No puedo dejar la lectura de “El futuro es un país extraño” , que les recomiendo (como siempre, con todas las obras del maestro Josep Fontana Lázaro) pero en este caso de manera especial porque todo lo que podemos aprender en la localización de nuestra realidad y nuestras opciones de futuro inmediato nos pueden ser de utilidad, con urgencia. Se trata de una especie de epílogo del monumental “Por el bie n del imperio” , aunque se limita a la crisis social (para Fontana la crisis es social más que económica, y yo no puedo estar más de acuerdo) de los últimos años. En la entrevista realizada para El Periodico a raíz de la publicación del libro, se concluía que lo que nos esperaba era nás desigualdad, menos derechos y más represión, a no ser que los movimientos de contestación social lleguen a poner el miedo en el cuerpo al sistema. Porque, en sus palabras:
.«En algún modo es verdad que en los últimos doscientos cincuenta años hemos avanzado también en los terrenos de las libertades y del bienestar de la mayoría, pero este progreso no es, como pensábamos, el fruto de una regla interna de la evolución humana, sino el resultado de muchas luchas colectivas. Ni las libertades políticas ni las mejoras económicas se consiguieron por una concesión de los grupos dominantes, sino que se obtuvieron a costa de revueltas y revoluciones.» – Josep Fontana
Y esta fue la entrevista s’Ernest Alòs publicada en EP:
–¿Y ese miedo no existe ya hoy?
–Se ha acabado una época, la de la vieja política más o menos socialdemócrata, en la que las cosas se negociaban. Es difícil darse cuenta de hasta qué punto durante 200 años ha habido efectivamente unos miedos que han justificado que quienes tenían los recursos en sus manos se aviniesen a negociar. Eran unos miedos irracionales. Pero eran miedos. Ahora, la exigencia a la gente para que se baje los sueldos se está convirtiendo en una cosa sistemática. Se ha acabado negociar. Han decido que las cosas tienen que cambiar y que vamos a un proceso de crecimiento de la desigualdad.
–¿Y los movimientos de protesta?
–Pero no hay alternativas. Que salgan en manifestación chiquillos no importa a nadie. Mientras vayan a la Puerta del Sol o la plaza de Catalunya y sus padres voten al PP o a CiU, no hay nada que hacer. ¿De dónde tendría que venir este estallido social? El movimiento que parecía que iba a ser el futuro, el de Occupy y los indignados, sigue funcionando pero está completamente controlado, en el sentido de que está disgregado. Se están haciendo cosas pequeñas, aisladas, frente a unos medios para controlarlas que son cada vez más eficaces. Y eso que en Europa tienen mucho que aprender de EEUU, seguramente porque tienen pocas amenazas de las que preocuparse. Los movimientos de protesta y de queja son aún de naturaleza muy puntual. Representan solo intereses sectoriales y no consiguen movilizar nada en una gran escala. Movilizarse contra las hipotecas para conseguir la dación en pago es poner una cataplasma. Pueden dormir tranquilos por este lado, y evidentemente duermen tranquilos. Aunque de momento, desde el Ministerio de Justicia se empieza, por un lado, a penalizar la protesta de manera que te pueden llevar a la cárcel por cualquier cosa, y por el otro a dificultar los medios de acceso a cualquier tipo de reclamación.
–En su último artículo en EL PERIÓDICO decía que los sobres a los políticos eran la calderilla.
–Lo importante es qué han dado las empresas para lograr contratos y concesiones. Las contrapartidas. El problema es una política comprada por los intereses económicos dominantes y contra la cual nuestra capacidad de reacción es nula, a excepción de la posibilidad de arrancarle alguna concesión mordiendo por aquí o por allá. Se ha pasado del juego de condicionar la política a privatizar el Estado mismo, a convertir esto en un sistema en que serás, fundamentalmente, un individuo que paga por cualquier servicio que necesites.
–¿Entonces podremos hablar de ciudadanía o de servidumbre?
–Sí, en un sentido prácticamente medieval. Examinar lo que sucede en EEUU es bueno porque ves que son reglas de funcionamiento que tardarán un poco más en llegar, porque el colchón de la protección social es más grande, pero que llegarán. En EEUU les dicen que el nivel de educación es fundamental para lograr un puesto de trabajo bien remunerado, que la educación es cara y que es necesario que pidan préstamos. Y el drama que en EEUU significa la deuda que los estudiantes no pueden devolver es parecido al de aquí con los desahucios. Este es el grado de perversión de las reglas sociales, mientras el sistema tiene una capacidad increíble para seguir engañando y distrayendo a la gente. El retorno a un sistema feudal es gravísimo. Por eso hablo de crisis social, no económica. Démonos cuenta de que la historia ha dado un giro global, importante, que lleva hacia donde lleva, y que es necesaria una toma de conciencia.
–El debate de la independencia, al lado de todo de lo que hemos estado hablando…
–Evidentemente representa una explosión de malestar e indignación que buena parte de la gente canaliza contra un mal gobierno, y como el Gobierno es de Madrid, piensa: «Separémonos, que no iremos tan mal». Es el más grande reconocimiento a ese malestar y a que la gente tiene el derecho a decidir. Lo que es penoso e inmoral es que haya políticos que para conseguir sus fines engañen a la gente cuando realmente saben que este camino es inviable y no lo pueden seguir. Suponga usted que, efectivamente, hacemos un referendo y que da mayoría. Entonces, ¿qué hacemos? En un coloquio me contestaron «vayamos a Europa». Sí, donde hay una ventanilla que dice «demandas de creación de nuevos estados», y les llevamos el resultado del referendo… Normalmente ninguna independencia se consigue sin una guerra de la independencia. La separación de Chequia y Eslovaquia fue un hecho anormal que no tiene nada que ver. Las independencias de Yugoslavia se consiguieron con mucha sangre y con apoyo militar extranjero. Pensar que hay un plan viable y realizable que pasa por la celebración de un referendo y posteriormente negociar una separación, hoy día, es una fantasía chinesca.