¿Han probado ustedes a releer a «los clásicos»? Les aseguro que ahora, en el verano, es algo todavía más gratificante. Y, según afirman voces autorizadas, ayuda a refrescarse, aunque –a decir verdad-- ni siquiera intentaron demostrarlo.
Tardé mucho en comprender por qué venía de antiguo el hecho de propalar que los clásicos eran unos plastas, pesados como el plomo. Por supuesto, ese propalar estaba organizado por «los gordos», el estamento social más poderoso en parné, que no en cultura y luces. Eran los mismos (todavía quedan no pocos de sus herederos con mando en plaza) que convenían que los «jambríos» no tienen por qué estar al tanto de lo que hay más allá de la regla de tres simple.
Voy a recomendarles la lectura (también la relectura del Quijote). Mi pasión por este libro viene de las enseñanzas de don José Viera, legendario maestro de escuela de Santa Fe. Nos hacía leerlo en clase y después él mismo lo comentaba. Naturalmente nosotros nos partíamos de risa, y confieso que aquella forma de leer el Quijote no me ha abandonado totalmente. Los primeros elementos correctores de aquellas lecturas infantiles vinieron de la mano de don Paco Lara, un reputado profesor de Literatura de Granada. Como es sabido, Granada es una ciudad cercana a Santa Fe, capital de la Vega. DonPaco me enseñó a leer de otra forma el Quijote. Yo, como pobre agradecimiento, le llevaba de vez en cuando una cajica de piononos.
Un capítulo al día de lectura y verán como el Quijote les baja la temperatura ambiente y corporal. Y si quieren algo trepidantemente cinematográfico pueden leer los cuentos de Voltaire. Les aseguro que este es un comentario bien intencionado.
Voces amigas me dicen que el noventa y nueve por ciento de nuestros gobernantes no han leído a don Miguel de Cervantes Saavedra.