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José Luis López Bulla MÁS ALLÁ DE LA CRISIS (HABLA JOSEP FONTANA)
José Luis López Bulla


      
Josep Fontana*.  

Delo que quisiera hablarles no es tanto de la crisis actual como de lo que estáocurriendo más allá de la crisis: de algo que se nos oculta tras su apariencia.Para explicarlo necesitaré empezar un tanto atrás en el tiempo. 
     Noseducamos con una visión de la historia que hacía del progreso la base de unaexplicación global de la evolución humana. Primero en el terreno de laproducción de bienes y riquezas: la humanidad había avanzado hasta laabundancia de los tiempos modernos a través de las etapas de la revoluciónneolítica y la revolución industrial. Después había venido la lucha por laslibertades y por los derechos sociales, desde la Revolución francesahasta la victoria sobre el fascismo en la Segunda guerra mundial, que permitió elasentamiento del estado de bienestar. No me estoy refiriendo a una visiónsectaria de la izquierda, ni menos aun marxista, sino a algo tan respetablecomo lo que los anglosajones llaman la visión whig de la historia, según lacual, cito por la wikipedia, “se representa el pasado como una progresióninevitable hacia cada vez más libertad y más ilustración”.
     Hastacierto punto esto era verdad, pero no era, como se nos decía, el fruto de unaregla interna de la evolución humana que implicaba que el avance del progresofuese inevitable –la ilusión de que teníamos la historia de nuestro lado, loque nos consolaba de cada fracaso-, sino la consecuencia de unos equilibrios defuerzas en que las victorias alcanzadas eran menos el fruto de revolucionestriunfantes, que el resultado de pactos y concesiones obtenidos de las clasesdominantes, con frecuencia a través de los sindicatos, a cambio de evitar unaauténtica revolución que transformase por completo las cosas.
     Paradecirlo simplemente, desde la Revolución francesa hasta los años setenta del siglo pasadolas clases dominantes de nuestra sociedad vivieron atemorizadas por fantasmasque perturbaban su sueño, llevándoles a temer que podían perderlo todo a manosde un enemigo revolucionario: primero fueron los jacobinos, después loscarbonarios, los masones, más adelante los anarquistas y finalmente loscomunistas. Eran en realidad amenazas fantasmales, que no tenían posibilidadalguna de convertirse en realidad; pero ello no impide que el miedo quedespertaban fuese auténtico.
     Enun articulo sobre la situación actual de Italia publicado en La Vanguardia elpasado mes de octubre se podía leer: “los beneficios sociales fueron el frutode un pacto político durante la guerra fría”. No sólo durante la guerra fría, ano ser que hablemos de una “guerra” de doscientos años, desde la revoluciónfrancesa para acá. Lo que este reconocimiento significa, por otra parte, es queahora no tienen ya inconveniente en confesar que nos engañaron: que no setrataba de establecer un sistema que nos garantizase un futuro indefinido demejora para todos, sino que sólo les interesaba neutralizar a los disidentesmientras eliminaban cualquier riesgo de subversión.
     Losmiedos que perturbaron los sueños de la burguesía a lo largo de cerca dedoscientos años se acabaron en los setenta del siglo pasado. Cada vez estabamás claro que ni los comunistas estaban por hacer revoluciones –en 1968 sehabían desentendido de la de París y habían aplastado la de Praga-, ni teníanla fuerza suficiente para imponerse en el escenario de la guerra fría. Fue apartir de entonces cuando, habiendo perdido el miedo a la revolución, losburgueses decidieron que no necesitaban seguir haciendo concesiones. Y asísiguen hoy. 
     Déjenmeexaminar esta cuestión en su última etapa. El período de 1945 a 1975 había sido en elconjunto de los países desarrollados una época en que un reparto más equitativode los ingresos había permitido mejorar la suerte de la mayoría. Los salarioscrecían al mismo ritmo a que aumentaba la productividad, y con ellos crecía lademanda de bienes de consumo por parte de los asalariados, lo cual conducía aun aumento de la producción. Es lo que Robert Reich, que fue secretario deTrabajo con Clinton, describe como el acuerdo tácito por el que “los patronospagaban a sus trabajadores lo suficiente para que éstos comprasen lo que suspatronos vendían”. Era, se ha dicho, “una democracia de clase media” queimplicaba “un contrato social no escrito entre el trabajo, los negocios y elgobierno, entre las élites y las masas”, que garantizaba un reparto equitativode los aumentos en la riqueza.
     Estatendencia se invirtió en los años setenta, después de la crisis delpetróleo, que sirvió de pretexto para iniciar el cambio. La primeraconsecuencia de la crisis económica había sido que la producción industrial delmundo disminuyera en un diez por ciento y que millones de trabajadores quedaranen paro, tanto en Europa occidental como en los Estados Unidos. Estos fueron,por esta razón, años de conmmoción social, con los sindicatos movilizados enEuropa en defensa de los intereses de los trabajadores, lo que permitióretrasar aquí unas décadas los cambios que se estaban produciendo ya en losEstados Unidos y en Gran Bretaña, donde los empresarios, bajo el patrocinio deRonald Reagan y de la señora Thatcher, decidieron que éste era el momento parainiciar una política de lucha contra los sindicatos, de desguace del estado debienestar y de liberalización de la actividad empresarial.
     Lalucha contra los sindicatos se completó con una serie de acuerdos delibertad de comercio que permitieron deslocalizar la producción a otros países,donde los salarios eran más bajos y los controles sindicales más débiles, eimportar sus productos, con lo que los empresarios no sólo hacían mayoresbeneficios, al disminuir sus costes de producción, sino que debilitaban lacapacidad de los obreros de su país para luchar por la mejora de suscondiciones de trabajo y de su remuneración: los salarios reales bajaron en un7 por ciento de 1976 a2007 en los Estados Unidos, y lo han seguido haciendo después de la crisis.
     Asise inició lo que Paul Krugman ha llamado “la gran divergencia”, el procesopor el cual se produjo un enriquecimiento considerable del 1 por ciento de losmás ricos y el empobrecimiento de todos los demás. En los Estados Unidos, quecitaré con frecuencia por dos razones –porque disponemos de buenas estadísticassobre su evolución y porque lo que sucede allí es el anuncio de lo que va apasar aquí más adelante-, se pudo ver en vísperas de la crisis de 2008 que este1 por ciento de los más ricos recibía el 53 por ciento de todos los ingresos(esto es más que el 99 por ciento restante).
     Enlas primeras etapas este proceso tal vez resultaba poco perceptible; perocuando sus efectos se fueron acumulando acabaron despertando la conciencia deuna desigualdad social en constante aumento. En mayo de 2011 Joseph Stiglitzpublicó un artículo que se titualaba: “Del 1%, para el 1% y por el 1%”, dondedecía que los norteamericanos, que estaban contemplando cómo se producían enmuchos países, por ejemplo en los de la primavera árabe, protestas contraregímenes opresivos que concentraban una gran masa de riqueza en las manos deuna élite integrada por muy pocos, no se daban cuenta de que esto ocurríatambién en su propio país.
      Este del 1 por ciento ha sido uno de los lemas principales de los movimientosde ocupación que se han desarrollado en diversas ciudades norteamericanas. PeroKrugman ha hecho un análisis aún más afinado que muestra que es en realidad el0’1 %, esto es el uno por mil de los norteamericanos, los que concentran lamayor parte de esta riqueza. “¿Quiénes son estos del 1 por mil?, se pregunta¿Son heroicos emprendedores que crean lugares de trabajo? No. En su mayor parteson dirigentes de compañías (...) o ganan el dinero en las finanzas”.
     Losresultados a largo plazo de la gran divergencia, que se iniciaba en EstadosUnidos y en Gran Bretaña en los años setenta y se extendió después a Europa,transformaron profundamente nuestras sociedades. Las consecuencias de unainmensa redistribución de la riqueza hacia arriba no sólo se han manifestado enel empobrecimiento relativo de los trabajadores y de las clases medias, sinoque han dado a los empresarios una influencia política con la cual, a partir deese momento, les resulta cada vez más fácil fijar las reglas que les permitenconsolidar su poder.
     Estaredistribución hacia arriba no es el resultado natural del funcionamiento delmercado, como se pretende que creamos, sino el de una acción deliberada. Suorigen es netamente político. El primer programa que inspiró este movimiento loexpresó Lewis Powell en agosto de 1971 en un “Memorándum confidencial. Ataque alsistema americano de libre empresa”, escrito para la “United States Chamber ofCommerce”, que se encargó de hacerlo circular entre sus asociados. Powelldenunciaba el riesgo que implicaba el avance en la sociedad norteamericana deideas contrarias al “sistema de libre empresa”, expuestas no sólo porextremistas de izquierda, sino por “elementos totalmente respetables delsistema”, e insistía en la necesidad de combatirlas, sobre todo en el terrenode la educación.
     Elmemorándum tenía una primera parte sobre la amenaza que representaban los“estudiantes universitarios, los profesores, el mundo de los medios decomunicación, los intelectuales y las revistas literarias, los artistas y loscientíficos”, y proponía planes de ataque para limpiar las universidades yvigilar los libros de texto, para lo cual pedía a las organizacionesempresariales que actuasen con firmeza. No me ocuparé ahora de esta batalla delas ideas, que ha llegado hoy al extremo de proponer la eliminación de laescuela pública, sino de otra parte del memorándum que tendría consecuenciasmás inmediatas y trascendentales. Powell advertía: “No se debe menospreciar laacción política, mientras esperamos el cambio gradual de la opinión pública queha de conseguirse a través de la educación y la información. El mundo de losnegocios debe aprender la lección que hace tiempo aprendieron los sindicatos yotros grupos de intereses. La lección de que el poder político es necesario;que este poder debe cultivarse asiduamente y que, cuando convenga, hay queusarlo agresivamente y con determinación”.
     Paraemprender este programa se necesitaban organizaciones empresariales potentes,que dispusieran de recursos suficientes. “La fuerza reside en la organización,en una planificación y realización persistentes durante un período indefinidode años”. Este llamamiento a la lucha política tuvo efectos de inmediato en laactividad de las asociaciones empresariales y sobre todo de la “United StatesChamber of Commerce”, que pretende ser hoy “la mayor federación empresarial delmundo, en representación de los intereses de más de 3 millones de empresas”.Estas asociaciones no solo emprendieron grandes campañas de propaganda, sinoque acentuaron su participación en las campañas electorales a través de Comitésde Acción Política, en una actividad que ha aumentado considerablemente desde2009, tras la decisión del Tribunal supremo Citizens United, que haliberalizado las inversiones de las empresas en la política, en nombre delderecho a la libre expresión (esto es, considerando a las empresas comopersonas y atribuyéndoles los mismos derechos). La gran cuantía de recursosproporcionados por los empresarios explica, por ejemplo, que la United StatesChamber of Commerce invirtiese en las elecciones norteamericanas de 2010 másque los comités de los dos partidos, demócrata y republicano, juntos.
     Nose trata tan sólo de donativos para las campañas, sino también de formasdiversas de pagar sus servicios a los políticos, entre ellas la de asegurarlesuna compensación cuando dejan la política. Y, sobre todo, de la aactuaciónconstante de los llamados “lobbyists”, que atienden las peticiones de lospolíticos. En el pasado año 2011 se calcula que las empresas han gastado 3.270millones de dólares en atender a los congresistas y a los altos funcionariosfederales. Las 30 mayores compañías gastaron entre 2008 y 2010 más en esto queen pagar impuestos.
     ¿Queha conseguido el mundo empresarial con este asalto al poder? En julio del añopasado, Michael Cembalest, jefe de inversiones de JPMorgan Chase, escribía, enuna carta dirigida tan sólo a sus clientes, que se conoció porque la descubrióun periodista, que “los márgenes de beneficio han conseguido niveles que no sehabían visto desde hace décadas”, y que “las reducciones de salarios yprestaciones explican la mayor parte de esta mejora”. “La compensación por eltrabajo está en los Estados Unidos en la actualidad al mínimo en cincuenta añosen relación tanto con las cifras de ventas de las empresas como del PIB de losEstados Unidos”.
     Otrobeneficio indiscutible ha sido la disminución de sus contribuciones al sosténdel estado. El peso político creciente de las empresas ha conducido a lasituación paradójica de que éstas escapen a la fiscalidad por la doble vía de negociarrecortes de impuestos y exenciones particulares, y de tener libertad paraaflorar los beneficios en las subsidiarias que tienen en paraísos fiscales,donde apenas pagan impuestos. Un estudio de noviembre de 2011 concluye que elconjunto de las 280 mayores empresas de los Estados Unidos no han pagado en lostres años últimos más que un 18’5 % de sus beneficios. Pero es que una cuartaparte de éstas han pagado menos del 10%, y 30 de las más grandes no han pagadonada en tres años, sino que encima han recibido devoluciones. Lo que se dice delas empresas se aplica también a los empresarios: de 1985 a 2004 los 400americanos más ricos han pasado de pagar un 29 por ciento de sus ingresos a tansólo un 18 por ciento, mucho menos que los pequeños comerciantes o lostrabajadores a sueldo. Y cuando Obama pretendió que quienes ganasen más de unmillón de dólares al año pagasen el mismo tipo que el ciudadano medionorteamericano, no consiguió que el congreso aprobase la medida. Como ha dichoStiglitz "Los ricos están usando su dinero para asegurarse medidasfiscales que les permitan hacerse aun más ricos. En lugar de invertir entecnología o en investigación, obtienen mayores rendimientos invirtiendo enWashington”.
     Hayun tercer aspecto de estos beneficios que es la desregulación de la leyes quecontrolan algunos aspectos de la actividad empresarial. Un estudio reciente dedos economistas del Fondo Monetario Internacional, que han analizado el papelde las contribuciones económicas de las empresas en la política, llega a laconclusión, que les leo literalmente, de que “el gasto realizado estádirectamente relacionado con la posibilidad de que un legislador cambie depostura en favor de la desregulación”. Esto, que en el sector de la industriales ha permitido reducir, o incluso anular, los gastos relacionados con elcontrol de la polución, ha tenido en la actividad financiera unas consecuenciasque son las que han conducido directamente a la crisis de 2008.
     Graciasa la supresión de controles sobre sus actividades, que culminó  durante lapresidencia de Clinton, las entidades financieras pudieron lanzarse a un juegoespeculativo con derivados y otros productos de alto riesgo, que parecían máspropios de un casino de juego que de la banca, mientras los dirigentes de la Reserva Federalestimulaban el optimismo de los especuladores, rebajando los tipos de interés yanimando al público a que gastase, a que comprase casas con créditoshipotecarios e invirtiese en operaciones financieras de riesgo.
     Estafiebre especuladora se producía en un país que, como resultado de sudesindustrialización, estaba convirtiendo en una actividad fundamental elsector FIRE (Finance, Insurance and Real Estate; o sea Finanzas, seguros ynegocio inmobiliario). Una desindustrialitzación semejante se ha producido enGran Bretaña, que de ser “la fábrica del mundo” quiso convertirse en “el bancodel mundo”, y que vive ahora con la angustia de lo que puede suceder si pierdeesta gran fuente de exportación de servicios, teniendo en cuenta la situaciónde una economía en que “la demanda doméstica será probablemente escasa enmuchos años (...), mientras los consumidores se esfuerzan en hacer frente a susdeudas y el gobierno batalla por reducir el déficit presupuestario”.
     Nuestrasituación es más compleja, ya que si bien hemos perdido el tejido industrialtradicional, contamos con una consideable industria de propiedad extranjera ala que proporcionamos trabajo barato, o sea que nos ha tocado el papel dereceptores de la industria que otros países más prósperos deslocalizan, y queconservaremos mientras les sigamos garantizando salarios bajos. Lo cual memueve a preguntarme cómo se explica que, si el trabajo de nuestros obreros espoco competitivo, como se argumenta para proponerles rebajas de sueldos yderechos, Volkswagen, Ford, o Renault se vengan a fabricar coches aquí. En loque sí nos vamos pareciendo a las economías avanzadas es en el peso dominanteque ha adquirido entre nosotros el sector financiero.
     Lainfluencia política adquirida por los empresarios explica por qué, cuando se haproducido la crisis -en Norteamérica, en Gran Bretaña o en España- el estado hacorrido a salvar las empresas financieras con rescates multimillonarios; perono ha hecho un esfuerzo equivalente por remediar la situación de los muchosciudadanos que pierden sus hogares, al ser incapaces de seguir pagando lashipotecas, ni por asegurar estímulos a las actividades productivas con el finde combatir el paro.
     Lejosde ello, lo que se ha hecho, para justificar los sacrificios que se estánimponiendo a la mayoría, es difundir la fábula de que la crisis económica sedebe al excesivo coste de los gastos sociales del estado, y que la soluciónconsiste en aplicar una brutal política de austeridad hasta que se acabe con eldéficit del presupuesto, lo cual, como veremos, resulta imposible a partir deesta política.
     Merecela pena escuchar esta historia como la cuenta Krugman: “En el primer acto losbanqueros se aprovecharon de la desregulación para lanzarse a una especulacióndesbordada, hinchando las burbujas con préstamos incontrolados; en el segundolas burbujas estallaron y los banqueros fueron rescatados con dinero de loscontribuyentes, mientras los trabajadores sufrían las consecuencias, y en eltercero, los banqueros decidieron emplear el dinero que habían recuperado enapoyar a políticos que les prometían bajarles los impuestos y desmontar laspocas regulaciones que se habían impuesto tras la crisis”. ¿Piensan ustedes queesta es una historia exótica, que sólo puede referirse a los Estados Unidos?Pues no; nosotros también tuvimos una burbuja inmobiliaria desbordada, hinchadacon los créditos que concedieron bancos y cajas de ahorro. Ahora estamos en elsegundo acto, el del rescate “mientras los trabajadores sufren lasconsecuencias”. Nos queda el desenlace, ese tercer acto que, si no se hace algopara evitarlo, será parecido: esto es, que se recuperarán los bancos, pero nolos puestos de trabajo, tal como está ocurriendo hoy en los Estados Unidos.  
     Nadieignora que la austeridad es incompatible con el crecimiento económico. PeterRadford lo sintetiza en pocas palabras: “La austeridad disminuye una economía.Es un acto de retroceso. Disminuye la demanda. Los ingresos caen. Pagar lasdeudas a partir de una menor cantidad de dinero significa que hay menos dineropara otros gastos. Del crecimiento se pasa a la decadencia”. 
     Unarevisión del pasado demuestra que la política de austeridad nunca ha funcionadoy que no tiene sentido en la situación actual. Lo sostiene, por ejemplo,Richard Koo, economista jefe del Nomura Research Institute de Tokio, quien,tras haber analizado comparativamente la crisis económica de los años treinta,las décadas perdidas de Japón y la crisis actual en Estados Unidos y en la“eurozona”, concluye que:
     “Aunqueevitar el gasto público exagerado es el modo adecuado de proceder cuando elsector privado de la economía está en plena forma y maximiza los beneficios,nada resulta peor que la restricción del gasto público cuando un sector privadoen mal estado está reduciendo sus deudas”. Actuar sobre una economía que ahorrapero no invierte reduciendo el gasto público no hace más que agravar susituación. Koo sostiene que la crisis, que empezó en el sector inmobiliarioestadounidense, sigue siendo una crisis bancaria, que ha acabado contagiando ala economía y a las cuentas públicas, y que pensar que estos problemas seresuelven “con una sobredosis de ajustes” y con reformas constitucionales “esun completo disparate”.
      Más contundente aun es la opinión que Krugman ha expresado esta misma semana:“Lo más indignante de esta tragedia es que es totalmente innecesaria. Hacemedio siglo, cualquier economista (…) os podía haber dicho que austeridad entiempos de depresión era una muy mala idea. Pero los políticos, los entendidosy, siento decirlo, muchos economistas decidieron, sobre todo por razonespolíticas, olvidar lo que sabían. Y millones de trabajadores están pagando elprecio de su deliberada amnesia”.
     Noha sido la deuda pública la causa de la crisis de los países del sur de Europa.Un análisis de las cifras de las últimas décadas muestra que los problemas deestos países no proceden de un exceso de gasto público, sino que son unaconsecuencia de la propia crisis. Un análisis de la relación que ha existidoentre la deuda pública y el PIB de estos países, demuestra que estuvo mejorando(esto es disminuyendo) hasta 2007. El endeudamiento posterior del estado esconsecuencia de las cargas que ha asumido como consecuencia de la crisisbancaria, no de un exceso anterior de gasto público. Si leen ustedes la prensa,fijándose en los datos que ofrece y no en la doctrina que predica, verán que loque realmente preocupa a nuestros gobernantes es cómo remediar el problema quepara el sistema bancario representan las grandes inversiones inmobiliariasefectuadas en años de euforia en que estas fantasías se estaban financiando connuestros ahorros.
     Noimporta que economistas galardonados con el Premio Nobel, como Stiglitz yKrugman, condenen la política de austeridad. Porque resulta que, en realidad,esta política beneficia a los mismos que han causado el desastre y favorece lacontinuidad de su enriquecimiento. Como dice Michael Hudson: “No hay ningunanecesidad (...) de que los dirigentes financieros de Europa impongan unadepresión a la mayor parte de su población. Pero es una gran oportunidad deganancia para los bancos, que han conseguido el control de la políticaeconómica del Banco Central Europeo (...). Una crisis de la deuda permite a lala élite financiera doméstica y a los banqueros extranjeros endeudar al restode la sociedad”.
     Losresultados se pueden ver ya en la experiencia de Grecia, donde las medidas deausteridad impuestas por la Unión Europa y el FMI están poniendo en peligro el propiocrecimiento económico, y tienen unas durísimas consecuencias sociales: lossuicidios y el crimen aumentan, la masa de los nuevos pobres está integrada porjóvenes que no encuentran trabajo y por personas de media edad que han perdidoel suyo, mientras faltan en los hospitales los medicamentos esenciales,incluyendo las vacunas, lo que puede conducir a que resurjan allí lapoliomielitis o la difteria.
     Estecomienza a ser también el caso de España, donde la prensa anuncia que el PP sepropone ahorrar este año 6.000 millones en medicamentos. Como dice PeterRadford: “¡Que se lo digan a los españoles! Ellos han probado ya toda estahistoria de la austeridad. Tanto que la tasa de paro es del 23%, mientras lasmedidas que lo han producido no han conseguido frenar el déficit público, queestá a punto de superar el límite del 8% que el gobierno español se habíafijado como objetivo. ¿Se imaginan lo que ocurrirá ahora? Que los españoles vana ver aumentar su sufrimiento. Están insistiendo en más austeridad paraestrujar su economía cada vez más”. Y ello, añade, “para reducir un déficit quees menor que el de los Estados Unidos o el de Gran Bretaña”.
     Unareflexión adicional acerca del carácter más “empresarial”  que“público” de la crisis nos la puede proporcionar una información publicadapor el New York Times el 25 de diciembre pasado, que nos advierte que lacrisis de los bancos europeos, que les está obligando a deshacerse de activos,crea buenas oportunidades de negocio para las empresas financierasnorteamericanas que, a pesar de sus problemas, están lanzándose a comprar enEuropa. En efecto, en un artículo publicado en La Vanguardia del15 de enero pasado –y el hecho mismo de que un periódico conservador publiqueeste tipo de análisis demuestra el desconcierto reinante entre nuestraburguesía- no sólo se explica que los fondos de inversión norteamericanos sehan lanzado a comprar “gangas” europeas, como empresas y bancos devaluados porla propia política de austeridad, sino que se nos dan las razones: “La crisisbancaria europea está beneficiando a los fondos extranjeros que aguardan a laspuertas de Europa”. Por una parte compran empresas que han perdido valor porquelos bancos se niegan a darles crédito, a lo cual se añade que las medidas derecapitalización impuestas a los bancos les han forzado a “vender activos porun valor de billones de euros”. Wim Butler, del Citi Group, no dudó en decir enuna conferencia pronunciada en Bruselas: “De aqui a unos años todos los bancoseuropeos pertenecerán a extranjeros”.
     Laspolíticas restrictivas han llegado a tal punto de irracionalidad que desde elpropio Fondo Monetario Internacional se ha comenzado a advertir a losdirigentes políticos europeos: “En la medida en que los gobiernos piensan quedeben responder a los mercados, pueden ser inducidos a consolidar demasiadoaprisa, incluso desde el simple punto de la sostenibilidad de la deuda”. Comoustedes saben, el presidente actual de nuestro gobierno ya ha dicho, cuando seaprestaba a rendir pleitesía a la señora Merkel, que lo primero es cumplir conel deber de sanear los bancos y reducir el gasto público: los puestos detrabajo, los hospitales o las escuelas no son prioritarios.
     Hayrazones que ayudan a entender la inhumanidad de este capitalismo depredador.Richard Eskow, que trabajó en un tiempo para Wall Street dice: “La gente quesufre por los efectos de los presupuestos austeros no son de la clase de losque [estos capitalistas] conocen personalmente, sino que se trata de empleadospúblicos, como maestros, policías, bomberos o funcionarios de programassociales; de gente que necesita de ayudas del gobierno, como los pobres; y deotros de la clase media que han tenido la temeridad o de hacerse viejos o desufrir una incapacidad”. En realidad los “super-ricos” no sólo se sientenajenos a todos estos, sino que en el fondo los desprecian.
     Loocurrido en los últimos años en la sociedad norteamericana, que fue la primeraen implantar estas reglas, nos indica la clase de futuro a que nos conduce atodos la austeridad. Dos noticias de prensa publicadas alrededor de la Navidad del año pasadoilustran sus dos caras. Sabemos, por una parte, que la “paga” de los dirigentesde las 500 mayores empresas aumentó en un 36’5 por ciento en 2010, al propiotiempo que aumentaba en 1.600.000 el número de los niños norteamericanos sinhogar, lo que representa un aumento de un 38 por ciento respecto de 2007. Elaño pasado, el de 2011, no ha sido tan bueno para los negocios de Wall Street;pero sabemos ya que esto no va a afectar las pagas millonarias de losdirigentes de Citigroup o de Morgan Chase, que van a cobrar más de veintemillones de dólares.
     Losempresarios son conscientes de que el aumento de la desigualdad es nefasto parael crecimiento económico, en términos globales. Como señala Robert Reich: “Contanta parte de los ingresos y de la riqueza concentrada en los más ricos, laamplia clase media no tiene ya el poder adquisitivo necesario para comprar loque la economía es capaz de producir (...). El resultado es la generalizacióndel estancamiento y del paro”. Un memorándum de la Reserva Federalnorteamericana de 4 de enero recuerda que el 70 por ciento de la economíanacional depende del gasto de los consumidores, y que la recuperación no seráposible si no aumenta la capacidad de consumo de la clase media.
     Esteplanteamiento sobre el interés general no afecta sin embargo a los interesesinmediatos de los más ricos, puesto que una reducción global del crecimiento noimplica una reducción simultánea de sus beneficios, que han seguido aumentando.Y se están, además, adaptando a la nueva situación, con la esperanza de obtenercada vez mayores beneficios. El 16 de octubre de 2005 Citigroup, la mayorempresa financiera del mundo, publicaba un informe con el título de Plutonomía,al que de momento se prestó poca atención, hasta que, cuando comenzó a hacersefamoso, Citigroup se preocupó de eliminarlo por completo de la red.
     Elinforme proponía el término “plutonomía” para designar los países en que elcrecimiento económico se había visto promovido, y en gran medida consumido, porel pequeño grupo de los más ricos. Sostenía que “el encarecimiento de losactivos, una participación creciente en los beneficios y el trato favorable porparte de gobiernos partidarios del mercado han permitido a los ricos prosperary capitalizar una proporción creciente de la economía en los países de plutonomía”.Lo ilustraba con las cifras de la desigualdad de la distribución de la riquezaen los Estados Unidos, que comentaba con estas palabras: “No tenemos unaopinión moral acerca de si esta desigualdad de los ingresos es buena o mala; loque nos interesa es que es importante”. Opinaban, además, que las fuerzas quehabían llevado a este aumento de la desigualdad en los veinte años últimos eraprobable que continuasen en los años próximos. De lo cual había que deducir quese crearía un entorno positivo para la actividad de empresas que vendiesenbienes o servicios a los ricos.
     Suconclusión final era: Hemos de preocuparnos menos de lo que el consumidor mediovaya a hacer, ya que la conducta de este consumidor es menos relevante para elagregado final, que de lo que los ricos vayan a hacer. Esta es simplemene unacuestión de matemáticas, no de moralidad, concluían.
      Ydebían tener razón, porque sabemos que las empresas de bienes de lujo (o, comose dice en el negocio, de “bienes para individuos de un valor extremo”, que TheEconomist nos aclara que son aquellos pra los que “un bolso de 8.000dólares es una ganga”) están aumentando espectacularmente. LVMH –o sea LouisVuitton Moët Hennessy- creció en un 13% en la primera mitad de 2011 con ventasde 10.300 millones. Una noticia publicada recientemente en la prensa nos diceque mientras la matriculación de automóviles disminuyó en su conjunto en Españaen el año 2011, la excepción han sido los de lujo, cuya matriculación haaumentado en un 83’1 por ciento.
      “Enalgún momento –habían avisado los analistas de Citigroup- es probable que lostrabajadores se opongan al aumento de beneficios de los ricos y puede haber unareacción política contra el enriquecimiento de los más acomodados”, pero “novemos que esto esté ocurriendo, aunque hay síntomas de crecientes tensionespolíticas. De todos modos mantendremos una extrecha observación de losacontecimientos”.
      Laofensiva empresarial no se limita, por otra parte, a buscar ventajastemporales, sino que aspira a una transformación permanente del sistemapolítico. En los Estados Unidos se está tratando de dificultar el acceso alvoto a amplias capas de la población que se consideran poco afines a losprincipios de la derecha: ancianos, minorías étnicas, pobres... En laactualidad hay en Norteamérica 12 estados que han introducido medidasrestrictivas del derecho a votar (otros 26 las están gestionando), la másimportante de las cuales es la exigencia de un documento de identidad comovotante, para cuya obtención se exige la presentación de documentos como elcarnet de conducir o la acreditación de una cuenta bancaria. No sin problemas.En julio de 2011 el documento le fue negado en Wisconsin a un joven, con elargumento de que el comprobante de su cuenta de ahorro, que presentaba comoidentificación, no mostraba bastante actividad reciente com para servir paraesta finalidad. Más del 10 por ciento de ciudadanos norteamericanos no tienenestas identificaciones, y la proporción es todavía mayor entre sectores quenormalmente votan por los demócratas, incluyendo un 18 por ciento de votantesjóvenes y un 25 % de los afroamericanos.
     Perola amenaza a la democracia no necesita formularse con medidas legales delimitación del voto, porque el camino más efectivo es el control de lospolíticos por parte de la oligarquía financiera. Robert Fisk hacíarecientemente una comparación entre las revueltas árabes y las protestas de losjóvenes europeos y norteamericanos en un artículo que se titulaba “Losbanqueros son los dictadores de Occidente”, en que decía: “Los bancos y lasagencias de evaluación se han convertido en los dictadores de occidente. Comolos Mubarak y Ben Alí, creen ser los propietarios de sus países. Las eleccionesque les dan el poder –a través de la cobardía y la complicidad de losgobiernos- han acabado siendo tan falsas como las que los árabes se veíanobligados a repetir, década tras década, para ungir a los propietarios de supropia riqueza nacional”. Los partidos políticos, afirma Fisk, entregan elpoder que han recibido de los votantes “a los bancos, los traficantes dederivados y las agencias de evaluación, respaldados por la deshonesta panda deexpertos de las grandes universidades norteamericanas, (…) que mantienen laficción de que esta es una crisis de la globalización en lugar de una trampafinanciera impuesta a los votantes”.
     MichaelHudson, profesor de la Universidad de Missouri, que había sido analista y asesor enWall Street, denuncia en un texto sobre lo que llama “la transición de Europade la socialdmeocracia a la oligarquía financiera”, los efectos de laspolíticas de austeridad: “Una crisis de la deuda facilita que la élitefinanciera doméstica y los banqueros extranjeros endeuden al resto de lasociedad (...) para apoderarse de los activos y reducir el conjunto de lapoblación a un estado de dependencia”. A lo que añade que la clase de guerraque se extiende ahora por Europa tiene objetivos que van más allá de laeconomía, puesto que amenaza convertirse en una línea de separación históricaentre una época caracterizada por la esperanza y el potencial tecnológico, yuna nueva era de desigualdad, a medida que una oligarquía financiera vareemplazando a los gobiernos democráticos y somete a las poblaciones a unaservidumbre por deudas. El resultado es “un golpe de estado oligárquico en quelos impuestos y la planificación y el control de los presupuestos están pasandoa manos de unos ejecutivos nombrados por el cártel internacional de losbanqueros” (no sé si será oportuno recordar que nuestro actual ministro deeconomía procede del sector bancario norteamericano).
     Hayun aspecto de estos problemas en el que nos conviene reflexionar. Randall Wraysostiene que la crisis norteamericana de 2008 no la causó la insolvencia de lashipotecas basura, porque su volumen no era suficiente como para haber provocadopor si sólo este desastre, sino que ésta fue simplemente la chispa quedesencadenó un incendio cuyas causas profundas eran el estancamiento de lossalarios reales y la desigualdad creciente, que empujaban a la economía lejosde una actividad centrada en la producción hacia otra esencialmente financiera,dedicada al manejo del dinero. Lo más grave de esta interpretación –advierte-es que, dado que estas causas profundas no sólo no se han remediado, sino queson más graves ahora que en 2008, pudiera ocurrir que una chispa semejante,como la insolvencia de uno de los grandes bancos norteamericanos o un problemagrave en la banca europea, volviera a iniciar una nueva crisis, tal vez peor. 
     Espor esto que necesitamos evitar el error de analizar la situación que estamosviviendo en términos de una mera crisis económica –esto es, como un problemaque obedece a una situación temporal, que cambiará, para volver a lanormalidad, cuando se superen las circunstancias actuales-, ya que esto conducea que aceptemos soluciones que se nos plantean como provisionales, pero que secorre el riesgo de que conduzcan a la renuncia de unos derechos sociales quedespués resultarán irrecuperables. Lo que se está produciendo no es una crisismás, como las que se suceden regularmente en el capitalismo, sino unatransformación a largo plazo de las reglas del juego social, que hace yacuarenta años que dura y que no se ve que haya de acabar, si no hacemos nadapara lograrlo. Y que la propia crisis económica no es más que una consecuenciade la gran divergencia.
      ¿Qué hemos de hacer? Hay, evidentmente, un primer nivel de urgencia en queresulta obligado luchar por salvar los puestos de trabajo y los niveles devida. El Banco de España se ha encargado de comunicarnos hace pocos días que loque vamos a tener este año, y muy probablemente el siguiente, es más recesión ymás de seis millones de parados. Cuesta poco imaginar la cantidad de EREs y derecortes que esto va a implicar, lo que nos va a obligar a muchos esfuerzospuntuales para salvar todo lo que se pueda.
     Perolo que revela la naturaleza especial de la situación actual es el hecho de quepara la generación que ahora tiene entre 20 y 30 años no va a haber ni siquieraEREs, sino una ausencia total de futuro. Y eso sólo podrá resolverse con unapolítica que vaya más allá de la defensa inmediata de nuestras condiciones devida, para enfrentarse a las políticas de austeridad y que, sobre todo, se propongaacabar con el gran proyecto de la divergencia social que las inspira.
     Comodemostró la gran depresión de los años treinta, cuando eran muchos los quepensaban que el viejo sistema capitalista se había acabado y que el futuro erade la economía planificada por el estilo de la de la Rusia soviética, lacapacidad del capitalismo para superar sus crisis y rehacerse es considerable.
     Elproblema inmediato al que hemos de enfrentarnos hoy no es, como algunospensábamos hace unos años, la liquidación del capitalismo, que debe ser en todocaso un objetivo a largo plazo, porque la verdad es que no disponemos ahora deuna alternativa viable que resulte aceptable para una mayoría. Y lo que nopuede ser compartido con los más, por razonable que parezca, está condenado aquedar en el terreno de la utopía, que es necesaria para alimentar nuestrasaspiraciones a largo plazo, pero inútil para la lucha política cotidiana.
     Loque nos corresponde resolver con urgencia es decidir si luchamos por recuperarcuanto antes un capitalismo regulado, con el estado del bienestar incluido,como se había conseguido cuando los sindicatos y los partidos de izquierda eraninterlocutores eficaces en el debate sobre la política social, o nos resginamosa seguir sufriendo bajo la garra de un capitalisno depredador y salvaje como elque se nos está imponiendo. De hecho, lo que nos proponen las políticas deausteridad es simplemente que paguemos la factura de los costes de consolidarel sistema en su situación actual, renunciando a una gran parte de lasconquistas que se consiguieron en dos siglos de luchas sociales.
     Noes que no haya signos esperanzadores de resistencia. No cabe duda de que lasocupaciones de plazas y las manifestaciones de protesta van a volver a brotar estaprimavera, empujadas por la desesperación. Pero lo más importante es saber sila experiencia de los efectos combinados de los recortes y del aumento de lascargas servirá para devolver el sentido común a quienes dieron el voto a unaderecha que prometía soluciones y se limita ahora a pedirnos sacrificios, o sisus votantes se resignarán a aceptar mansamente las consecuencias de su error.
      Piensoque es urgente, para dar sentido y coherencia a las protestas, que la izquierda–una izquierda real que nazca de más allá de la traición de la socialdemocraciade las terceras vías- elabore nuevas formas de lucha y de mejora, ahora que yahemos aprendido que la idea de que el progreso era el motor de la historia esun engaño y que los avances para el conjunto de los hombres y las mujeres solose han conseguido a través de las luchas colectivas. La semana pasada mepidieron en un diario de Barcelona que opinase acerca de cómo sería dentro decinco años este capitalismo con el que nos ha tocado vivir. Y lo que respondífue que eso dependía de nosotros: que lo que tengamos dentro de cinco años serálo que habremos merecido.  




*Texto íntegro de la conferencia pronunciada en León por el profesor Fontana que,salvo pequeñas variaciones, es la misma que pronunció en la sede de ComisionesObreras de Catalunya en el consell de Comfia.                         
                     

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