Fragmento del Diálogo entre Luciano Canfora y Luciano Zagrebelsky
Gustavo Zagrebelsky. En la última página de la Entrevista sobre el poder, a cargo de Antonio Carioti, tú haces referencia al retorno de la prevalencia de las oligarquías tras dos siglos de luchas democráticas, como un problema muy grave en el mundo en que vivimos. Me gustaría partir de ese diálogo que aparece en tu libro-entrevista (1).
También me parece que es la cuestión política principal de nuestro tiempo. Ahí está quizás la clave para entender lo incomprensible, el inicio del fin de la política y el triunfo de la técnica que aparta de la vista el poder, sus formas y sus actores. En un reciente ensayo, aparecido en Micromega he definido la oligarquía como el régimen de la desigualdad, del privilegio, del poder oculto e irresponsable; es decir, el gobierno concentrado entre pocos que se defienden de los cambios, que siempre son los mismos y se reproducen por connivencias y clientelas. Las formas de la democracia vacilan, pero no se invierte. Sin embargo, la substancia se está perdiendo. Me parece que es el tiempo de la hipocresía democrática, incluso a nivel mundial. Esta valoración no niega lo que Michels definió la «ley férrea de las oligarquías».
Hay que convenir que los grupos dirigentes existen siempre y que tienen un papel decisivo en los partidos así como en los Estados democráticos de todo tipo. Pero hay una diferencia entre élites abiertas al cambio y controladas por contrapoderes fuertes como la Magistratura independiente y la prensa libre y las oligarquías cerradas. En esa entrevista haces referencia a un retorno a los caracteres “primordiales” de las antiguas oligarquías, basadas ante todo en la riqueza y dinastías aristocráticas. ¿Cómo se manifiesta, en tu opinión, dicho retorno?
Luciano Canfora. Pienso sobre todo en fenómenos macroscópicos y, al mismo tiempo, instructivos. El presidente de los Estados Unidos es elegido (aunque sea por una minoría de los que tienen derecho, dado el absentismo patológico del electorado estadounidense), pero las decisiones fundamentales las toman otros: son fuerzas decisivas retroescénicas, y en el fondo se desentienden de los procedimientos electorales. ¿Es necesario un desparpajado e ilegal espionaje informático para los objetivos de la hegemonía político-militar? Tal vez el presidente ignora todo ello, pero se practica por quienes tienen el poder sin escrúpulos, incluso a costa de graves crisis tanto con los llamados aliados europeos como con los antagonistas rusos o chinos. El presidente predica contra el floreciente y libre comercio de las armas, cuyos efectos son atroces. Pero el potentísimo lobby de los productores de armas paraliza toda decisión en ese sentido. Esta es la substancia de la macrorealidad americana; este es el modelo que se asienta por todas las partes.
Michels había intuido una «ley», pero la realidad que estudió era poca cosa con relación a la inquietante y brutal que está bajo nuestros ojos. El análisis de Michels y de sus maestros elitistas se refería a formaciones políticas decimonónicas y anteriores al siglo XX como los partidos políticos o, más en general, a la clase política. El problema es que hoy todo ello ha sido suplantado, aunque manteniéndose en su lugar, por fuerzas de mayor dinamismo, consistencia y potencia, totalmente substraidas del “juego” electoral o de la “verificación” popular. Son las nuevas oligarquías.
El imperativo del momento es romper el espinazo de la naturaleza y dominación, y antes combatirla. ¡Es necesario un nuevo Marx, capaz de estudiar el poder económico-financiero del presente y del próximo futuro! Mientras tanto debemos contentarnos con los talmudistas (por cierto, cada vez menos numerosos), prótesis en el brillo del “viejo” Marx, donde la realidad que tenemos delante y nos domina exige ser «desvelada» desde la raíz. Y sin la complaciente y reticente benevolencia de los “técnicos” –ciertamente competentes-- pero cómplices de los nuevos poderes que presiden los organismos decisivos.
Platón había soñado, en los libros centras de la República, que en el vértice del «Estado ideal» debía estar el «rey filósofo», nutrido con ascética dedicación a la comprensión y contemplación del sumo y justo bien y, por ello, legitimados. En el lugar del rey filósofo, nuestro omnipotente, rico y amadísimo «primer mundo» ha colocado a los grandes conocedores y protagonistas de las finanzas. Ellos saben lo que quieren, pero es de temer que no quieren ni el sumo bien ni la justicia. De manera que la pregunta que debemos ponernos –ya que no es posible esperar inertes y pasivamente la llegada del nuevo «gran analista» de la modernidad) es la siguiente: ¿en una situación de este tipo, qué posibilidad hay, como ciudadanos comunes, de reapropiarnos del poder de poder contar?
Gustavo Zagrebelsky. Hablas de «fuerzas retroescénicas». Siempre existieron. Que la política “sobre la escena” de las instituciones sea una artimaña para distraer los ojos del público de la realidad del poder (que «está en el núcleo más profundo del secreto», escribió Elias Canetti) es una idea realista. Hace tiempo que la retro escena era vista como el lugar de la obscuridad, las intrigas, los complots y las cosas indecibles: unas cosas negativas y a combatir en público mediante unas auténticas instituciones. Pensemos en la “glasnot” de Gorvachov. ¿Hoy? Hoy estamos ante algo nuevo. Las consecuencias sobre la vida de las personas son muy evidentes; e, incluso, su matriz: el predominio de la economía desregulada con las martingalas de las finanzas especulativas. Pero es una matriz incorpórea que, por ahora, es inasible.
Constatamos el declive de la política, incluso la pantomima de sus ritos: personajes inconsistentes que, a veces, se presentan como “técnicos”, apareciendo como ejecutores de la voluntad de los demás, que usurpan la palabra que continúa llamándose política; ningún proyecto que tenga autonomía; consignas tan abstractas como expeditivas: lo exigen «los mercados», «Europa», el «desarrollo», la «competencia».
Esta degradación, que se manifiesta microscópicamente como inmovilismo y consociativismo, es la consecuencia de lo que hoy es el verdadero «núcleo de poder». Para poder contrastarlo con los medios de la democracia debe ser, ante todo, comprendido sin quedarnos solamente en deplorar sus consecuencias e intercambiándolo con las causas. Tú planteas la pregunta crucial: ¿qué hacer para que podamos, al menos, reapropiarnos un poco de nuestra expropiada capacidad política?
Nuestro primero objetivo (no quiero decir exclusivo) es intentar comprender, no de cambiar el mundo. Pero será verdad, como tú dices, que no tenemos a la vista a nuevos Marx o Tocqueville. Sin embargo, nuestro objetivo, en lo pequeñísimo que está a nuestro alcance, es de esa naturaleza. Lo que significa, ante todo, rechazar el papel de consultores que, tan abundantemente, ofrece este sistema de esterilización de la política. Sería ya una gran revolución.
Tomado de Eddyburg. Traducción Tito Ferino
(1) Luciano Canfora è autore di Intervista sul potere (Laterza), curato da Antonio Carioti; Gustavo Zagrebelsky ha pubblicato con Ezio Mauro La felicità della democrazia. Un dialogo (Laterza).