
Dos jovenzuelos estudiando al profesor Umberto Romagnoli.
Hoy más que nunca, ciertamente, los laboralistas no pueden limitarse a un rol instrumental y subordinado a una economía que pretende curar los daños producidos con el veneno que los ha provocado. Y eso porque la estrella polar que guía la evolución del derecho del trabajo es su mismo referente social: una persona de carne y hueso que reivindica la titularidad de una serie en continua expansión de intereses materiales e inmateriales pre- y post- ocupacionales. A fin de cuentas, el derecho que del trabajo toma su nombre no puede tomar su razón de ser si no es a condición de reafirmar su matriz de compromiso, reconociendo abiertamente que su origen hace de él una construcción cuya politicidad influencia la jurisprudencia teórica y práctica. De otra manera nunca se habría convertido en un corpus normativo dotado de coherencia y sistematicidad propias en el marco de principios y valores que definen su identidad. Por eso nació como derecho de frontera, en el sentido que desafiaba el orden constituido de los beati possidentes, pero ha crecido con el síndrome del universalismo que no conoce confines.
Son las palabras del maestro Umberto Romagnoli.
