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José Luis López Bulla 1911, EL ASESINATO DE MI ABUELO
José Luis López Bulla



Mi padre adoptivo, el maestro confitero Ceferino Isla, y un servidor íbamos al Cementario de Santa Fe cada Día de Difuntos. En aquella ocasión, a principios de los años cincuenta del siglo pasado, me fijé en la lápida de mi abuelo. Concretamente decía: “José López Vázquez, muerto de forma aleve”. Le pregunté al maestro qué quería decir eso de aleve. Su respuesta, tras el primer titubeo, fue: “Bah, cosas de la vida”. La cosa me intrigó, así es que –ya en casa y lleno de curiosidad— miré el diccionario: a traición, decía. “Aivá”, me dije, “lo mataron a traición”. Pero como nadie me dijo que mi abuelo había estado en la guerra, no paré hasta indagar qué había pasado. Total, que entre unas y otras insistencias pude dar con la clave, aunque pasado el tiempo pude conocer los detalles. Fue como sigue.


Mi abuelo López Vázquez transportaba casi todos los días pescado –boquerones, sardinas, japutas, quisquillas y lo que encartase-- desde Motril a Santa Fe en una recua de burros, atravesando todos los vericuetos de Sierra Nevada. Eso duró hasta que lo quitaron de en medio en 1911 y no, como he dicho en mi libro “Cuando hice las maletas” en 1912. El viaje de ida Santa Fe a Motril era más liviano ya que mi abuelo podía dormir encima de un burro, el de vuelta era más complicado, pues los serones y los capachos iban llenos de pescados. Así que el buenhombre desandaba el camino a pie, cogido al rabo de una de las bestias, siguiendo la técnica antigua de los contrabandistas del Campo de Gibraltar.


Mi abuelo era muy atrevido con las mujeres, incluso pasados sus cincuenta años. Efectivamente, chicoleaba con una vecina casada, mucho más joven que él, cuyos apellidos encadenados tenían reminiscencias medievales. Por las razones que fuese un día de 1911 no pudo ir a la costa, total que fue a la casa de su joven enamorada. Los dos amantes no contaron con que en el pueblo siempre se sabe todo lo que ocurre en cada instante. Total que le dijeron al joven marido que …


El caballero burlado cargó la escopeta como corresponde, atravesó la casa de puntillas, abrió los postigos sigilosamente, se acercó a su propio tálamo, y sin encomendarse a la Virgen del Pincho apretó el gatillo, salió la bala que dejó tieso a mi López Vázquez. No hubo que lamentar más víctimas. De ese modo el joven marido aseó su frente y con la ayuda de la justicia pagó lo que debía.


Ahora hace un siglo de aquel acontecimiento. Me ha parecido oportuno, en el día de hoy, recordar a mi abuelo. Según dicen las comadres santaferinas Pepe López Vázquez era una persona formal, pero –aunque casado-- le iban las faldas en demasía.
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