDA. Llopis, impávido, sigue su discurso, y nos explica que salió de la reunión “molt amoïnat”, esto es, muy preocupado.


Me imagino la amargura de mi amigo. Años de lucha, más de treinta años de batallas democráticas, sin haber ostentado nunca cargo político alguno y, de buenas a primeras, es tildado como político de mierda. Pues bien, según como se mire, hizo bien Llopis en no responder: boca hedionda no ofende. Pero, a buen seguro, la procesión iba por dentro, aunque como verá el lector que se conecte con su blog ni siquiera rezuma inquina al vejancón de marras. Puedo asegurar que mi comportamiento hubiera sido de signo contrario, o sea, pendenciero y poco educado. Más todavía, mi reacción hubiera abochornado al propio Llopis. Ahora, con la tranquilidad de las horas pasadas, y con la compañía del cafelito mañanero, me propongo entender (que no compartir) al vejancón del Clot.


Por lo general, los beatos entienden que “el pueblo” es cándido, lleno de virtudes teologales y terrenales. Sólo y solamente “los de arriba” son unos filibusteros. En Parapanda sabemos, no obstante, que eso es una mentira tan gorda como que el rio Genil pasa por el barrio del Clot. En “el pueblo” también se encuentran franjas de quintacolumnismo interclasista: el vejestorio podría ser una parte de esa costra. Se trata de una pringue con la que es imposible razonar: el consumo inmoderado de cazalla les imposibilita discurrir. Esta es una genealogía que hunde sus raíces en los tiempos de antañazo. Este vejancón es la versión degenerada de aquella alma de cántaro que hizo exclamar a Jan Huss aquello O sancta simplicitas! (¡oh, santa ingenuidad!): fue, según la leyenda, la última frase pronunciada por
Jan Hus (1369-1415), cuando estaba ya en el martirio de la hoguera, a la que se le había condenado por hereje, y se fijó en cómo una viejecilla, movida por su celo religioso, arrojaba más leña a las llamas en las que aquél ardía. Con una diferencia: aquella mujeruca creía en Dios Todopoderoso, mientras nuestro vejancón sólo cree en los carajillos de coñá garrafón. De donde se infiere que el pueblo es plural en sus usos y costumbres. Una última consideración: viejo, si necesitas encendar la tagarnina no me pidas fuego, porque puede que se me vaya la mano.




Radio Parapanda. UN LIBRO SOBRE EL TRABAJO FORZOSO: ROMPIENDO LAS CADENAS DE UNA CIUDADANÍA CAUTIVA









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