Publica hoy Manuel Castells un artículo en La Vanguardia sobre opiniones en torno al 15-O, y quiero reflexionar con él en torno a ciertos puntos que considero clave, en especial porque quizá para muchas personas cueste entender la importancia del movimiento y el poco impacto electoral que podrá apreciarse en el 20-N. No sé si un triunfo avasallador del PP como prometen las encuestas puede desanimar a alguna persona profunda y largamente indignada con este sistema, pero sí vale la pena fundamentar la esperanza de un cambio inevitable (aunque algo más lejano). De forma muy esquemática:
1) En el 15 de octubre del 2011, que supuso como movilización algo extraordinario en la emergencia de los movimientos sociales, no hubo líderes ni comité de dirección. Sólo asambleas y redes locales conectadas en redes globales. Y aún así se manifestaron centenares de miles de personas en mil ciudades de 82 países. En Barcelona una asamblea propuso pasar “de la indignación a la acción” con el lema “Nuestras vidas o sus beneficios”. En Madrid y otros lugares fueron consignas distintas. Y los acampados de Nueva York conectaron los movimientos: “De Tahrir Square a Times Square”. Pero esta diversidad es también su riqueza, y la señal inequívoca de que el movimiento, en su conjunto, está muy lejos de poder ser manipulado políticamente.
2) Harían bien en callarse quienes piden respuestas acabadas, coherencias organizadas y programas comunes. Quienes critican el movimiento desconocen “la práctica de los movimientos sociales en la historia”. Sus demandas y su mera existencia ya tienen efectos políticos, pero sobre todo ayudan a cambiar la mentalidad de las personas y los valores de la sociedad. “Los movimientos sociales son la fuente de renovación de la sociedad, el único antídoto contra la esclerosis de una política sometida a las fuerzas irracionales del mercado y a las racionales de la codicia”.
3) Creo que el punto fundamental para calmar desasosiegos legítimos e ilegítimos radica en que no sólo hay distintos ritmos del paso de lo social a lo político, sino que “las prácticas de profundización de la democracia van cambiando las reglas del juego” (aunque no siempre tan rápido como sería necesario para que no se deterioren conquistas ciudadanas básicas para la convivencia, ni para que se reflejen en los periodos electorales, en especial si la fecha de convocatoria a las urnas coincide con el cortísimo plazo).
4) Sobre los partidos políticos al uso, Castells distingue entre los que “aprenden la lección y se apuntan al cambio para sobrevivir y otros que se atrincheran y descalifican”. Por ello, en opinión del sociólogo, las formas de transformación política sólo son eficaces fuera del sistema político. La única manera de obligarlos a cambiar es desde la disidencia cargada de razones (opinión mía) en sus distintas formas. Desde el NO LES VOTES hasta fórmulas de control de la gestión con desobediencia civil, control ciudadano sobre el uso específico de sus impuestos, exigencias constantes de transparencia y rendición de cuentas, etcétera.
Para terminar, me apunto sin añadir ni una coma de mi cosecha a las líneas finales del artículo, porque desde Dempeus per la Salut Pública ya venimos reivindicando desde nuestro inicio la participación empoderada, activa, con propuesta propia no subordinada a subvenciones institucionales (tantas veces de efectos letales para la democracia) ni intereses ajenos a las personas. Castells lo expresa de este modo: “Cuanto más funcione la democracia participativa más efectiva será la democracia representativa. Otra política es posible. Pero sólo tomará forma tras un periodo de indignación y acción. La vida no termina el 20-N. De hecho acaba de empezar.”