Paco Rodríguez de Lecea
Dedicado a Paco Puerto, in memoriam
Las reformas, para los reformistas
Soplan vientos de fronda en el mundo laboral, y hete aquí la paradoja tantas veces señalada: la bandera de las reformas la esgrimen las derechas, en tanto que las izquierdas se muestran conservadoras. Es cierto que se trata de unas reformas hostiles a los trabajadores asalariados y a sus intereses, pero también lo es que no hay demasiadas razones para conservar a todo trance lo que teníamos antes. Retados como estamos todos a un pulso decisivo con el capital, no vale demasiado la pena enrocarnos en una trinchera defensiva y librar una batalla de desgaste con el único objetivo de salvar lo que se pueda de un welfare agujereado y descosido, reducido a estas alturas a una colección de jirones y remiendos.
Lo diré con las palabras de Bruno Trentin, que suenan nuevas y flamantes en tu traducción reciente, José Luis: «… la impotencia de los movimientos reformadores y los sindicatos se expresa nítidamente en una legislación social, que podríamos definir de “desregulación asistida”. Es decir, sustancialmente, mediante la acumulación de excepciones a una regla que, en realidad, no tiene ya ninguna validez universal. Sin que transpiren las líneas de una reforma general de las relaciones de trabajo, del contrato de trabajo y de una redefinición de los derechos personales del trabajador en una empresa y en un mercado orientados al uso flexible de la fuerza de trabajo.» (pág. 280 de La ciudad del trabajo).
Años después de la publicación del libro, la “desregulación asistida” de la que hablaba Bruno sigue ganando cada día nuevos espacios, y los movimientos reformadores y los sindicatos aún mantienen la misma estrategia defensiva. La concreción de un gran pacto por el empleo surgido de abajo podría ser el elemento catalizador de una situación nueva, en la que los partidos de progreso y los sindicatos tomen la ofensiva con la propuesta de reformas profundas. Trentin propone tres grandes objetivos para esas reformas: las relaciones de trabajo en general, el contrato de trabajo y los derechos personales del trabajador en la empresa y en el mercado. Voy a detenerme en particular en el más concreto y palpable de los tres.
Por un nuevo contrato de trabajo
Este no es un tema fácil, porque choca con algo que he mencionado en otro momento, el imaginario de los trabajadores y de las izquierdas. La costumbre inveterada quiere que el contrato de trabajo “normal” y deseable sea el que se suscribe por tiempo indeterminado y obliga al trabajador a prestar servicios también indeterminados a una empresa a cambio de una compensación dineraria más unos incentivos. A cambio de la fijeza en el puesto de trabajo, la dirección se atribuye la facultad omnímoda de dictar las normas reglamentarias y las modalidades concretas de la prestación del trabajador, establecer los horarios y los ritmos, y cambiarlos a su conveniencia. Por su parte, el trabajador queda obligado a una obediencia estricta a las indicaciones de la dirección sobre la forma de realizar su tarea. Estamos, en resumen, en el paradigma fordista-taylorista puro y duro: en el trabajo abstracto y el trabajador-masa.
Con la quiebra del paradigma, también ha quebrado la norma contractual. Por una parte y tal como lo indica Trentin en el texto citado, se han acumulado las excepciones, los tipos distintos de contrato y de subcontrato, hasta que la “regla” ha perdido toda validez universal. Pero también en el contrato “tipo” se ha roto el equilibrio entre prestación y contraprestación. El trabajador ha perdido la seguridad de la posesión de su puesto de trabajo, amenazado hoy incluso por circunstancias meramente subjetivas (¡la previsión de pérdidas futuras!) Tampoco su salario ha quedado inmune: puede sufrir recortes, y de hecho los sufre. Por el otro lado del contrato, ninguna cortapisa al poder omnímodo del empleador sobre la organización del trabajo ha tratado de reequilibrar la balanza de derechos y obligaciones entre las partes.
La batalla por una reforma justa del contrato de trabajo debería surgir al calor del gran pacto “por abajo” para el empleo que he intentado esbozar en la primera entrega de estas reflexiones. Porque no se trata sólo de reflotar el mundo del trabajo sumergido y conseguir para los jóvenes, para los parados, para los inmigrantes, para los marginados, un empleo cualquiera, un empleo legal y punto. Se trata de ofrecer a todos los asalariados, ellos y los otros, oportunidades iguales, derechos civiles y posibilidades de autorrealización enla prestación de su trabajo legal. En ese empeño el mundo del trabajo heterodirigido podrá contar con el apoyo y la alianza de la pareja de hecho más trascendente del siglo xx (he leído con frecuencia esta feliz expresión en trabajos de José Luis López Bulla; ignoro si es frase suya o tomada a préstamo de otro autor): a saber, la formada por el sindicalismo y el iuslaboralismo. Trentin, jurista de formación además de sindicalista, lo indica así: «No sólo el mercado laboral, sino también el derecho del trabajo, tiene que basarse en nuevas reglas y en la afirmación de nuevos derechos» (La ciudad del trabajo, pág. 282).
El nuevo contrato de trabajo debería hacer emerger, según Trentin (véanse en especial las págs. 266-267 del libro citado), la persona concreta del trabajador como sujeto que pacta una prestación concretade trabajo y adquiere no sólo unos compromisos, sino también unos derechos frente a su empleador, y una esfera de autonomía que éste no puede transgredir ni ignorar. El contrato debe describir también de forma específica el objeto del contrato de trabajo, su duración, su cualificación, sus características; ya no vale la referencia a un trabajo abstracto, una prestación innominada de “fuerza de trabajo” utilizable por el empleador a su albedrío. De este modo la relación laboral asciende desde su anterior carácter cuasi-servil para entrar en el terreno de un pacto asumido libremente entre ciudadanos, con derechos y obligaciones recíprocos a los que deben atenerse.
No va a ser fácil sacar adelante un nuevo contrato de trabajo del tipo indicado, por lo que supone de cambio profundo, de revolución, en todo el sistema de relaciones laborales y en el reconocimiento de derechos concretos, derechos civiles, de puertas adentro de las fábricas. Trentin prevé una resistencia a ultranza del taylorismo rampante que todavía impregna todo el universo del trabajo asalariado. Será en todo caso una batalla en la que los adversarios retornarán a sus “seres naturales”. Las derechas se situarán a la defensiva, en posiciones resistencialistas; las fuerzas progresistas, a la ofensiva.
Quiero insistir en algo que ya he mencionado antes: el camino de las reformas debe transitarse en toda su longitud, desde el principio hasta el final. Subrayo ahora: no hay atajos posibles. Cabe la posibilidad, por altamente improbable que sea, de que una oportunidad propicia surgida a partir de imprevisibles cambios en las correlaciones de fuerzas permita plantear en el parlamento, y obtener el voto favorable, de una ley que imponga un contrato de trabajo del tipo que estamos proponiendo Trentin y yo. Si los trabajadores no han asumido antes esa reivindicación, no la han hecho apasionadamente suya, la ley tendrá el mismo destino que las 35 horas semanales que fueron implantadas en Francia en su día.
La reforma del contrato de trabajo, en cualquier caso, no será un movimiento aislado, una escaramuza librada en un rincón de un campo de batalla volcado hacia objetivos más trascendentes. Se trata de un proyecto que pone el trabajo en el centro mismo de la vida y de la política, que implica una profunda movilización social y ciudadana, que contiene un embrión de proyecto de sociedad nueva. No va a ser “cosa sindical”, meramente. Para tener éxito requerirá la participación encarnizada también de las fuerzas políticas. En el caso, claro está, de que las fuerzas políticas de progreso despierten algún día del ensueño en que están sumidas y dejen de ocuparse de los juegos de palabras y los brindis al sol en que entretienen hoy su dolce farnienteparlamentario.
La perspectiva de la refundación del sindicato
Acabo mi larga epístola con una breve referencia a las cuestiones “domésticas” del sindicato. Algo he dicho antes sobre los comités de empresa. La nueva realidad de un trabajo subordinado que se desarrolla en unidades fragmentadas, con trabajadores aislados entre sí por más que estén inmersos en un mismo proceso de producción, y con formas distintas de implicación y de participación, ha dejado obsoleto un mecanismo de representación y de defensa que partía de la idea fordista de la fábrica como un universo cerrado y autosuficiente.
Pero el caso es que los comités siguen vigentes en la legislación. No es posible anularlos de un plumazo. Mientras llega la oportunidad forzosamente lejana de un cambio legislativo, el sindicato habrá de trabajar en las empresas desde una doble perspectiva: no perder pie en los comités, y al mismo tiempo buscar nuevas formas de contacto, de simpatía, de relación y de afiliación con el magma de trabajo precario sometido a las torturas del nuevo paradigma posfordista.
No acaba ahí el asunto, evidentemente. Hay todo un repertorio de problemas que van acumulándose en la agenda sindical y que exigen soluciones nuevas a las urgencias de la crisis y a las sacudidas tectónicas provocadas por el forcejeo entre el viejo paradigma fordista y el nuevo posfordista, dos metafóricas ruedas de molino que al ludir una con otra trituran el empleo y arrojan a la nada a los trabajadores. Estos problemas afectan de forma colateral también a la estructura del sindicato, a su organización, a su tensión ideal, a su vida interna. Será necesario repensar, desde las formas de encuadramiento y la presencia del sindicato en el territorio, pasando por los nuevos cometidos que han de asumir las federaciones y las uniones, hasta la composición misma de los órganos de dirección, sin perder de vista la importancia creciente del contexto internacional, con la necesidad de una mayor coordinación en dicho contexto de las eventuales iniciativas.
Pero si con lo escrito hasta ahora he hecho gala de un atrevimiento inaudito, el entrar a opinar sobre los temas internos del sindicato caería de lleno en la impertinencia. Quiero declarar antes de poner punto final mi confianza intacta en los sindicatos, y en que las personas que los dirigen sabrán encontrar las soluciones pertinentes a todo este cúmulo de problemas; además de mi esperanza consistente en que el sindicalismo, en nuestro país como en el mundo, seguirá ocupando un lugar destacado en un futuro más amable.