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José Luis López Bulla TURISMO DE BORRACHERA VOMITONA
José Luis López Bulla


Hace pocos días comentábamos los trágicos sucesos ocurridos en Lloret de Mar (Girona), véase; EL TURISTA QUE ASESINA. Como telón de fondo, Alessandro Manzoni. Según algunos conocidos y saludados un servidor había entrado en el pesimismo al afirmar que, una vez pasada la primera emoción, las cosas volverían al cauce normal, vale decir, a la reincidencia, a la consolidación del turismo de borrachera vomitona. Una borrachera de masas, se entiende.


¿Pesimista? Vayamos a los datos: está anunciada para dentro de poquitos días una entrada de mil doscientas personas en Lloret de Mar, pagarán 320 euros por siete días de vacaciones. Esa cantidad incluye el viaje en avión, la estancia en el hotel (comida incluida) y todos los gastos pagados de bebidas –alcohólicas, se entiende-- a consumir en rondas itinerantes por las más variados chiringuitos locales. Esta es la primera respuesta del pendenciero gremio que ha impuesto, en coalescencia con los poderes públicos, locales y autonómicos a los trágicos acontecimientos que se explican en la entrada del turista asesino.


Tengo la suficiente edad como para que me importe un pito las consecuencias --en apariencia libremente aceptadas, por centenares de muchachos y centenares de cuarentones sin ningún tornillo en la cabeza-- del consumo de brebajes garrafones, con zotal incluido. Paréntesis: me imagino la estupefacción de los profesionales de la sanidad, que no saben qué han ingerido esos zanguangos, cuando más de uno entra en Urgencias hechos un asco. Me importan, sin embargo, otras cosas.


Por ejemplo, que los poderes públicos –locales y autonómicos o autonómicos y locales-- no quieran poner coto a ese modelo de turismo de borrachera (de masas) vomitona. Un turismo que sólo deja en cada localidad cuatro perras, si es que alguno quiere comprarse un chicle para disimular la particular halitosis de los pirriaques ingeridos. Hace tiempo conversaba con cierto alcalde de una de estas villas veraniegas. Le pregunté si había hecho un estudio donde se hablara de los ingresos del turismo y los gastos públicos que comportaba esa actividad. Pizpireta él me respondió: “Non vull saber-ho”. O sea, no lo quería saber. [Sólo acepto que algún alcalde conteste diciendo que no fue él. Pero al que lo dijo, no se le ocurra decir que no fue él. Porque le saco los colores y, paternalmente, le pego un cachete en la cara].



Me preocupa, además, el aproximado paralelismo entre ese tipo de actividad económica y el tipo de economía que se enseñoreo en nuestro país años antes de la crisis del 2008. Infieran y extrapolen lo que quiero decir y las consecuencias están cantadas.


Cierto, las autonomías locales y autonómicas son una conquista. Pero lo que nunca se dijo fue: precisamente esa cercanía de tales gobiernos es fuente también de conchabeos y cabildeos, de coalescencias y compadrazgos caciquiles. Hablando en plata, el parné untado y repartido (siempre de manera desigual, por supuesto) entre los romanos y los cartagineses.


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