Se trata de una decisión –la de Izquierda Unida—bastante sorprendente, dada la confrontación que amplísimos grupos de la sociedad española (también IU) están sosteniendo contra el Ministro de Justicia en torno a las particulares ideas del mentado en torno al aborto, las propuestas que ha anunciado y el tipo de argumentaciones que está dando.
Sostengo que la radicalidad democrática de la formación que lidera Cayo Lara no puede estar demediada: exigencias de reforma y transformación de la vida política, de un lado, y la decisión tomada por sus concejales en el Ayuntamiento madrileño, por otro lado. Más todavía, esa radicalidad democrática hace que, en la actualidad, Gallardón sea inescindible entre su condición de ex alcalde de Madrid y uno de los exponentes más visibles del termidorismo político en España. Mantener esa distinción, si ese es el caso, es una sofistería rayana en el esperpento. Es como si los teólogos decidieran premiar a Satanás con la Medalla de Honor porque antes de ser Satanás fue Luzbel: una comparación chocante porque, hasta donde yo sé, Gallardón nunca fue Luzbel.
