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José Luis López Bulla DEMOCRACIA Y PARTICIPACIÓN EN LA CRISIS DEL SISTEMA POLÍTICO
José Luis López Bulla



Existe una abundante (y, a veces, sugerente) literatura académica y política sobre lo que podríamos entender como la crisis de la democracia. Recientemente hemos conversado en este mismo blog en torno a un artículo, SOBRE LOS DILEMAS DE LA ACCIÓN POLÍTICO-DEMOCRÁTICA,  de Guillermo Gianibelli. Ahora, nuestro amigo Riccardo Terzi nos envía un trabajo que viene al pelo. (1). Riccardo Terzi,  miembro de la secretaría nacional del Sindacato dei Pensionati Italiani (SPI – CGIL), ha presentado una ponencia sobre una investigación sobre “cómo responder a la crisis de la democracia” en la que participan el sindicato, el potente equipo de investigadores del IRES – CGIL y la Universidadde Florencia.  Entiendo que los resultados de esta investigación y la misma introducción de Terzi nos pueden ser útiles también en España

 

El ponente parte de la siguiente sintomatología: a) crecimiento impetuoso del abstencionismo electoral, b) descrédito de los partidos, c) explosión violenta de la anti-política, d) la constante retahíla de los episodios de corrupción, e) la imagen de una “casta”, cerrada  en la defensa de sus privilegios. No se trata, nos dice Terzi,  de situaciones aisladas: todo ello afecta en todo el sistema político-institucional. Estamos ante una aguda crisis del sistema”. De ahí, advierte, que “no se pueden confundir las causas con los efectos; y lo que se llama anti-política es, claro que sí, una señal alarmante, la señal de un cambio del espíritu público que puede provocar salidas destructivas, pero es realmente el reflejo de una situación que ya no es sostenible”. Por ello son urgentes los proyectos de reconstrucción, las ideas positivas de cara al futuro.

 

Estamos ante una encrucijada: ¿la salida de la crisis exige una determinada limitación del método democrático o demanda una coherente expansión de la democracia, una ampliación de su campo de acción? Es decir, el verdadero problema no es entre política y anti-política, sino entre desarrollo o limitación de la democracia. La respuesta vendrá ahondando en la profundidad de los procesos reales. 

Terzi nos dice que el ataque a la democracia viene a través de vías indirectas con una acción molecular que no aborda los principios sino los mecanismos concretos. La vara de medir no es otro que la verificación del grado de aproximación a lo que es el corazón de la idea democrática: el derecho de todos sin excepciones a participar en las decisiones políticas y la ilimitada extensión de este método en todos los campos, sin áreas protegidas, sin cotos vedados. La democracia es, pues, un proceso de universalización. 

El autor nos alerta de quienes razonan así: la democracia, siendo por naturaleza relativista, no puede basar en ella misma su fundamento; necesita una autoridad externa. Esta tesis, declarada o sobreentendida, atraviesa todas las corrientes conservadoras y basa en tres diversas trayectorias que se inter relacionan entre sí.    

En primer lugar está la potencia ideológica de las religiones que tienden a afirmarse como el único posible fundamento de la comunidad, como el recurso de las fuentes morales. La religión –ya sea el cristianismo o el Islam-- acepta la democracia solamente como un producto secundario, subordinado. Está hablando de la institución, no del sentimiento religioso.

En segundo lugar está el segundo movimiento, todavía más relevante y actual: la idea y la práctica tecnocrática en nombre de una presunta objetividad de las leyes económicas. Todo (las soluciones y la agenda posible) deben estar supeditadas a la práctica tenocrática. En este sentido, es evidente que se opera una radical despotenciación de la democracia con una separación entre las sedes de la representación y las sedes del poder. 

La tercera tendencia es la plebiscitaria, que confía a la figura carismática del líder; de un líder en el que se condensa el espíritu de la nación. Aquí también la clava el amigo Terzi, pensara o no en Cataluña.  Ante la crisis de las culturas políticas tradicionales se apunta a ese modelo: a la personalización, bajo una competición, no en base a las ideas, sino en la delegación fiduciaria del jefe, el regulador exclusivo de toda la vida política e institucional. 

Frente a todo ello es necesario un programa coherente de democratización del sistema.  En la historia han sido los partidos quienes, esencialmente, han sido la conjunción entre sociedad civil e instituciones, el canal donde se organiza la participación democrática. Los partidos, ahora,  no pueden ser el canal exclusivo, la democracia sólo puede vivir si existe una pluralidad de sujetos, movimientos asociacitivos, instrumentos, sedes de confrontación sin que nadie pueda arrogarse el monopolio de la representación. Ni el interés público está sólo en manos del Estado, existiendo un espacio para la libre iniciativa de los sujetos sociales, incluido el sindicato.

Ahora bien, cuando hablamos de democratización ¿en qué medida situamos a introducir en ese proceso la esfera de la economía y el sistema empresa? Más todavía, ¿existe democracia participada si el trabajo –y el momento de trabajar—queda excluido? Del trabajo que continúa siendo el lugar fundamental de la identidad de las personas. En resumidas cuentas, el proyecto de reconstrucción de la democracia debe ligar inseparablemente ciudadanía y trabajo, empresa, economía y política.    

(1) Radio Parapanda. Texto original de la ponencia de Riccardo Terzi: Democrazia e partecipazione nella crisi del sistema político


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