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José Luis López Bulla LA HUELGA QUE GROS LE HIZO AL MISMÍSIMO STALIN
José Luis López Bulla




Conversación sobre el CAPÍTULO 19.2 Los otros caminos: Austromarxismo y Socialismo guildista.



Querido Paco, retengo este fragmento de Otto Bauer que, a buen seguro, era compartido por la mayoría de sus cofrades vieneses, con la idea de informar a nuestros amigos, conocidos y saludados que por lo general tenían la idea de que los austromarxistas eran unos blandengues o unos rojos descoloridos. Hasta el subrayado (que es mío) vale la pena decir que es toda una genuina descripción de lo que Marx dejó sentado como subordinación y alienación. Lo nuevo es, tal vez, que sitúa ambos elementos en el obrero y en el administrativo. Esto es, en la cadena de producción y en la máquina de calcular. Lo que me trae a la memoria una película de Ermanno Olmi, El Empleo [Il Posto] (1961). ¿La has visto? Yo tuve la suerte de verla en el programa ¡Qué bello es el cine! que hacía Garci hace tiempo.

Dice Bauer: La racionalidad tiene todavía otros efectos: encadena al obrero a la cadena de producción, a la máquina semi automática y la eterna repetición del mismo gesto; encadena al administrativo a la máquina calculadora [ … ], condena a las masas a trabajos que no ofrecen posibilidad alguna de valoración y satisfacción de la iniciativa personal, de la fantasía y  del instinto personal de creación y afirmación. Lo que el trabajo niega a los hombres lo buscan el domingo por la tarde en el cine, en el campo de deportes y en la vida social

Como digo, el subrayado es mío. Y ahí está la razón de fondo de por qué la gente acude  ha acudido masivamente a celebrar los triunfos de la roja recientemente. Por supuesto, hay más motivos, pero entiendo que la raíz está en lo que expresa Bauer.  Algo tan viejo como los antiguos jolgorios del pan y circo de nuestros antepasados los romanos. Por no hablar de la asistencia de masas a la quema de herejes que piadosamente organizaba, de cuando en vez, la Inquisición. Dondepor no faltar, no faltaba un alma piadosa como aquella vejancona que ayudó a que la hoguera del bueno de Jan Hus no se apagara: la famosa O sancta simplicitas!
 
Querido amigo, en un momento dado (la expresión recurrente del rey Cruyff), nuestro Bruno Trentin habla de “codeterminación”. Me voy obligado a recordar a quienes nos leen que ese concepto no tiene nada que ver con la “cogestión”. Y con tal fin paso a explicar lo que nuestro autor entiende por tal, así es que copio, engancho y pego:   “Debe entenderse por codeterminación el permanente instrumento negocial de todo el universo de la organización del trabajo que queremos que vaya saliendo gradualmente de la actual lógica taylorista. Es decir, la  fijación negociada, como punto de encuentro, entre el sujeto social y el empresario, anterior a decisiones "definitivas" en relación, por ejemplo, a la innovación tecnológica, al diseño de los sistemas de organización del trabajo y de las condiciones que se desprenden de ella”.  Que, con relación a lo que estamos tratando, sería como el control desde abajo de las condiciones de trabajo en un proyecto concreto de intervención en la organización del trabajo. 


Por último, querido amigo, sería bueno que la familia sindical estuviera al tanto de las experiencias de aquel movimiento sindical inglés de principios del siglo XX. En castellano hay dos materiales de gran interés: el famoso H.G.D. Cole y la no menos famosa (aunque menos conocida) Historia del sindicalismo inglés (1666 – 1920) de aquel legendario matrimonio de los Webb, que publicó en 1990 el Ministerio de Trabajo (Luís Martínez Noval). Me juego lo que sea a que soy de los pocos que tiene este libro de los Webb. Y el que quiera seguir buceando tiene, además,  el reputado libro de Vittorio Foa, la Gerussalemme rimandata, del que no hay traducción castellana, a no ser en Sudamérica. De aquella gente nos dijo Foa: “Aquellos ingleses me ayudaron a entender mejor que la política no es sólo mandar, sino resistencia al mando; que política no es, como en general se piensa, solamente gobernar a la gente: política es ayudar a que la gentes se gobierne a sí misma”.                      

Acabo con una anécdota que me ha venido a la cabeza días atrás y siempre olvidaba explicarla. Supongo que te acordarás del gran José Gros. A principios de los años cuarenta trabajaba en una empresa metalúrgica de Moscú. Estaba hasta las narices del clima que existía, y se le ocurrió organizar una huelga. Como lo oyes. Hizo la convocatoria del boca a boca y: fue le único que hizo la huelga. Parece ser que la cosa fue tan estridente que Stalin tuvo que llamar a Dolores para que metiera en cintura al camarada español que –según don José— estaba loco de atar. Cuando le preguntábamos a Gros por aquella historia, decía con su acento –mitad catalán, mitad francés, como el de aquel frailuco de El nombre de la rosa—“coses de joventut, nois”.

Mis saludos, JL


Habla Paco Rodríguez de Lecea


La ortodoxia y la heterodoxia son vainas, José Luis. En la religión y en el fútbol también, pero en particular en la historia del movimiento obrero. Es pedagógica esta excursión de Trentin por los vericuetos de los distintos análisis concretos de la concreta implantación del modelo taylorista en las relaciones laborales. Porque nuestras 'viejas certezas', que las tuvimos, se ven trastocadas y subvertidas en muchos puntos. Ahí resulta que Otto Bauer o el Guild Socialism captaron mejor que Gramsci las contradicciones de la 'racionalización' en las relaciones industriales. ¿Debería eso suponer una sorpresa? Quizá nos hemos acostumbrado por pereza mental a tomar en bloque la obra de un autor, o un sistema, o una tendencia determinados, como guía para esclarecer cualquier cuestión incluso puntual, y descartamos de entrada todo lo que no se ajusta a ello. Pero nadie, ni siquiera Carlos Marx que fue quien de forma más consistente intentó levantar una construcción completa, una explicación global de la sociedad, nadie, digo, tiene tanta capacidad como para abarcarlo y comprenderlo todo, y menos aún para señalar la Verdad, con mayúscula, para siempre.

Dicho lo cual con el énfasis correspondiente, subrayo la conclusión de Trentin de que el problema no estriba tanto en la sustitución 'consejista' de las personas situadas en el 'puente de mando' de la fábrica -o en la 'torre del homenaje', según una metáfora que tú has usado muchas veces-, sino en la desaparición del foso de los cocodrilos en el que padecen los condenados. La «codeterminación» es, como tú apuntas, una buena idea para ahora mismo. No exige preámbulos ni planteamientos previos ni presupuestos imprescindibles: se puede discutir ya, sin más, y no hay que ganarlo todo de una vez, se puede avanzar poco a poco, conseguir con ella pequeñas victorias, pequeños retazos de libertad para los trabajadores.

Hay otro tema, que Trentin no trata en este capítulo de forma expresa pero que está subentendido en su argumentación, y que fue un caballo de batalla importante para los austromarxistas: el derecho. La ley no es la simple imposición del más fuerte sobre el más débil; por lo menos, no lo es de forma absoluta en las sociedades que se reclaman democráticas. En la universidad franquista nos enseñaban que existía un 'derecho natural', emanación divina que se plasmaba con mayor o menor fortuna en los ordenamientos jurídicos de las naciones. Dejemos a un lado los asuntos divinos, y vamos a la concepción del derecho como una creación mundana para resolver asuntos mundanos. Este es un terreno en el que los trabajadores se juegan mucho. Las bases del derecho en democracia se asientan en ideas tales como la igualdad intrínseca de todos los hombres y todas las mujeres, en la primacía de la constitución como salvaguarda última de esa igualdad, en la ley como vía para restaurar la igualdad rota mediante la protección del débil contra el abuso del fuerte, en la equidad como principio por el que complementar y superar las lagunas o las inadecuaciones del ordenamiento positivo. Frente a ideas de pura fuerza como la dictadura del proletariado, los austromarxistas reclamaron el imperio de las leyes -de unas leyes democráticas coherentes, desde luego-, para todos y en todas las situaciones. Quizá por esa razón los mismos que calificaron al camarada Gros de 'loco de atar' les tildaron a ellos de 'blandengues', a pesar de las barricadas desde las que defendieron a Viena 'la roja' (nada que ver con nuestra selección de fútbol) del asalto de los nazis, hasta sucumbir. Esa idea de la primacía del derecho, entiendo yo, aún tiene que abrirse paso en mentalidades que consideran que ese no es un campo de batalla significativo en la lucha por la emancipación de los trabajadores. A pesar de la hermosa pareja de hecho que han formado históricamente sindicalismo y iuslaboralismo, como tú has señalado tantas veces.

Termino con un pequeño recuerdo personal. Vi “El empleo” de Olmi no sólo en un cine de estreno de Madrid, sino el día mismo del estreno, con dos grandes amigos míos. Por alguna razón los tres estábamos convencidos de que el censor franquista visionaba las películas el día del estreno, y al siguiente se efectuaban los cortes preceptivos. De modo que sólo teníamos la posibilidad de ver enteras películas importantes o conflictivas el día mismo de su estreno. Así fuimos, que yo recuerde, a lo más alto de los anfiteatros de los cines de la Gran Vía para ver “La isla de Arturo” de Damiano Damiani, “La noche” de Antonioni y “Como en un espejo” de Bergman, además del Olmi. Hasta que nos convencimos de que daba igual, los cortes de la censura venían de antes, y aquellas sesiones de cine producían agujeros enormes en nuestras economías de estudiantes.

Un abrazo, Paco.

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