En las últimas semanas ha aparecido en los medios una serie de artículos con el siguiente letitmotiv: la crisis de la socialdemocracia. Como es natural, los ensayistas han hablado, entre otras cosas, “de la calidad de esta democracia”. Contemporáneamente los socialistas catalanes están sumidos en sus trajines preelectorales donde, de igual manera, discurren sobre la citada calidad de esta democracia. Y, en medio de lo uno y lo otro, el Parlament de Catalunya tiene en su inmediata agenda la llamada Ley Ómnibus. A saber, una ristra de leyes que, de un plumazo, se aprobarán.
Veamos, de un lado, la ley ómnibus supone, entre otras iniciativas, una desregulación en los sectores de automoción, de la sanidad, del comercio en zonas turísticas, de la agricultura y la ganadería, o de las estrictas imposiciones medioambientales que bloquean la construcción o las infraestructuras necesarias, que facultará a los centros públicos a hacer actividad privada más allá de la que hacen para mutuas, romperá el equilibrio entre los sectores público, concertado y privado que ha venido caracterizando a la sanidad catalana. . Asimismo, aumentan los requisitos para que los extranjeros reciban ayudas, al tiempo que se desbloquea la creación de empresas y de trabajadores autónomos y se ponen las bases para animar la maltrecha economía del país; y, de otro lado, cada una de estas leyes fue aprobada en su día con todos los requisitos formales, es decir, establecimiento de una ponencia en su comisión correspondiente, atendiendo las enmiendas de los diversos grupos parlamentarios y, posteriormente, llevada al Pleno. Pues bien –como se ha dicho antes-- lo que fue una discusión pormenorizada, ahora de un sopetón se juntan las churras y las merinas y, en menos que canta un gallo, se aprueban las novaciones legislativas de unas disposiciones de gran envergadura. Un método zarrapastroso que empuerca y oscurece los procedimientos democráticos.
Así pues, no parece exagerado afirmar que estamos ante la castración de los usos y costumbres de lo que, pomposamente, se llamó “el templo de la palabra”. Que ha dejado paso a la sacristía de la ortopedia de las votaciones con sus correspondientes brazos de madera. Esto es algo peor que la democracia envejecida: es la democracia mutilada.
Los socialistas catalanes, en un principio formalmente reticentes a la Ley Ómnibus, cambiaron de la noche a la mañana, aceptando la metodología propuesta por la coalescencia gubernamental, Convergència i Unió. De hecho, el único grupo parlamentario que se ha negado a esta ortopedia ha sido Iniciativa per Catalunya.
Apostilla. Visito llos blogs de las diversas familias socialistas que aspiran a liderar el futuro de su partido. No hay ninguna alusión a la Ley Ómnibus, a sus contenidos y al procedimiento; tampoco a la posición de su grupo parlamentario. Tan sólo aparecen referencias de exaltación de los tópicos: calidad de la democracia, oír a la sociedad, grupo parlamentario propio en Madrid, que si pitos, que si flautas… Lo más probable, así las cosas, es que el evento signifique un par de manos de pintura.