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José Luis López Bulla HONRARÁS AL PADRE EN LA MEMORIA HISTÓRICA
José Luis López Bulla



Carlos Martínez*


Hacer mil kilómetros en un fin de semana para ver una fosa común que puede no tener ni una brizna de tu adn; concluir el periplo de incertidumbres que comenzó un enero del 39 cuando a un niño se le dice que ni padre ni cuerpo, al sacarle de su clase y ver la seriedad de los mayores. Y que con la velocidad del final de una guerra en Madrid decirle que callara, que ahora no puede ni honrar la memoria, porque estamos entrando en una negra postguerra de vencidos. Y la salida de la escuela, la mentira de los 12 años decir que son 14 para entrar de "chico" en una farmacia.

Y así saliendo del menos cien de la historia, intentar construir una vida, en la que para sobrevivir sólo debe amputar parte de sus recuerdos. Cincuenta y dos años de botica...

Y conseguirlo hasta tal punto que cuando se abre la puerta al recuerdo colectivo, y unas mínimas libertades permiten la honra a los olvidados, no querer remover el calor de sus rescoldos; cambiando el miedo a la represión por el miedo a la incomprensión.

Pero la memoria es muy terca y un jubilado con internet puede planear por los campos de Fuenteobejuna, y encontrar la poca historia que la Historiaotorgó a esa batalla, tardía e inútil, en la que el joyero Ricardo Martínez Marín enseñaba a leer a otros milicianos cuando en la huída se quedaron solos y atrapados.

Y aun así no atreverse, y guardar la poca documentación en un cajón profundo...que anda que no me ha costado que me dieras...


Y un sábado de mayo y 2012, 250 años sin contar a éste que les conduce, bajar hacia la historia de uno mismo, con la duda de si servirá a Ricardo Martínez Villa para cerrar la página de su memoria después de haberla leído, como diría mi amigo Marcos Ana.

Y acompañó la primavera, y recorrimos los cerros desde Extremadura por los paisajes de una memoria interior, y según nos acercamos unas lágrimas cayendo de los ojos de mi padre que reconocía los escenarios de la absurda batalla en la que perdió parte de su infancia.

Y aquel pueblo que Lope puso en el mapa, nos recibió serenamente verde y blanco, en lo alto del cerro. Y tras una comida regada de amabilidad de nuestras anfitrionas y lágrimas de tensión, contenidas y mudas, era el momento de bajar al cementerio, donde cumplir con el rito atávico, ese que pide paz para tus muertos. Y con un calor de agosto y unas cuestas poco aptas para viejos pies, llegamos al pequeño cementerio, cuidado por Emilio ¿?, que nos enseña respetuoso el monumento -que en el 86- el alcalde José Mellado Benavente levantó para que no se perdiera más la memoria en el olvido. "compañeros, yo también tengo gente aquí, viene gente de toda España" y qué bien sonó ese sincero compañeros.

Y Ricardo se sentó en la tumba que, tal vez, no tenga ni una brizna de adn suyo, y lloró tranquilo a su padre, aquel miliciano a la fuerza que enseñaba a leer a sus compañeros cuando su ejército le abandonó, porque todos los ejércitos abandonan a sus soldados.

Y ya tranquilo y en orden consigo mismo, Ricardo pudo secarse las lágrimas, y continuar su vida.

Y esta es una historia y un memoria ambas con minúsculas, sobre la que sistemáticamente muerden y escupen los perros del odio; pero que los protagonistas defenderemos demócrata y pacíficamente,con una persistencia que les hará entender su inutilidad.

Gracias Ricardo, gracias Ketty, gracias Vicente, gracias Mayca... Y gracias a los que me habéis acompañado por este viaje al interior de uno mismo.

PD: GRACIAS al MEMORIAL DEMOCRATIC del anterior gobierno de la Generalitatde Catalunya, al mapa de fosas comunes de la Junta de Andalucía, al funcionario del Ministerio de Justicia que nos atendió aquella mañana...


 * Carlos Martínez escribió para este mismo blog, el 16 de marzo de 2011, el siguiente trabajo.  




Ricardo Martínez Villa es un hombre de 80 años. Diría un anciano, pero ese término no pega con mi padre, al que hace poco le han salido canas, compra sus viajes del Inserso por internet y chatea con mi hija. Ricardo Martínez Villa es mi padre, Ricardo Martinez Marín era mi abuelo, del que no puedo decir nada porque nada apenas sé que era joyero, que fue de la CNT, que murió en enero del 39, enFuenteovejuna –Córdoba- en una absurda ofensiva militar (perdón por la redundancia). Poco más, por si se lían con estos dos Ricardos, les ayudaré: Ricardo Martínez Marín es el joven en blanco y negro de la fotografía de estudio, de allá por los treinta. Ricardo Martínez Villa es el del bigote, como ven es contradictorio, el más viejo el hijo y el más joven el padre. La foto a mi padre se la hecho yo, la de mi abuelo no la pudo hacer su hijo, cuando le dijeron que su padre estaba en algún sitio indeterminado de Fuenteovejuna, pero que con toda certeza muerto, ni tenía edad para hacer fotos, ni tenía dinero para poder comprar una cámara; tampoco cuando tuvo que empezar a trabajar en una farmacia con 12 años en la que se jubiló con 64, en la misma farmacia de la madrileña plaza de Tirso de Molina, luego le regalamos una cámara de video.


Leo con estupor el cierre de Memorial Democrático. Y ustedes se preguntarán que tienen que ver los dos Ricardos y este Carlos, de Madrid, con el 
Memorial Democrático, y yo se lo explicaré, si les interesa.


Yo viví siempre intrigado por la foto de mi abuelo, su ausencia, el silencio que envolvía su figura. Ya mayor, mayor que mi abuelo Ricardo, ya con dos hijas pequeñas, como él cuando a él le hicieron faltar a su familia, decidí investigar: nada más difícil sin el interés de mi padre por ello-silencio protector- y si además la absurda ofensiva de 
Extremadura, descabellado intento de romper las líneas de los sublevados con un ejército formado por formado por hombres recién reclutados, a cinco minutos del final de la contienda, enero de 1939, apenas ha sido estudiada por historiadores. Nada, ni en las webs de las asociaciones de Memoria Históricas, ni en el silencio obsceno de un ayuntamiento de tan resonancias tan literarias. Por cierto, que pese a esto, mancos para escribir contestando a mis peticiones de información.


Entremedias la Ley de Memoria Histórica, y la amabilidad extrema del funcionario del Ministerio de Justicia de la madrileña Plaza de Benavente me permitió conseguirle a mi padre un certificado de REPARACIÓN Y RECONOCIMIENTO PERSONAL , manuscrito del ministro, como Víctima de la Represión.


No es mucho, no obstante ese papel, le supuso a Ricardo hijo, mi padre, una especial emoción.


Cual no sería mi sorpresa al venir mi padre a casa con un sobre de la Generalitat de Catalunya, que una vez abierto contenía toda la documentación de la búsqueda de Ricardo Martínez Marín, mi abuelo, en todos los registros civiles y militares posibles, para después de un concienzudo exámenes concluir, que sí, que su cuerpo debe estar en las fosas comunes del cementerio municipal de Fuentevejuna, donde un 22 de enero de 1939 había sido muerto a balloneta calada. Un informe firmado por 
MARIA JESÚS BONO LAHOZ a la que nombro para que agradezca a toda la gente el trabajo, profesional y sensible, que hicieron.

-PAPÁ:¿ Cómo has conseguido esto?
-Metí los datos en una web que se llama
http://www20.gencat.cat/portal/site/memorialdemocratic


Hoy dicen mis amig@s de Barcelona que esa derecha tan europea y tan civilizada, que tanto añoramos desde el Madrid de la Esperanza, va a suprimirlo.
http://www.elpais.com/articulo/cataluna/cierre/politico/Memorial/Democratico/elpepiespcat/20110314elpcat_6/Tes


Como pueden ver es una oficina inútil.


Por cierto un 22 de enero de 2001 nacía mi primera hija, Marina, a la que todavía no le he explicado por qué yo no conocí a mi abuelo Ricardo, si ella sí va a su escuela de música con su abuelo Ricardo.


Y a mi padre le he prometido que pasaremos por Fuenteovejuna, él y yo, solos, cerca del cementerio, por dentro o por fuera, no para desenterrar los huesos del otro Ricardo, el joyero, si no para que la verdad jurídica pueda valer de un mínimo consuelo en una primavera del siglo XXI. En cuanto se aclare la primavera.
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