El Rey sondea a empresarios catalanes sobre el soberanismo. Lo que en un momento pudo parecer anecdótico se está convirtiendo en uso: el monarca está interviniendo directamente en la vida política española. Lo que corre el peligro de transformarse en borboneo, esto es, los tejemanejes de Alfonso XIII en la acción política de tan nefasta memoria.
Hasta hace relativamente poco el rey, según comentaristas regular o medianamente informados, había guardado las formas, escaldado (se decía) por los chicoleos de su abuelo Alfonso. La cosa ha cambiado, tal vez por imposiciones del Gobierno Rajoy, quizá por los consejos de sus asesores o, posiblemente, porque entienda que ese es el camino para salir de la caída de popularidad de la monarquía. Sea como fuere estos zascandileos no apuntan en buena dirección. Si es por lo primero, una primera conclusión es que el monarca se encuentra atrapado por el gobierno y no dispone de autonomía. Tal vez sea esto porque no se entiende la implicación de la Corona en situaciones que ya se están repitiendo: las comitivas del príncipe y su señora en las inauguraciones de cursos académicos, acompañados o acompañando al ministro del ramo, han conocido sonoros abucheos por los afectados de los recortes. Si por lo segundo, la hipótesis es que los consejeros no miden las consecuencias de sus recomendaciones. En fin, ellos sabrán. Desde luego no entra en mi jurisdicción aconsejar a la casa real, cosa que no haría ni siquiera cobrando por hacer un dictamen de buenas maneras reales.
Por lo demás, aclaro que no me importa poco ni mucho la popularidad de la casa real. Pero sí me sentiría afectado por las consecuencias políticas que pudieran derivarse de un hipotético borboneo. De manera que sería conveniente pensar en un correctivo para que el caballero pusiera freno a sus impulsos.
