Lo que apunto en el título tiene dos grandes diferencias con un escrito fundamental de un tal Lenin, ruso antiguo que mantiene, a pesar de su desaparición en los años veinte, una gran cantidad de detractores. Lenin titulaba en una obra de edificación de futuro, ¿Qué hacer?. Era una afirmación y atañía a la acción, no a la dicción, tal como hago yo. Es la diferencia entre la perplejidad y la impotencia respecto a una política con objetivos reales, realizables y un movimiento social decidido. Probablemente habría que añadir algunas consideraciones de carácter sociológico, la diferencia entre las formas de vida y trabajo en aquel tiempo revolucionario y la relativa comodidad en la que aún nos mantenemos mal que bien. Unos mal y otros bien, como porcentaje promedio.
Otra diferencia sea tal vez el miedo. En ese periodo el miedo había sido confiscado por los conflictos bélicos (la reclamación de la paz), con las hambrunas (la reclamación del pan), con la falta de trabajo (la reclamación del trabajo). Por ello, la exclamación revolucionaria de Pan, Paz y Trabajo tuvo el éxito que tuvo.
Si piensan que estoy insinuando que estamos a las puertas de un nuevo periodo leninista se engañan o yo no me explico adecuadamente. No lo estamos y difícilmente lo estaremos. No aventuro si por suerte o por desgracia. Allá cada uno con sus opiniones.
En el fondo lo que quería transmitir es que aun estamos en fase explicativa del conflicto actual. No está todavía claro para la mayoría de la población qué ocurre y por qué. Incluso podría argumentar recientísimas elecciones en las cuales esa inconsistencia sobre los hechos es aún una carga pesada.
Dentro de ese espacio en el que considero que estamos, descifrando y aprendiendo lo que nos ocurre, hay un aspecto de gran actualidad que viene a oscurecer el posible esclarecimiento de los hechos. Me refiero al debate sobre el crecimiento como solución inevitable a la crisis. O lo que es lo mismo, que una política basada en el keynesianismo podría volver a funcionar para reducir el paro, aumentar el consumo, rellenar las bolsas y repartir las rentas. Un nuevo mundo feliz.
Si se trata de enfrentar ideológicamente a la derecha, que busca no solo rehacer la economía, sino rehacerla a su gusto y expectativas, salarios bajos, prestaciones sociales mínimas, etc. y trasladar todo el coste de la locura financiera e inmobiliaria a los trabajadores, me va bien el argumento del crecimiento, puesto que rompe la espina dorsal del neoliberalismo. Solo puede haber crecimiento si el sector público da un tirón a la economía. Aquí en Barcelona, en Catalunya, en España y en la UE. Me dejo los USA, en donde a trancas y barrancas, ya lo están haciendo. Ciertamente con excesivas debilidades.
Ahora bien, no pienso que realmente este sea el problema único. El crecimiento ilimitado, que es, en más o en menos, lo que todos estamos argumentando no es posible. Y no lo es por diversas razones muy distintas. La primera es que no existe posibilidad real para que la humanidad entera pueda disfrutar de un nivel de vida como el que alcanzamos hace pocos años en una parte del mundo. Me reservo los argumentos ya tradicionales. Pero no solo eso, sino que ese nivel de gasto personal o familiar tampoco es necesario. Varios vehículos por familia, como ejemplo paradigmático no es una necesidad para nadie y no hay que tratar de cubrirla.
De hecho, un análisis detallado de los bienes que el occidente de hace 5 años consumía nos relatan y nos delatan como simples depredadores. La misma industria ha escamoteado la durabilidad por la rotación rápida de los bienes. Si conocen el luminoso ejemplo de la bombilla lo deja clarito. De lo que se trata es que el consumo social, como el transporte público, las vacaciones sociales y los bienes básicos, vivienda, salud, educación, cultura, pensiones, etc. estén adecuadamente producidos, repartidos y mantenidos. Tal vez con menos salario, tal vez con menos trabajo, tal vez con más vida comunitaria. Y sobre todo, con una redistribución de las rentas que excluya esa acumulación financiera inmensa en tan pocas manos. El lujo, mejor dicho, el extra lujo está de más.
Eso tiene que ver también no solo con el carácter del consumo, sino de la producción y de la propiedad de los bienes y servicios que se ofrecen. Me refiero a los monopolios, los oligopolios y los poderes extra democráticos que de ello se desprende. Simplemente apunto a los medios de comunicación que en razón a su dinámica de beneficio terminan en manos de pocos propietarios que hacen y deshacen lo que les venga en gana, sin tener en cuenta verdades o mentiras, intereses espurios o información verídica y no solamente relatada. Miren, si dudan, ese gran conglomerado anglosajón que ha quedado al descubierto con su manipulación permanente. Igual que el sistema financiero, otro que se basa en el poder y la estrategia subterránea y, ahora lo vemos, en una incompetencia tan extrema que hace dudar de la evolución darwiniana en según que casos.
No les mareo más con mis cuitas; pero insisto: tal vez la solución real sería una sociedad más relajada en todos sus componentes, consumo, producción, durabilidad, trabajo, etc. Un cierto ajuste a un modo de vivir calmo y seguro. Pongamos que hablo de Parapanda.
Lluis Casascargado de tranquilizantes bancarios