Paco Rodríguez de Lecea
No se espante el lector, no hay error en la sigla del titulillo, no me estoy refiriendo a la firma Standard and Poor’s sino a la pareja de escritores suecos Maj Sjowall y Per Whaloo. Al hilo de la recomendación que ayer hacía José Luis en este foro, me apresuro a remachar el clavo con algunos argumentos extra.
Deshagamos para empezar un pequeño equívoco: no recuerdo qué palabras empleé para recomendar a José Luis y Roser los libros de la pareja (ellos ya habían leído alguno), pero en ningún caso pretendí decirles que debían rellenar con ellos una laguna en sus conocimientos. Porque las lagunas de nuestros conocimientos son de todos modos innumerables, y si uno lee libros no es para eliminarlas sino para disfrutar con ellos. Esa es mi primera recomendación real a cualquier potencial lector de S&W: Disfrútalos.
La segunda recomendación tiene que ver con el género. La literatura policiaca, o detectivesca, o negrocriminal, tiene pocas reglas, pero estrictas. Se parte de un desaguisado, casi siempre un fiambre encontrado en un escenario lleno de pistas o sugerencias, se genera a partir de ahí una investigación que pone a prueba las capacidades deductivas de los sabuesos profesionales o aficionados implicados en el asunto, y se acaba con el hallazgo del culpable y su castigo, efectivo la mayoría de las veces, sólo simbólico en algunas de ellas. El esquema puede parecer pobre, pero es tan eterno y ofrece tantas posibilidades de variación como el de las comedias de Hollywood que empiezan con “chico encuentra chica” y acaban en boda.
Ahora bien, dejando a un lado la obviedad de que hay novelas policiacas buenas y malas, me atrevo a apuntar una segunda obviedad del mismo calibre: las hay de derechas y de izquierdas. Me explico: en el meollo de toda novela de este género hay un “desorden” inicial, una infracción de la norma (el crimen), que se contribuye a reparar mediante la localización y castigo del culpable. El novelista de derechas (pongamos Agatha Christie, para que se me entienda mejor) describe un mundo idílico en el que se inmiscuye el Mal, con mayúscula, en la forma de un intruso indeseado y solapado. El triunfo de la Verdad es al mismo tiempo el triunfo del Bien: después del desenmascaramiento del culpable, éste es extirpado del paraíso original y los inocentes pueden volver a dormir tranquilos. Este tipo de novelas parte de un presupuesto conservador: el mundo está bien como está, y del buen hacer de la policía se espera que nadie quebrante la armonía social.
En la novela negrocriminal de izquierdas, las cosas no están tan claras. El esquema sigue siendo el mismo, pero la investigación desvela verdades inquietantes: el paraíso original tapaba un fondo corrupto de intereses creados y de complicidades inconfesables. El crimen o estropicio inicial que desencadenó la investigación perturbó el orden establecido, pero ese “orden” era en realidad la clásica alfombra que tapaba la suciedad esparcida por el suelo. El detective, en tales circunstancias, se vería apurado para responder a quien le preguntara por el culpable de lo ocurrido: la culpa está demasiado repartida, se hace difícil distinguir entre criminales y víctimas, nadie es del todo inocente. Quizá el prototipo de esta clase de novela fue “Cosecha roja” de Dashiell Hammett. Manolo Vázquez Montalbán, Jean-Claude Izzo y Petros Márkaris, entre muchos otros, han seguido el mismo paradigma. También S&W. Sus novelas están teñidas de política, cada vez más a medida que avanza la serie (“éramos conscientes de que teníamos que empezar desde un perfil bajo, para no vernos reducidos a una audiencia limitada”, declararon en su momento). Cargan sin miramientos contra el sistema, y lo curioso es que ese sistema es la socialdemocracia sueca, la sociedad del welfare, tan alabada y publicitada desde tantos vectores, empezando por los propios suecos, convencidos entonces (e incluso ahora) de encontrarse en posesión de la Verdad social última y más auténtica, por encima tanto de las derechas como de las izquierdas.
Otra circunstancia que suele apagar el entusiasmo del lector de novelas policiacas es la repetición. Uno puede leer dos o tres novelas de Mankell, por poner un ejemplo, y darse con ello por enterado de las catorce o quince por las que anda metido el inspector Wallander. De una a otra habrá variado la condición de enfermo del padre, el deterioro de las relaciones con la esposa o la gravedad de la diabetes que padece, pero el esquema de la historia se mantendrá invariable, salvo algunas sorpresas menores. Mankell es un autor estimable, pero no un “grande”. Si le he citado a él, con alguna injusticia porque existen autores bastante más repetitivos, fue porque Maj Sjowall estuvo en Barcelona el año pasado para recibir el premio de la Semana negra. (Sola. Whaloo murió en 1975.) Fueron divertidas las entrevistas que se publicaron. Algunos periodistas se escandalizaron beatamente por sus pestes contra la socialdemocracia (ésta es una roja irredenta, pensaron, y con razón: sigue siendo tan bronquista y radical como en su juventud), y cuando uno le preguntó si consideraba a Mankell su sucesor en el trono del género policíaco nórdico, no se cortó un pelo: “No leo a Mankell. Me aburre.”
Pues bien, S&W programaron desde el principio una serie de diez novelas que tendrían como protagonista al comisario Martin Beck. Cada una tendría treinta capítulos. Se abordarían diversas facetas de la sociedad sueca, escudriñando en ellas para denunciar sus fallos y contradicciones, y al mismo tiempo se plantearían intrigas clásicas desde un punto de vista irreprochablemente respetuoso con las normas del género (véase, por ejemplo, “La habitación cerrada”). La variedad de esquemas y de planteamientos sitúa toda la serie en un contexto diametralmente distinto del “Vista una, vistas todas.” Yo diría exactamente lo contrario: conviene leer las diez novelas de S&W, porque cada una de ellas aporta algo nuevo al conjunto.
Conviene leerlas, lo digo para terminar, en su orden de aparición original. No es imprescindible hacerlo así para disfrutarlas, pero ayuda a evitar algún desconcierto, porque hay personajes importantes que aparecen ya muy entrada la serie, el principal de ellos Rhea, en el que intuyo que se describen rasgos de la personalidad y forma de ser de la propia Maj Sjowall. Sí que recomendaría, en todo caso, guardar para el final la última novela, “Los terroristas”, y asombrarse al leerla del sentido profético de la pareja. En “Los terroristas”, el primer ministro (Olof Palme, aunque no se cita su nombre y no se le trata precisamente con respeto) es asesinado de un disparo de revólver, en circunstancias parecidas a las reales. Sólo que Palme murió en 1986 y la novela fue escrita en 1974 (Per Whaloo la serie murió sin llegar a verla impresa). Es sólo una de las pequeñas maravillas que atesora