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José Luis López Bulla ALEMANIA, FRANCIA, DINAMARCA, LETONIA ...
José Luis López Bulla


Las izquierdas están cosechando éxitos indudables en diversas contiendas electorales en las últimas semanas; sería insensato no ver los buenos resultados obtenidos en Dinamarca y Alemania, en Francia y Letonia. Primera conclusión provisional: algo se mueve en nuestro patio de vecindones. Quien no lo vea tiene unas portentosas legañas en los ojos. ¿Qué yo estoy echando las campanas al vuelo? Anda ya. Lo que no haré es minusvalorar –y, mucho menos, ignorar— lo que se está moviendo.


En el alma de la izquierda hay una tradicional patología: el sufrimiento compulsivo de su ciudad doprmitorio. Se trata de un pathos enfermizo que le impide ver y, por tanto, analizar las novedades que surgen. Esa forma de ser de la gauche qui pleure es una desgraciada seña de identidad relativamente moderna. En cierta medida es, tal vez, un modo patriochiquero de ver las cosas: posiblemente es una visión de campanario.


Veamos, ¿debo seguir llorando como una Magdalena tras las nuevas enseñanzas que nos vienen de Alemania y Dinamarca, Francia y Letonia? ¿O debo brindar moderadamente por tales resultados? ¿Tengo que seguir haciendo pucheros o debo cavilar sobre esas buenas noticias? ¿Debo sumirme en aquel estado de ánimo sobre el que ya alertó Dante: “no hay mayor dolor que recordar el tiempo pasado estando en la miseria”? ¿O, por el contrario, asumir que, estando nosotros como estamos aquí en nuestra casa, necesito razonar sabiendo que, en el patio de vecinos, algo parece que va cambiando?


Por otra parte, ese estado de ánimo chuchurrío, que quiere decir mustio, tiene un efecto contagioso sobre las considerables bolsas de la izquierda submergida, porque no es capaz de transmitirle las señales de la necesidad de cambiar las cosas. Por ejemplo, si la izquierda que llora no observa las nuevas relaciones que se han establecido en Francia y Dinamarca, Alemania y Letonia será incapaz de movilizar esas amplias bolsas de abstención.


No me resigno a un desahogo personal. Tras la oceánica manifestación barcelonesa del famoso 14 de diciembre de 1988, el día de la gran huelga general y ciudadana, tuvimos que ir andando desde el centro de la ciudad a la periferia. Yo vivía en aquellos tiempos en La Sagrera: total que nos dimos una buena caminata. Mi vecino de escalera J* me dijo al despedirnos: “Lo que pasa es que nos falta unidad”. Sin pensármelo dos veces le espeté: “Tú eres un zanguango”. Me porté poco educadamente, pero el sujeto se lo merecía porque quería tener legañas en los ojos.


Que no está chupao el asunto, lo sé. Pero también soy del parecer de la enseñanza de aquel griego, Arquílaco, que afirmó: “Nada curo llorando…”, como reza el lema de este blog.

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