El otro día publicábamos el primer ejercicio de redacciónde una pequeña saga de trabajos acerca de la ética empresarial y el mundo delos trabajadores: DEL FORDISMO AL TURBOCAPITALISMO (1) Prometimos su continuación, hela aquí.
Segundo tranco
La autolegitimación y autorreferencialidad delsistema explican la ruptura de los vínculos de la empresa con la sociedad. Unay otra han acentuado, todavía más, el carácter ademocrático de la empresa, queha sido visto por un agudo Umberto Romagnoli de la siguiente manera: “ … en laempresa no existe la posibilidad de un cambio de roles, gobierno y oposiciónpermanecen siempre fijos”. Y en ese clavo remacha Antonio Baylos: “poder sinalternativa, contrapoder que nunca puede substituirlo” [Derecho del trabajo,modelo para armar. Trotta, 1991] Hablando en plata: la ética empresarial seautolegitima y autorreferencia sin aceptar alternativa alguna. Excepto, claroestá, la interferencia del ejercicio del conflicto social que pone enentredicho no el uso del poder empresarial sino el abuso.
Hasta tal punto ha llegado dicha ruptura de losvínculos con la sociedad –una de sus expresiones más generalizadas laceranteses la corrupción generalizada-- se concreta en que el sistema es indiferente asus propios fracasos, siempre justificados con la contundencia de una serie denuevos lenguajes mixtificadores, toscos o sofisticados, que han sido copiados ad nauseam por la gramática política. Indiferentea sus propios fracasos, hemos dicho. Todas las recetas que ha ofrecido elneoliberalismo han llevado a considerables estropicios que dejaron paísesenteros en condiciones aún peores; y, sin embargo, se mantiene el mismo menú yel mismo argumentario. Lo más llamativo es que se sigue planteando la mismaprofilaxis que llevó a la crisis el año 2008. Aunque, aprovechando la ocasión,se apunta contra los derechos de una manera que parece desempolvar la famosafrase de Odilón Barrot: "La legalite nous tue".De ahí los intentos de laminación, por ejemplo, del Derecho del trabajoy su traslado al iusprivatismo. De ahí la intentona de desforestación del welfare (de sus poderes, controles yrecursos) hacia el mundo de los negocios que se autolegitiman yautorreferencian. Barrot es, así las cosas, la panacea, el bálsamo deFierabrás. Y para lo que nos ocupa, la ética del sistema-business. Que insiste machaconamente en ampliardesbocadamente las privatizaciones hasta límites paroxísticos, por ejemplo.
La ética capitalista se propuso, a partir de losaños ochenta, no tanto influir en la política sino hacer de ella su exclusivaprótesis, es decir, un sujeto cooptado. Parodiando el viejo dicho escolásticola filosofía de la política se convirtió en la criada de la teología delsistema. Y para decirlo con cierta contundencia: la política instalada ya no es elpartido-amigo del sistema-business sino su (agradecido) correveidile. De maneraque no es exagerado afirmar que, así las cosas, las democracias han sidopuestas en crisis por el sistema capitalista en su actual expresión que son los(llamados pacatamente) mercados financieros, que Chomsky calificó como “laespuma de las multinacionales”. Unacrisis que no es contingente sino de largo recorrido. Que, además, es vista–como diría Bruno Trentin de manera educada—distraídamente por la izquierdapolítica. En resumidas cuentas, no es una exageración afirmar que los mercadosmandan y los gobiernos gestionan dichos dictados.
Por otra parte el sistemacapitalista, que no sólo ha cooptado a la política, se mueve como Pedro por sucasa en esos amplios territorios de la globalización, favorecido por laausencia de instituciones políticas globales al tiempo que no respeta nisiquiera aquellos organismos en los que está formalmente representado como, porejemplo, la Organización Internacional del Trabajo. Así que, yendo por lo derecho: yano estamos ante una ética local o nacional del capitalismo sino global. De unaglobalización esencialmente triádica, situada en los tres grandes núcleos quedominan la economía mundial: Norteamérica, Europa occidental y el Sudesteasiático. Lo que provoca una catastrófica ruptura del planeta entre esos tresfocos cada vez más integrados y el resto de los países, especialmente los delÁfrica negra, cuyas poblaciones, de un lado, son cada vez más pobres,marginadas y excluidas; y, de otro lado, sojuzgadas por sus propias (macabras)élites locales en dependiente connivencia con los grandes capitales globales.Algo muy parecido a la descripción que se puede ver en 'El sueño de Celta', la última novela de Mario Vargas Llosa. De aquel universo, así en las metrópoliscomo en aquellas tierras de las que habla Vargas, salió la gigantescaacumulación de capital en el siglo XIX. De aquella ética que no aceptabaalternativas surgió el gran desmán, que hogaño quiere reeditarse plenamente.
Yhoy, igual que ayer, estamos ante la violencia del poder privado empresarialtal como ha sido visto por Antonio Baylos y Joaquín Pérez Rey en su ya famosolibro (1). Según Valeriano Gómez y Luís Martínez Noval desde 2002 sehan realizado siete millones de despidos, el 60%, mediante despido exprés en España (2). Lo que me lleva a insinuar algoque me ronda la cabeza de un tiempo a esta parte: el Estado ya no tiene elmonopolio de la violencia. Hoy se trata de un duopolio: el del Estado y el delpoder privado.
(Continuará)