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José Luis López Bulla EL ORDEN GLOBAL DE LA DESIGUALDAD (1)
José Luis López Bulla




Juan de Dios Pórtugos, desde la Alquería del Gozco, meenvía (traducido) este artículo de Pierre Carniti, publicado enEguaglianza e Libertà, (www.eguaglianzaeliberta.it) con elruego de –si lo estimo pertinente— sea publicado en este blog. Los deseos de  Juan de Dios son órdenes, máxime si se refieren a los escritos del amigo Pierre Carniti


Pierre Carniti



La desigualdad


No vivimos en un mundo justo.De entrada no hay instituciones y proyectos políticos suficientementecompartidos para poner remedio. Pienso incluso en  la cuestión más debatidaen los últimos tiempos, la de la deuda externa, las desigualdades son yaalarmantes. No son necesarias parábolas franciscanas, tampoco de la retóricadel libro Cuore para darse cuenta de que los pobres se comportan mejor que losricos. Basta echar una ojeada a los estudios del Fondo Monetario Internacionaly tomar en consideración la espantosa cifra de la deuda mundial: casi 40billones de euros. Una cantidad inmensa y durísima. Sin embargo es inexistente,dado que se trata de de dineros ya gastados y no disponibles. El dato que hierela vista es que el 84 por ciento de la deuda la han contratado los paísesindustrializados. Es decir, Europa, Estados Unidos y Japón. Ahí es donde ladeuda alcanza y supera casi siempre el 100 por cien del PIB. En África, Asia yotros países en los márgenes de la riqueza mundial, sin embargo, la deudapública alcanza cerca de un tercio del PIB (33 por ciento). En dinero contantey sonante los pobres tienen más chance a la hora de pagar sus deudas. Los ricosno. Por lo menos, no todos.

Sin embargo, en 2007 estaextraordinaria deuda mundial aumentaba a la mitad. Lo que significa que losestados ricos habían duplicado el recurso al crédito en poquísimos añosgenerando una espiral que ya no se sabe cómo pararla. ¿A dónde ha llevado estasituación? Muy simple. En primer lugar a la utilización de ingentes recursospúblicos para “socializar las pérdidas” que había activado la más gigantesca eirresponsable especulación salvando bancos e intermediarios financieros que,con ese tráfico, habían acumulado enormes beneficios. A continuación laconvicción de poder contar con el crecimiento ininterrupido y constantemediante el acaparamiento de los recursos naturales agotables y sin ningúnpudor por las consecuencias en términos de destrucción medioambiental y elcambio climático. Para intentar hacerle frente todos han negociado nuevasdeudas (a propósito: la palabra mágica es “refinanciación”) para pagar lasanteriores deudas. Resultado: cuando la crisis financiera (como era de esperar)se convirtió en crisis de la economía real el mecanismo se encasquilló y ahorael problema no es sólo el de la deuda acumulada sino, además, la suma de losintereses sobre la deuda en un cuadro de crecimiento ralentizado y para algunosnegativo. Baste pensar que Italia gasta sólo en intereses un 11 por ciento desus ingresos fiscales. La media europea es del 6,7 por ciento, que no es pocacosa. Naturalmente, tener detrás de la deuda un Estado fuerte, capaz dedefender su propia moneda no es baladí. Lo demuestran perfectamente Japón(donde la relación entre la deuda y el PIB es la más alta del mundo con cercadel 23 por ciento) y los Estados Unidos (110 por ciento). Mientras que la Unión Europea sufremuchísimo (88,6 por ciento) donde la moneda única debe ajustar las cuentas conotras veinte pequeñas economías nacionales, legislaciones, políticas fiscales,sistemas bancarios, sistemas políticos tendencialmente autárquicos. En esteaño, entre las deudas de los estados y las bancarias, Europa deberá sacar delmaletín 1.900 millardos. Que no existen. Porque quien tiene la balanza enactivo no está dispuesto a meterlos y quien, sin embargo, los tiene en pasivono sabe dónde encontrarlos. Lo que explica por qué el euro y Europa seencuentran seriamente ante el riesgo de implosión.


Para encarar con algunaposibilidad de éxito los nuevos problemas serían necesarias instituciones yproyectos políticos a la altura de los desafíos. Así mismo sería necesaria unacultura política suficientemente convincente para dar una respuesta a lacuestión de la “justicia global”. Con la gran transformación geopolítica, trasel colapso del edificio del socialismo real en su versión soviética al final dela guerra fría en los últimos años del siglo pasado, el debate político-culturalha alumbrado la necesidad de la justicia global. Una teoría a la altura de lademanda de “un mundo más justo”. Fundado en el deseo de libertad, democracia,derechos humanos, la mejora de las condiciones de vida, la reducción de lasdesigualdades. Capaz de medirse con la injusticia universal. Esta necesidadestá todavía por resolver. Ya sea sobre el plano de la doctrina como, y todavíamás, en el terreno de la práctica política. En el plano teórico, porque estámeridianamente claro que la justicia significa a escala mundial y, además, quéesperanza de justicia nos debería inducir a querer en la esfera de lasinstituciones internacionales o globales. Así como, en lo atinente a lasconductas políticas de los Estados que están en condiciones de influir en elorden mundial. Por otro lado, las cuestiones teóricas y normativas estánestrechamente relacionadas a los problemas prácticos relativos a la víalegítima a interpretar para llegar a un gobierno mundial. Porque talescuestiones se refieren unas instituciones que todavía, en gran parte, noexisten. Mientras tanto, aunque de manera imperfecta e incluso cada vez másinsuficiente, el Estado-nación sigue siendo la sede principal de la legitimidadpolítica. Lo que explica por qué, cuando nos encontramos frente al propósito oal intento de una acción colectiva a escala global (como lo han intentado hacerlos Occupy Wall Street, la Cityy todos los símbolos del dinero, el movimiento del 99 por ciento que se opone alas riquezas, privilegios y stock option del 1 por ciento considerado claseglobal, los Indignados, etc.) no está claro si es o no posible establecer lahipótesis de qué cosa es capaz de jugar un papel que pueda compararse con eldel Estado-nación.

Teniendo en cuenta que este esel estado de la cuestión no se pueden eludir dos temas cruciales. La primera esla relación entre justicia y soberanía. La segunda se refiere a la amplitud ylímites de la igualdad como búsqueda de la justicia. Se trata de dos asuntosconectados, y entrambos tienen una importancia fundamental para determinar sise puede dar formas a un ideal comprensible de justicia global. La cuestión dela justicia y de la soberanía fue estudiada de manera clara por Thomas Hobbesen el Leviatán. Como es sabido, Hobbes en su tratado sostiene que, ya que losverdaderos principios de la justicia se pueden descubrir también confiándosesólo en el razonamiento moral, la justicia efectiva no se puede alcanzar si noes a través de un Estado soberano. Y como el hombre en el estado de naturalezatiene como fin su propia auto conservación está inserto en una inevitable luchapor la supervivencia, lo que comporta la guerra de cada hombre contra todos losdemás (homo homini lupus). De ahí que para que las relaciones entre sereshumanos sean justas es necesario que haya un gobierno. Al mismo tiempo, y enbase a la misma consideración, Hobbes saca la consecuencia que, en el contextointernacional, varios soberanos están inevitablemente contrapuestos entre sí enun estado de guerra. Del que la justicia y la injusticia están ausentes.

Por otra parte, Rawls sitúa conparticular claridad la cuestión de la justicia y la igualdad en Una teoría dela justicia. Rawls sostenía que los requisitos de la justicia liberal incluyenuna fuerte componente de igualdad entre los ciudadanos. Esta última, sinembargo, es una exigencia específicamente política, aplicable sobre la base deuna estructura de Estado-nación (unificado). Sin embargo, no se aplica a lasopciones personales de los individuos que viven en la sociedad en cuestión.Porque constituyen preferencias no políticas. Ni se aplica a las relacionesentre una y otra sociedad, o entre miembros de sociedades diferentes. Ensustancia la justicia igualitaria constituye un requisito que puede serimpuesto a la estructura política, económica y social interna en losEstados-nación, y no es posible extenderla a contextos diferentes que reclamancriterios diferentes. Consigue que, sean cuales sean los principios empleadospara establecer derechos u oportunidades iguales en el ámbito nacional, noparecen aplicables en la esfera global.

Ahora bien, si Hobbes tienerazón, la idea de una justicia global sin un gobierno mundial es una quimera oun espejismo.Si, no obstante, Rawls estuviera en lo cierto, el ideal de unmundo justo debería –o podría-- coincidir al máximo con un mundo de Estados ysociedades más justas en su interior. Para entrambos la posibilidad deperseguir una justicia global resulta una especie de fata Morgana. La realidadconfirma su escepticismo. En cuanto a las instituciones internacionalesexistentes (o, quizás las que se puedan existir como hipótesis) su función sederiva del poder delegado de Estados diversos con intereses distintos y, porello, tendentes a su recíproca neutralización, no están en condiciones de darsey conseguir tal objetivo. El resultado es que no existen las condiciones paraun gobierno mundial capaz de asegurar la justicia y tampoco las sociedadesnacionales están (al menos en las tres últimas décadas) particularmenteinteresadas en reducir las desigualdades y buscar una mayor justicia en suinterior. En efecto, mientras se discute (académicamente) sobre un “nuevo ordenmundial” la injusticia continúa dominando el mundo. Por ello es suficienterecordar que los 900 millones de personas privilegiadas por la fortuna de habernacido en Occidente se han beneficiado hasta ahora del 86 por ciento delconsumo mundial. Y consumen el 58 por ciento de la energía mundial, disponen decasi el 80 por ciento de la renta mundial y del 74 por ciento de todas las conexionestelefónicas. La quinta parte más pobre de la población (1200 millones) lecorresponde el 1,4 por ciento de los consumos globales, el 4 por ciento de laenergía y el 1,5 por ciento de todas las conexiones telefónicas. Es fácilcomprender que los ricos crean que es justo su bienestar y tiendan adefenderlo. Pero ¿cómo es posible que los pobres marginados y dominados lopuedan aceptar? Max Weber había vinculado la estabilidad del desorden y de ladesigualdad a la cuestión de la legitimación. Pero ¿qué “fe de legitimidad”garantiza la aceptación, por parte de los pobres y los excluídos a escalaglobal de la desigualdad de la sociedad mundial donde la mitad de la población(y la mayoría de los niños sufren hambre? La quinta parte de la poblaciónmundial, a la que le vienen peor las cosas (recordemos que puestos en conjuntotienen menos dinero que el hombre más rico del mundo) le falta de todo: carne,agua potable y un techo donde cobijarse. Así las cosas, ¿es legítimo y estableeste orden mundial de la desigualdad?

Continuará

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