Nota editorial. Este es un artículo de Riccardo Terzi en exclusiva para este blog. Se recibió antes de la gran huelga general del lunes. La versión castellana es obra de
Riccardo Terzi.
No se puede valorar correctamente el significado del nuevo gobierno italiano, presidido por Mario Monti, si no se mira toda la historia política precedente, sobre la larga etapa que ha durado casi veinte años del berlusconismo triunfante y rampante.
Berlusconi tiene seguramente un puesto relevante en la historia italiana por su larga permanencia en el poder, más que cualquier otro líder republicano. Pero sobre todo ha representado una profunda convulsión en el estilo de gobierno, en la cultura, en la comunicación, en el lenguaje dando vida a un fenómento radicalmente nuevo que se acostumbra a definir con una f´rmula un tanto genérica y ambigua: el populismo.
Italia siempre ha sido un país caracterizado por una débil cohesión nacional y por un escaso sentido cívico donde han prevalecido los egoismos individuales, corporativos o municipales con respecto al interés colectivo de la nación. Bastaría con releer el famoso discurso de Giacomo Leopardi sobre las costumbres de los italianos donde esta originaria fragilidad del espíritu público se analiza con enorme crudeza. Así pues, ¿nada nuevo? No, la gran novedad está en el hecho de que en la época berlusconiana la política ha trabajado no para superar los particularismos sino para exasperarlos.
El populismo, si así debemos definirlo, es exactamente esto: impulsar todos los instintos más estrechos y primitivos, y sobre ello construir un potente bloque conservador que impida todo cambio, todo desarrollo democrático. La misma democracia está puesta en crisis porque lo que cuenta es sólamente la fuerza de los intereses establecidos. Mientras que en el pasado todos los grandes partidos de masas desarrollaban una función de equilibrio y educadora, teniendo bajo el control los factores de división y disgregación, con la llegada de la nueva derecha populista ha sucedido lo contrario: el Norte contra el Sur, los ciudadanos italianos contra los inmigrantes; y, más en general, la defensa a ultranza de los propios intereses particulares contra la legalidad. Recordemos hasta qué punto se ha extendido el area de la ilegalidad, de las organizaciones criminales a los fenómenos difusos de la evasión fiscal y el trabajo submergido. El éxito político de Berlusconi tiene ahí su clave interpretativa. Su misma figura es la de una persona empeñada en una lucha permanente contra la legalidad y las reglas, a la búsqueda de una posición de poder que no debe rendir cuentas a nadie. El mito de Berlusconi se ha alimentado de estos bajos fondos de la antipolítica, de desconfianza al Estado y la ley, de individualismo desenfrenado.
Según la famosa fórmula de Margaret Thatcher no existe la sociedad sino sólamente los individuos, y estos están entre sí en una relación de total competición. Berlusconi es la imagen del vencedor y, también su desenfreno moral se corresponde con esa imagen, porque dan sentido alm poder, al éxito del individuo que tiene la fuerza de estar por encima de la ley.
Ahora ha entrado finalmente en crisis toda esta construcción político-ideológica. Son diversos los factores que han determinado la desarboladura del viejo bloque de poder. De un lado, es la reacción de carácter ético-moral, el rechazo de un modelo de vida y de un estilo de gobierno donde todo se juzga en base a las conveniencias privadas y en una difusa red de complicidad. En el mundo católico, particularmente, estas razones han ido enfriando las relaciones con la mayoría del gobierno porque aparecía cada vez más estridente e insostenible el divorcio entre ética y política, entre valores tradicionales y la extremada falta de escrúpulos en el ejercicio del poder.
Pero, sobre todo, son las razones de orden económico y social las que han cambiado todo el cuadro porque ante la dureza y dramaticidad de la crisis los gobiernos de centro-derecha no han sabido proponer ningún camino eficaz y han llevado a Italia a una condición de extrema incertidumbre y precariedad, expuesta y sin defensa a la violencia ofensiva de la expeculación internacional. En el ámbito del trabajo el bloque social ha entrado en crisis, no funcionando la relación privilegiada con Csil y Uil y en el ámbito de la empresa ha crecido una posición de progresiva intolerancia de todas las asociaciones patronales en el diálogo de la inercia e ineficiencia del gobierno. En este punto han faltado a Berlusconi todos sus treadicionales punto de apoyo y se aguantaba sólo gracias a la compraventa de algún diputado que otro. Lo que sólo hacía que aumentar su descrédito con una caída vertiginosa de todos los índices de popularidad. Para un gobierno que se aguantaba sobre la imagen y el prestigio personal del líder no podía tener un fin más terrible y todo ello acaba por caer con el estallido de su imagen y popularidad.
Y es en este vacío donde se inscribe la iniciativa de Giorgio Napolitano, Jefe del Estado, por un gobierno de tregua y larga convergencia, presidido por Mario Monti, figura autorizada en el escenario internacional por sus competencias científicas y su papel como comisario en
¿De qué manera hay que juzbar esa salida? Por un lado es el final de un ciclo, el fin del berlusconismo, y en ese sentido se trada indudablemente de un hecho extremadamente positivo porque habíamos acumulado en el pasado reciente un peligrosísimo conjunto de toxinas ideológicas que habían reducido la sociedad italiana a una condición de extrema degradación y habían lacerado profundamente todo el tejido de relaciones. Tengo que advertir que la opinión pública, hoy ya desintoxicada en gran medida de los venenos pasados, mira al gobierno con una actitud de confianza sustancial, apreciando sobre todo el nuevo estilo de sobriedad, seriedad y rigor.
Por otro lado, el gobierno Monti es el resultado del fracaso de la política y el recurso al gobierno de los “técnicos”, como remedio extremo para suplir la incapacidad de la política en sus diversas expresiones y dar una solución a los problemas del país. Hay quien, desde la derecha a la izquierda, se ha rasgado las vestiduras y ha hablado de la suspensión de la democracia, del dominio de un poder no legitimado al no ser un gobierno elegido por los italianos en una libre contienda electoral. En realidad, bajo un manto estrictamente iinstitucional, no hay nada que objetar ya que según nuestra Constitución somos un sistema parlamentario, no presidencial, y es el Parlamento la única fuente de legitimidad de los gobiernos. Y el Gobierno Monti se ha formado sobre la base de una fuerte mayoría parlamentaria, debiendo poner a aprobación del Parlamento todas sus decisiones. Con ello no entiendo ignorar la anomalía de esta solución, pero se trata de un pasaje de transición ya experimentado en otros momentos, por ejemplo con los gobiernos de Ciampi y Dini: una solución de emergencia en el momento en que el sistema de partidos no está en condiciones de garantizar una condición de estabilidad y de regular el funcionamiento de las instituciones. El recurso al gobierno “técnico” es un signo de fragilidad de la vida democrática. Pero esta fragilidad no es de ahora sino la consecuencia de todo el anterior curso berlusconiano que ha debilitado todas las estructuras democráticas del país. El gobierno Monti es sólo una solución transitoria, de emergencia que exije a las fuerzas políticas la responsabilidad de repensar su papel y de reproyectar el futuro del país sobre la base de programas alternativos claros.
¿Puede ser útil una fase de tregua? Pienso que sí, a condición de que los partidos sepan renovarse profundamente, para abrir de verdad una nueva fase de nuestra vida política. Podemos expresarlo así: estamos en un punto en que ha quedado evidente la crisis de la política y la necesidad de un trabajo global de reconstrucción. Monti no representa la solución, pero tiene el mérito de limpiar el ambiente de retóricas, demagogias y populismos para llevar al país a la necesidad de una discusión clara sobre las opciones programáticas. En este punto son los partidos los que deben saber reorganizarse.
El nuevo gobierno ha presentado una global y dura ley presupuetaria que se mueve en diversas direcciones: en la protección social, vivienda, costes de la política y propuestas contrarias a la evasión fiscal. Está en marcha la discusión parlamentaria, y hay una iniciativa, finalmente unitaria, de las organizaciones sindicales más representativas para conseguir una corrección de las propuestas presupuestarias en materia de equidad social (1). Por ahora no sabría decir cual será la conclusión de todo ello. La línea del gobierno representa exactamente las orientaciones dominantes de todas la instituciones europeas poniendo en primer lugar la exigencia del rigor, la contención del gasto, el equilibrio presupuestario, la política de austeridad... Y es evidente que esta orientación comportará elevados costes sociales y efectos recesivos sobre el funcionamiento global de la economía. Creo que es el momento de una discusión política que encare todo el tema de la crisis de una manera más abierta, explorando todas las posibles vías alternativas sin aceptar el “pensamiento único” de la ortodoxia neoliberal. Con posibles otros caminos, y es la obligación de las fuerzas de izquierda dar un nuevo sentido al proyecto europeo, poniendo en el centro el trabajo, la igualdad y los derechos sociales.
Pero esto es un trabajo de larga perspectiva, y no se puede pretender de un gobierno técnico un valiente cambio de ruta respecto a la cultura económica dominante. Hoy por hoy debemos intervenir en la cuestión presupuestaria para hacerla más sostenible en beneficio de la cuestión social y más atenta a las razones de la equidad. Pero es preciso, y rápidamente, mirar más allá de la “tregua” y proyectar las ideas de un futuro programa de gobierno, en el cuadro de una nueva dimensión europea. Es un programa que está abierto en todos los grandes países de Europa. Y es urgente que la izquierda se reorganice y defina con claridad y coraje un punto de vista alternativo respecto a las políticas neoliberales que hoy son dominantes.
(1) Que no ha sido posible como ha quedado demostrado por la huelga general de ayer. Nota del traductor.