Ferran Monegal es un histórico del periodismo barcelonés, un resistente de los que no se muerden la lengua. Su programa televisivo en la televisión local de Barcelona tiene un objetivo: enseñarnos a ver críticamente la televisión. Monegal es periodista de mi devoción porque su lengua mordaz siempre va acompañada de razonamientos e insinuaciones que, por lo general, se nos escapan. Ayer arremetió a cuerpo juncal contra el mismísimo presidente del FC Barcelona, el club de mis amores desde que, en Santa Fe, oíamos por la radio las hazañas de Ramallets y aquella delantera mítica que Serrat cantó en su día. Además, César (llamado popularmente el Melenas) había jugado en el Granada CF cuando hacía el servicio militar.
Monegal trajo a colación unas declaraciones del presidente del Barça: el pollo afirmaba, a una pregunta de por qué Qatar (una dictadura) lucía su nombre en las camisetas del equipo: “Yo he visto felicidad en las calles de Qatar, invito a la gente a que visite aquel país y vea lo que sucede allí”. Pues bien, Monegal pone en antena un magnífico reportaje de Jordi Évole (el famoso Follonero). Évole entrevista a una señorona occidental que se deshace en elogios de Qatar, mientras por aquella galería lujosísima circulan señoras con burka, afirmando más o menos que esto (o sea, aquello) es, algo así como, el paraíso terrenal. El malvado de Évole cambia de tercio y entrevista a decenas de trabajadores que explican que ganan 120 euros al mes; y muestra sus condiciones de vida: habitaciones patera, miseria a granel en aquel país de ensueño … ¡para el presidente del Barça!
En Cataluña hay un teologúmeno: fuera del Barça no hay salvación. Lo que implica que toda la institución es intocable so pena de caer en la marginalidad religiosa. Toda la institución quiere decir desde el pináculo hasta la base, lo que, por extensión incluye la presidencia. Recuerdo que cuando critiqué a la dirección (en tiempos de Laporta) porque tan sólo unos cuántos futbolistas Belleti, Gio, Iniesta, Oleguer y Thuran) salvaron la institución) la mayoría de los futbolistas no acudieron a la recepción que les ofreció Nelson Mandela en Los mindunguis del Barça y Nelson Mandela. Amigos, conocidos y saludados se rasgaron las vestiduras porque había osado ensañarme contra la barsolatría. Ahora con la ayuda de Monegal y Évole siento que me acojo a sagrado.
Sí, no es oro (ni siquiera plata) todo lo que reluce en el Barça: sólo las rutinas me impiden abandonar esa religión. Desde luego no seré yo quien les ría las gracias a los que están a punto de gritar: Visca el Barça i Visca Qata®lunya. Ni siquiera en campaña electoral. Los ricos, buenos y guapos no están sólo más allá del Ebro.