Nota editorial. Mi amigo Riccardo Terzi analiza los comportamientos recientes del Partito democratico italiano. Sus observaciones, sin embargo, son perfectamente útiles para nosotros. Ello lo podrá constatar quien lea atentamente este artículo.
Riccardo Terzi
El partido político es el instrumento que se justifica de cara a un objetivo. Como todas las cosas humanas es un instrumento inevitablemente imperfecto, atravesado y condicionado por las muchas miserias de la competición por el poder. No sirve de nada la denuncia moralista de este estado de cosas porque todo ello está en nuestra naturaleza y en nuestra debilidad. Pero es esencial que el proyecto siga siendo visible, que no se destroce el vínculo entre los medios y los fines.
Ahora, en la última y convulsa situación, de la que el Partido democrático no es la víctima sino el artífice, el dato más clamoroso no es lo más ostentoso de los contrastes y maniobras de palacio, sino la liquidación del objetivo político que justificaba la existencia misma del partido. El único fin que queda en pie es el mantenimiento del sistema, de este sistema: todo debe ser sacrificado al objetivo de la gobernabilidad.
No es, como muchos dicen, el retorno de la Democracia Cristiana, sino una nueva forma de la política, en la que la identidad, todas las identidades, se han disuelto. Bersani, con su espejismo del cambio, era solamente un soñador. Ahora es el momento de los políticos realistas, que conocen solo el lenguaje del poder. Se tiende a justificar este tránsito con un presunto estado de necesidad. El argumento de la necesidad no es de recibo porque, incluso en las situaciones más difíciles, hay siempre un abanico de opciones posibles. Ciertamente, hay vínculos, condicionamientos, relaciones de fuerza que se deben tener en cuenta. La política es también el arte del compromiso, de la maniobra, de esquivar a la espera de que maduren las condiciones más favorables. Pero sin perder de vista el fin estratégico se puede recorrer –si es necesario-- un camino tortuoso.
¿Se puede explicar de esa manera lo que se ha decidido en el grupo dirigente del Partido democrático? De ninguna de las maneras. No se trata de una maniobra táctica, es la elección de una alianza política, de un pacto orgánico de gobierno. Como ha dicho el Presidente Napolitano, que es el autorizado director de esta discutidísima operación, es un gobierno político que no tiene límites en el tiempo, ni de horizonte programático, comprendida la reforma de la Constitución.
El PD ha declarado que su objetivo es salir de esta operación, de la cual quiere ser guía y la fuerza dirigente. Todo el orgullo del partido se lo juega en esta empresa y a quien se coloca de lado no se le reconoce legitimación alguna. Es un peso muerto del que hay que librarse. Piensa encarar la crisis interna que se ha abierto con un acto de fuerza, de autoridad con la ilusión que todo el ejército recalcitrante se ponga a caminar por fidelidad o por inercia en la dirección querida. En un momento en que una salida electoral muy problemática –en un balance entre empuje revolucionario y empuje democrático-- habría planteado con coraje soluciones renovadoras, la vieja política se cierra en su recinto, se auto protege y auto absuelve, mientras fuera de su recinto se inflaman todo el oleaje de la antipolítica. Es la conclusión más insensata que se podría imaginar. Hoy es el momento de la decisión, el momento en que cada cual debe tomar posición. No creo que se pueda posponer que esto se clarifique a un mañana imaginario o que la salvación de la izquierda sea la elección de un nuevo líder más fascinante y más dinámico.
Ahora llega a su fin una actividad larga e intensa de desmantelamiento de nuestras bases sociales y culturales, y se cumple de esta manera el sueño de quien considera que derecha e izquierda son ya palabras muertas con lo que toda contaminación entre ellas es finalmente posible. Este es el sentido real, objetivo, del proceso que está en curso: el final de un periodo en que cualquier alternativa parecía posible y practicable. Ahora se dice que los conflictos y las contraposiciones eran una locura, que debemos entrar en un mundo pacificado.
El gobierno Letta, más allá de las personas que lo componen, es el instrumento de esta inversión del sentido de la política: de la representación de los proyectos alternativos a la absorción de todo conflicto a la retórica vacía del interés nacional. La nación es siempre la excusa que lo justifica todo. Debo decir que en ese proyecto no participaré de ninguna manera. No soy yo quien abandona el Pd, es éste que marcha a la deriva de su proyecto. Sigo en el campo de la izquierda, aunque no sea yo –hoy-- quien está en condiciones de organizarlo y representarlo. Por otra parte, la palabra «izquierda» es una expresión de lo social, antes que de lo político. Y de aquel es necesario volver a partir: de las contradicciones que todavía esperan ser exploradas, representadas y organizadas. La izquierda es este trabajo de excavación en lo social. El resto es solamente cháchara.
Traducción José Luis López Bulla