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José Luis López Bulla MONTSERRAT AVILÉS O LA PASIÓN POR EL DERECHO DEL TRABAJO
José Luis López Bulla

Hasta donde yo tengo noticia no existe en Europa una experiencia tan singular como la que protagonizó en aquellos tiempos el vínculo entre el movimiento de los trabajadores y los abogados laboralistas en España. Esa relación empezó a fraguarse hace ya más de sesenta años y fue convirtiéndose en una chanson de geste. Antes de meterme en harina aclararé que si bien eran profesionalmente operadores jurídicos del trabajo, su práctica iba más allá, ya que con mucha frecuencia fueron los principales defensores de los trabajadores en los tribunales especiales de orden público en la lucha por las libertades democráticas. Por lo demás, es claro que ambas biografías (la del movimiento de los trabajadores y la de los abogados laboralistas) son algo más que «vidas paralelas», en todo caso serían «vidas comunes»: se trata del mismo libro de texto que, a mi juicio, todavía no ha sido lo suficientemente estudiado. Y diré algo más, no se entiende la acción colectiva de aquel movimiento de trabajadores (y, concretamente, de Comisiones Obreras) sin el acervo sociopolítico de los abogados laboralistas. Pondré un ejemplo que me es familiar: fue en el legendario despacho de Albert Fina y Montserrat Avilés de Mataró donde se establecieron las primeras relaciones entre los núcleos de trabajadores organizados, primero en el Ram d´ Aigua y después en el resto de los sectores;  fue allí, en el despacho de la calle Fray Luis de León, donde viejos anarcosindicalistas (entre ellos, Antoni Martí Bernasach, nuestro maestro) y jóvenes comunistas iniciamos los primeros andares de la recuperación de la acción colectiva.

Aquel era, además, un despacho que sobrepasaba la acción de tutela tradicional de la condición obrera para trasladarse, también, a la defensa de la condición de vida: eran conocidos como los «abogados de los pobres» por su inteligente defensa ante un problema que afectaba a centenares de familias del barrio de Rocafonda por la cuestión de la vivienda. Ganaron aquella batalla, de ahí que mis suegros, viejos militantes anarcosindicalistas, tuvieran a Albert y Montserrat en un pedestal. 

Estas dos «vidas comunes» (movimiento protosindical de Comisiones Obreras y los despachos laboralistas) compartieron, además, un comportamiento eficaz como fue el llamado «aprovechamiento de las posibilidades legales» que ofrecía la Dictadura con las potencialidades de la lucha extralegal conformando lo que, posteriormente Santiago Carrillo, definiera como «islas de libertad». Porque eso eran en realidad las asambleas, dentro y fuera de las fábricas, y los despachos laboralistas: islas de libertad.

Recuerdo con afecto una experiencia singular que teníamos en aquellos entonces en torno al despacho de Mataró: tras las agotadoras consultas Albert y Monserrat iban a «picar algo» al Bar La Rosaleda, donde se hacía la mejor ensaladilla rusa de la ciudad, casi siempre acompañados por un grupito de viejos anarcosindicalistas y jóvenes comunistas. Allí se establecía un diálogo entre esas «vidas comunes» que nos permitía, sobre todo, una serie de conocimientos sobre el estado de las fábricas mataronesas y de las posibilidades de acción.

Si he mencionado estos encuentros es porque tal vez hoy sería oportuno reanudad ese diálogo permanente entre el sindicalismo confederal y el iuslaboralismo. Especialmente para proceder –gradualmente y con experiencias piloto— a los que Toxo ha denominado la necesidad de «refundar el sindicalismo». Palabras mayores, se diría.

Si vivimos en otro paradigma –justamente el que plantea Trentin con su formulación de que el «fordismo es ya pura chatarra»--  que, para abreviar, llamaré postfordismo; si estamos en una fase de largo recorrido de innovación / reestructuración de los aparatos productivos, de servicios y de toda la economía; si se han operado, fruto de todo ello, cambios en la estructura de las clases trabajadoras; si ese paradigma se da en el contexto de la globalización, que ya no tiene marcha atrás… es de cajón que pensemos muy seriamente qué cambio de metabolismo necesita el sindicalismo confederal. Justamente para ser más eficaz en su condición de sujeto social. Porque lo que no puede ser es que todo cambie vertiginosamente y nosotros sigamos lo que John Stuart Mill llamaba «creencias muertas», esto es, aquellas que se mantienen por pura rutina y sin discusión alguna. De este tipo de creencias muertas se pasa a las «prácticas muertas», las que se  siguen practicando por pura rutina y sin debate alguno. El coraje de las propuestas de Ignacio y Cándido debería partir de esas consideraciones. Me refiero a lo que han planteado explícitamente: la «refundación del sindicato», por boca de Toxo; y lo afirmado por Cándido Méndez: «UGT necesita algo más que un lavado de cara». 

Las preguntas serían estas: ¿es conveniente mantener el modelo de representación que tiene cerca de cuarenta años cuando todo se ha movido como una centella?, ¿tiene sentido seguir con la forma sindicato después de casi ocho quinquenios de vida?, ¿si, además, el fordismo es «pura chatarra» por qué seguimos con los contenidos y características de ese sistema de organización? Una refundación siempre es poner patas arriba las cosas. Pero no de manera alocada, ni tampoco dejando las cosas siempre para mañana. Hay que hacerlo de manera gradual, seguramente con experiencias-piloto y a través del método acierto y error.  Por supuesto, sabiendo aquello que nos alertaba Maquiavelo: «quien introduce innovaciones tiene como enemigos a todos los que se benefician del ordenamiento antiguo y, como tímidos defensores, a todos los que se beneficiarán del nuevo». Lo que un servidor ignora es si existen más «enemigos» que «tímidos defensores» como tampoco sé si los «amigos entusiastas» son más que la suma de los dos anteriores, al menos de los «enemigos».

Sea como fuere, una cosa tengo cierta: si no se procede a esa refundación y a ese algo más que lavado de cara, el sindicalismo corre el peligro de convertirse en «el último mohicano». Así pues, para ponerse manos a la obra de esa operación debería volver a plantearse el foro de debate entre el sindicalismo y el mundo del iuslaboralismo.

Querida Montserrat: sabemos que te revientan estos homenajes, pero era algo que te debíamos. Y muy modestamente, pero con todo el afecto, hemos intentado hacértelo.  



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