El lector audaz sabe perfectamente a qué Casillasnos estamos refiriendo: a don Alberto, el personaje del año de los cuatro puntos cardinales de la península.
Jorge de la Porra Fernández, torpe ministro de este torpe Gobierno, ha enviado, parece ser, a un correveidile a informar a don Alberto de que será multado por haber impedido la entrada de las fuerzas antidisturbios en la cafetería con la idea de detener a los que, presumían, eran manifestantes.
De la Porra Fernández, en vez de decir aquello de pelillos a la mar, se empecina en que su ministerio vuelva a dar grotescamente la vuelta al mundo. Posiblemente este caballero tiene celos del resto del gabinete y busca desesperadamente una mayor nombradía para no quedar a la zaga.
No entra dentro de nuestra jurisdicción indicar a don Alberto qué debe hacer: si pagar la multa si definitivamente le ponen o su contrario. En cambio, si parece que debemos proponer lo siguiente: en caso de que, finalmente, estos chusqueros se decidan por lo primero, la cuantía (poca o mucha) debemos pagarla nosotros en una recaudación solidaria. Más todavía, se propone a toda la población –desde el cabo de Gata a Finisterre, desde Creus hasta Ayamonte y desde el Machichaco hasta Tarifa-- que envíe cartas, telegramas de apoyo moral a don Alberto Casillas, Caballero Mayor de las Españas.
Yahora me van a permitir un desahogo personal en homenaje a otro camarero. En pleno estado de excepción (1969) se encontraba un servidor almorzando en el Bar Los Palos en Mataró. A eso de los postres entró una siniestra pareja de la brigadilla político-social con la intención de detenerme. Comoquiera que yo guardaba una declaración mecanografiada del Ejecutivo del PSUC en mis bolsillos salí pitando hacia el retrete con la intención de quemarla. Un camarero, Manolo Fernández (malagueño del barrio del Perchel) que llevaba en la mano una bandeja de carajillos, botellas y sobras de comida se cruzó a cosica hecha entre la policía y un servidor. No sólo se cruzó sino que les echó encima, pretextando un tropezón, toda la bandeja. Yo pude quemar el documento y, aunque me llevaron detenido, me gané los aplausos de los parroquianos. El gran Fernández, con solidaria hipocresía, les decía a la pasma: “ustedes dispensen, caballeros, ha sido sin querer”. De este camarero, años más tarde, supe que los fascistas habían asesinado a su padre. No estaría lejos aquel Carlos Arias Navarro, el Carnicero de Málaga.
Viva don Alberto. Viva Manolo.