Nota del blog. El pasado 20 de junio se celebró en Barcelona, concretamente en el Auditorio del Palau Macaya, el libramiento del III Premio Catalunya de Sociología al profesor Fausto Miguélez Lobo. La Laudatio de la trayectoria del galardonado corrió a cargo del doctor Antonio Martín Artiles y de un servidor. (Este es un extracto de mi intervención).
Querido Fausto, queridas amigas y queridos amigos:
Agradezco muy de veras al grupo organizador de este encuentro la idea de haberme invitado a hacer la Laudatio al doctor Fausto Miguélez. Es una amable «ocurrencia» porque en esta celebración de científicos sociales soy el único indocumentado. En todo caso, me siento honrado de poder participar y de constatar que ustedes, sociólogos, son más hospitalarios que el Ministro del Ramo que, al parecer, es colega de ustedes.
Al hilo de no pocas investigaciones del profesor Miguélez quisiera traer a colación dos referencias históricas. No se alarmen, seré breve.
La primera es la apropiación de los terrenos comunales ingleses (unos amplios espacios dedicados al uso colectivo) por parte de los propietarios privados y la substitución del antiguo sistema abierto por campos cerrados como primera fase de la acumulación capitalista para que originó la primera revolución industrial; ahora, las grandes operaciones de privatización de los «terrenos comunales» del welfare tienen como objetivo una nueva acumulación capitalista en esta fase de reestructuración de la economía global. Que está siendo hegemonizada por el pensamiento y las prácticas neoliberales: éstas empezaron siendo un planteamiento económico y político y, ahora –al decir de un colega de ustedes, Luciano Gallino— son ya una filosofía de vida. La segunda: la trama de relaciones e influencias que tejió el ingeniero Taylor con las universidades fue decisiva para que su sistema de organización del trabajo colonizara a la sociedad y contagiara, desde hace un siglo, también a todas las izquierdas sociales y políticas.
La obra del profesor Miguélez es una interferencia a esos planteamientos porque viene desde el mismo corazón de los centros que mayormente justifican ambas ideologías, la Universidad. Porotra parte, Fausto es uno de los primeros sociólogos que, entre nosotros, analiza el mundo del centro de trabajo: Seat, la empresa modelo del régimen es una obra clave, por su metodología que indicó nuevas pistas para el estudio de las condiciones de trabajo. Para algunos sindicalistas de mi quinta aquel libro fue una potente invitación a estudiar con nuevos ojos la realidad del centro de trabajo.
Y hablando de ello, no puedo abstraerme del «otro Fausto Miguélez». Del Fausto que, en su día, fue dirigente de la Comissió Obrera Nacional de Catalunya, también fue secretario general de la Federación de Enseñanza. Y de una aportación muy relevante que hizo –no sé si te acordarás, Fausto-- al ser redactor y ponente de un importante documento monográfico sobre el tema de la independencia del sindicato, que abundó en las tradicionales señas de identidad de Comisiones Obreras. No intento con esta referencia arribar el ascua a mi sardina sindical, sino simplemente recordar que el compromiso intelectual de nuestro homenajeado tuvo su añadidura a la del compromiso sociopolítico (una palabra tal vez un tanto demediada ahora en ciertos ambientes académicos), seguramente alimentándose mutuamente la una a la otra.
Digamos que Fausto Miguélez es un intelectual comprometido con su tiempo, especialmente con la causa de la humanización del trabajo. Un compromiso que arranca, a mi juicio, con la investigación del trabajo que cambia: primero, hace ya sus años, con el trabajo en la fábrica fordista y, posteriormente, con las grandes transformaciones que se han dado en los últimos tiempos. Y, a partir de ahí –de esa investigación minuciosa— un compromiso, digo, con los sujetos que lo representan, con mayor o menor fortuna. En ningún caso, sin embargo, el compromiso intelectual de Fausto queda contaminado por su simpatía con esos sujetos sociales. Nunca hubo en Fausto una supeditación de la investigación al compromiso de parte.
Puede que él no se acuerde, pero su aportación a lo que hoy llamaríamos la flexibilidad positiva fue decisiva para que el sindicalismo entendiera que era preciso abordar sin complejos la flexibilidad entendida no como una patología sino como enriquecimiento y recualificación constante del trabajo con un fuerte patrimonio profesional y autonomía personal; Fausto nos ayudó a distinguir la flexibilidad como ideología y la flexibilidad como realidad en la que debíamos intervenir decididamente.
Querido Fausto, se te ve cara de contento. No te puedes imaginar la alegría de tus amigos –los de las nieves de antaño, que diría el santo Georges Brassens-- cuando han sabido que recibías este premio y el reconocimiento de esta «cofradía variopinta» que hoy te rinde homenaje. Todos me han dicho que te envían abrazos y sus saludos más cariñosos. Lo que te traslado en obediencia al centralismo amistosamente democrático.
Querido Fausto, cura te ipso et valete.