Javier Tébar Hurtado*
En lo global-local.
Con gran solemnidad,
Me pregunto porqué ese organismo internacional, que agrupa a las 34 economías más desarrolladas del planeta Tierra, no se ha atrevido a prever que será del 51%. O mejor, es un decir, del 69%. Puestos a ir modificando previsiones, siempre al alza, sobre la tasa de paro español, lo cierto es que la mayoría de los ciudadanos, tanto los que están en paro como en activo –excepto aquellos para aquellos a los que por diferentes razones el dato representa un argumento para una cosa o para la contraria- que se ofrezca una cifra u otra pasaría más o menos desapercibido probablemente. Aunque como bien se sabe, nuestras autoridades locales, autonómicas, nacionales-estatales e internacionales viven por y para el dato, de ahí que el alza sea modulada moderadamente, no sea que la previsión hecha con máquina de calcular supere la cifra del 100%, conduciéndonos, horror, al vacío.
En lo local-local-local…:
Viene Boi Ruiz y dice: Ticket-moderador, si-us-plau, ticket-moderador. Tony Leblanc le apunta, gira los labios y pone la sonrisa canalla:
- Tony Leblanc: Ahora di, ¡Estampita!
El conseller sanitario mira el papel y aclara:
- Boi Ruiz: ¡No, no…! ¡Póliza médica obligatoria a partir de un determinado nivel de renta…!
En lo universal:
“Queremos una reforma estructural que aumente la capacidad de ajuste de la economía española”. ¡Hagamos una reforma laboral ya! El elixir de la vida eterna de la economía española es la reforma laboral. Los coros hacen de coros.
Ahora bien, si el paro en España en 2012 pudiese llegar al 69% según previsiones –que por lo sabemos no se cumplirán a la baja- de
Estas son algunas de las informaciones que se han podido leer en algunos de los medios de comunicación-intoxicación escrita y por supuesto radiofónica y televisiva. También aparecen entre ellas, pero hoy lo dejo de lado, la exhumación de los restos de dictador Franco que al parecer estaría a punto de reencontrarse felizmente y finalmente con su familia. La mayoría de estas noticias, aunque no todas -no quisiera mostrarme desconsiderado- han provocado en mí estupefacción, pero sobre todo me han hecho pensar –sí, de verdad, han estimulado esa facultad que tenemos los humanos- en el poder de la estupidez.
El poder de la estupidez es extraordinariamente peligroso porque esencialmente la persona razonable encuentra difícil imaginar y comprender un comportamiento estúpido. Dice el desparecido historiador italiano Carlo M. Cipolla: “Una persona inteligente puede entender la lógica de un bandido. La acción del bandido responde a un modelo de racionalidad: racionalidad perversa, si se quiere, pero racionalidad, al fin y al cabo”. En efecto, el bandido persigue hacerse con algo, y dado que no es lo suficientemente inteligente no encontrará otra forma para hacerse con ese “algo más” que escogiendo el método de tomarlo de otro, por tanto, obtendrá “algo más” causando un “algo menos” a su prójimo. Todo ello, tal como razona Cipolla, no es justo, pero es racional, y si es racional es posible preverlo. Con una persona estúpida es absolutamente imposible poder prever su acción y la razón de ella.
En la “Tercera Ley Fundamental” que establece Cipolla en su reflexión, una criatura estúpida perseguirá un objetivo sin razón, sin un plan preciso, en el tiempo y en el lugar más improbable y más impensable que a uno se le pueda ocurrir. Es decir, no se tiene ningún modo racional de prever el cuándo, el cómo y el porqué, una persona estúpida llevará adelante su ataque, quiero decir, su acción. Acción que invariablemente deviene un ataque, no previsto ni imaginado, contra alguien o contra algo. Frente a un individuo estúpido, por su puesto se está hablando de la estupidez de su razonamiento, se está por completo a su merced. De hecho, la actividad y el movimiento de una criatura estúpida son absolutamente erráticos e irracionales. Pero además, a diferencia de la persona inteligente, que sabe que lo es, o del bandido, que es consciente de que es un bandido, en el caso del estúpido no sabe que lo es, estúpido. Esto es algo que contribuye potencialmente a darle mayor fuerza, incidencia y eficacia en su devastadora acción. En fin, “con la sonrisa en los labios, como si fuera la cosa más natural del mundo el estúpido contribuirá improvisadamente a desmontar tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida y el trabajo, hacerte perder dinero, tiempo, buen humor, apetito, productividad – y todo ello sin malicia, sin remordimiento, y sin razón. Estúpidamente”.[1]
Pero además, no debemos olvidar que de esa misma acción protagonizada por la persona estúpida saldremos dañados nosotros y, por ser algo consustancial a su propia naturaleza, el estúpido que con su acción ha desencadenado un efecto. Sí, el estúpido, digamos que el “paradigma” del estúpido es aquel que logra finalmente como resultado de su juego una suma cero. Aunque pueda parecer aparentemente que saca beneficio, en realidad, lo que consigue es perjudicar a los demás y, al mismo tiempo, a sí mismo. En este sentido, ni siquiera alcanza el placer del idiota, otro subgénero de individuo al que dedicaremos en otra ocasión un espacio adecuado, se lo merece por su esfuerzo y sufrimiento personales. Sólo sea por su insistencia en una misma idea fija y obsesiva.
Javier Tébar Hurtado es Doctor en Historia Contemporánea
[1] Carlo M. Cipolla, Allegro ma non troppo. La leggi fondamentali della stupidà umana. Il Mulino. Bologna, 1988, pp. 67-69.