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La primera reacción que se nos viene a las mientes es: a buenas horas, mangas verdes (1). Pero no seremos nosotros quienes nos lamentemos de la lucidez sobrevenida de don José, un personaje extremadamente facundo. De hecho lo que conviene ahora es achucharle a que no deje de hablar sobre el asunto. Es más, haciendo de tripas corazón no hay motivo para ignorarle en la nómina de los que llevan tiempo planteando (casi) lo mismo.
¿Casí? Efectivamente, casi. La norma electoral no es el resultado de un disparate que se concibió de manera improvisada. Fue el resultado de una operación destinada a favorecer –no a los partidos en general-- a unos partidos concretos frente a otros que estuvieron distraídos. Echando mano de mis recuerdos debo decir que en mi casa no estuvimos suficientemente atentos. O, tal vez, pensamos que no sufriríamos los rigores del algoritmo del señor D´Hont.
Por otra parte, don José establece una conexión entre la norma electoral y el poder de las cúpulas de los partidos políticos. Algo posiblemente forzado, porque --para mis pobres entendederas-- el poder de las cúpulas es una variable independiente de la bondad o perversidad de la norma electoral. Por ejemplo, con una ley electoral más representativa del pluralismo (como fue la italiana illo tempore) el poder de la cúpula democristiana era inmenso; de igual manera –espero no herir la delicada piel de algunos de mis conocidos y saludados-- Palmiro Togliatti, un formidable dirigente comunista, le ajustó las cuentas a Giuseppe Di Vittorio impidiendo que fuera en las listas al Parlamento porque había contestado firmemente la posición del vértice comunista cuando la invasión de Hungría por el ejército soviético.
Ahora bien, sea como fuere, don José Bono atina (lo debe saber por experiencia propia): el poder de los grupos dirigentes es enorme. Este es un dato que viene probado por algo tan elemental como la absoluta prelación en la pugna por quién y quiénes serán los mandamases frente al proyecto, sentido y forma-partido de la casa en cuestión. Esto es algo tan evidente que incumbe también a don José, cuya preocupación más particularizada ha sido ésta: que el futuro máximo dirigente de su partido no tenga empacho en gritar “viva España”. Con lo que podría propiciar una sonora grita de sus parciales con los diversos diapasones de tenores, barítonos y bajos que siempre estarían en menores condiciones que el mismísimo Manolo Escobar.
No nos engañemos, la propuesta de la reforma de la ley electoral no está en la agenda de los dos partidos de mayor representación parlamentaria. Pero es algo sobre lo que conviene insistir. Por supuesto, no a palo seco, sino ligada a la regeneración de la vida política española y a la democracia. Y ésta, a su vez, a la defensa de los intereses materiales de la gente de carne y hueso.
(1) La expresión "¡A buenas horas, mangas verdes!", proviene de lo que solía comentar la gente cuando llegaba
Los componentes de