No pocos dirigentes políticos están compitiendo en quién mea más largo con sus declaraciones a la sufrida opinión pública; en el libro de estilo de estas personalidades es obligado introducir, al menos, una fobia. El mercado canalla lo exige y no es cosa defraudar a la clientela. Se llevan la palma algunos desaforados publicistas del Partido Popular que, en ese estajanovismo sintáctico, arremeten contra Cataluña y los catalanes (de momento, dado su lenguaje de género, parece que se salvan las catalanas) con tremebundo furor tabernario. Pero, desde otras latitudes, algunos cultivan con esmero no quedarse a la zaga. Este es el caso de Joan Tardá, diputado de Esquerra Republicana de Catalunya. Tardá es licenciado en Filosofía y Letras y catedrático de Lengua y Literatura Catalana, de donde debemos inferir que está aproximadamente documentado para saber qué quiere decir y cómo debe hacerlo.
Pues bien, este caballero, en varios tweets, ha criticado estas palabras y ha lamentado que "Jiménez Villarejo ignora existencia soberanismo de izquierdas porque le rompe esquemas. Todo vale para mantener la catalanofobia bajo apariencia progre". ¿A qué viene este regüeldo? Es la respuesta, a bote pronto, a un artículo de Carlos Jiménez Villarejo, que hemos reeditado en este blog: Convergència democràtica, a juicio.
A Tardá se le debió cortar la digestión cuando el ex fiscal anticorrupción en su íncipit afirmaba que [son] «Malos tiempos para soberanismos». Y es que la sintaxis de don Carlos nunca estuvo para perifollos; es hombre que va por lo derecho. De ahí la contundente crítica que hace contra la corrupción de algunos sedicentes próceres catalanes y de los conchabeos de ciertas fuerzas políticas, incluídas algunas de izquierda. La conclusión que puede doler a Tardá es que, así las cosas, determinados exponentes del soberanismo (¿habrá que recordarle a este diputado que “determinados” no equivale a todos?) están señalados como demoledoramente corruptos, aquejados de una galopante barcenitis.
En opinión de Tardá las críticas a esta corrupción patria son una expresión de «catalanofobia». Una versión política del cazurro dicho de que no se deben dar cuatro cuartos al pregonero. Pero hay algo más: el carnet de identidad de patriotismo lo da alguien o algo (material o inmaterial) que vela por la pureza de sangre y, sobre todo, de pensamiento. Alguien o algo que lombrosianamente ha decidido quién y cómo debe ser un catalán y, ahora sí, una catalana. Cosa que a un servidor le repugna.
Y para mayor significación añado que suscribo de la a hasta la zeta el artículo de Carlos Jiménez Villarejo.