Es urgente que privaticemos el Senado. Sin másdilación y sin albergar duda alguna. Ese cementerio de elefantes con algunastapas variadas es un trasto que con toda justicia nadie valora lo más mínimo.Incluso quienes lo pueblan –no todos, ciertamente-- viven sin vivir allí. Y, como la santa deÁvila, mueren porque no mueren. Me pregunto los motivos de por qué MarianoTermidor no ha incluido ese camaranchón en su paquete de privatizaciones.
Debe quedar claro que dicha operación no comportaría,como es natural, de la condición de senadores a quienes lo fueran o fuesen. Ni,menos todavía, la celebración de elecciones. Las reformas, aunque drásticas,deben ser prudentes y escasamente provocadoras. Así pues, hay que reconvertirla llamada alta cámara en una empresa privada de aproximado interés público. Loque comportaría celebrar unos comicios cuando encartara. Los gastos de todoello deberían ir a cuenta de aquellas firmas empresariales o corporativas quetuvieran interés en estar allí representadas. Por ejemplo, el mundo del bussines que representa Urdangarín podríaconcurrir a las elecciones del nuevo Senado y –como somos partidarios demantener por un tiempo impreciso la figura de la inmunidad parlamentaria— elmencionado sujeto podría acogerse con desparpajo a dicha cobertura.
Voces inquietas, provinentes de la izquierdagesticulante, me avisan de que con tales novedades se corre el peligro deconvertir el Senado en un Patio de Monipodio. Y que votarían enérgicamente encontra de tan inoportuna y precipitada propuesta. Allá ellos. En cambio,notables exponentes de la izquierda desalojada me hacen llegar que están a laespera de conocer la letra pequeña de dicha novación legislativa. Pero que, entodo caso, redactarían una enmienda en la siguiente dirección: “podránconcurrir a las elecciones al nuevo Senado privado aquellas firmas y empresasque se hubieran acogido a la responsabilidad social corporativa”. Una enmiendaque no debería aceptarse porque para ese viaje no se necesitan tales alforjas,propias de tiquismiquis.
La derecha termidoriana (disculpen la redundanciaque se hace adrede) manifiesta su total desacuerdo con la propuesta. “No estáel país para perder tan suculentos momios”, declara un sujeto que pide guardarel anonimato. Y, exhibiendo una cultura no común entre la fauna de su cofradía,acusa a esta propuesta de plagio de un artículo de Arthur Miller, que dijo algosimilar en “Al correr de los años”.
Ahora bien, hemos descubierto las razones profundasde la negativa de la derecha: no quieren ampararse en la legalidad senatorial privadasino en la impunidad de tal como están las cosas.
