Javier Aristu
Hace pocos días fui al cine a ver El espíritu del 45 (The spirit of ‘45), la película documental de Ken Loach que ha recibido elogios y buenas críticas, lo cual no ha servido para que, según mis informaciones, los cines sevillanos la exhiban. Uno tiene que viajar a Madrid o Barcelona para poder verla. Confiemos en que algún distribuidor tenga la bendita idea de ofrecerla en este sur del sur (mientras, puedes ver un tráiler aquí) Loach, a través de documentación cinematográfica de la época y de testimonios de gentes que la vivieron, nos relata el tránsito de la sociedad británica inmediatamente tras la victoria de abril de 1945, de una economía de guerra a la constitución del estado del bienestar. La película arranca precisamente con las elecciones de julio de 1945, cuando el triunfador líder de aquella terrible guerra, Winston Churchill, es derrotado por el cabeza del Partido Laborista, Clement Atlee. El electorado británico, los trabajadores británicos, que habían sido capaces de aportar inmensos sacrificios a aquella economía de guerra y al propio sostenimiento de la misma en los frentes de batalla, captaron con enorme clarividencia que tras la derrota alemana era hora de mirar hacia ellos mismos, hacia sus propias necesidades, que era momento de construir una sociedad donde la conquista de la igualdad y el acceso a los bienes para todos era el objetivo número uno.
A partir de ahí, se nos van ofreciendo de forma secuencial los diversos objetivos que el gobierno de Atlee, a partir del informe Beveridge de 1942, va desarrollando: construcción de casas populares para la clase trabajadora, creación del Sistema Nacional de Salud, con sanidad y seguro para toda la población, nacionalización de la minería, de los puertos, reforzamiento de la educación pública (con un sistema inclusivo y compensatorio), y otras medidas. Tras estos planes sectoriales había una obsesión fundamental: alcanzar el pleno empleo, incorporar a inmensas masas de trabajadores en paro, que el proceso de la guerra había ocultado transitoriamente, a una vida sostenible basada en un empleo digno y estable. Aparte del plan que Roosevelt había puesto en pie a partir de 1933 en los EE.UU., el conocido como New Deal o nuevo contrato, el Reino Unido de este gobierno laborista de Atlee es el primer país que inicia de forma sistemática y organizada el llamado “estado del bienestar”: seguridad social universal, subsidio estatal para quien no puede acceder al empleo, sanidad universal y gratuita, educación universal, obligatoria y gratuita, apoyo a la vivienda para todos, consistencia de una vida económica basada en el acuerdo entre patronos y trabajadores.
Loach nos ofrece al principio imágenes de la vida de los británicos en los años 30 y 40 del pasado siglo. Las condiciones de vida eran literalmente miserables para una gran parte de aquella población. Las familias trabajadoras vivían en condiciones de hacinamiento y de insalubridad realmente impresionantes. No eran esas condiciones muy distintas a las que podemos leer en las novelas decimonónicas de Dickens. Por ello es perfectamente comprensible entender por qué el electorado trabajador votó a los laboristas y apoyó aquel programa reformador que hoy, a la luz de lo que está ocurriendo en estos años de principios de siglo, se nos aparece si no como revolucionario sí como profundamente renovador de las condiciones de vida de los trabajadores. Es muy significativo cómo valoran hoy aquel programa los entonces niños de la postguerra europea; habían convivido con las ratas en sus dormitorios hacinados durante los años 30 y en su juventud, diez años después, pudieron casarse y disponer de una vivienda que el estado les ofrecía en alquiler. Hoy, nos dicen ellos y sus hijos y nietos, esa sociedad del bienestar está desapareciendo en el Reino Unido. Su derribo lo comenzó Thatcher en 1973 y, con altibajos pero de forma sostenida ha continuado en los sucesivos gobiernos hasta el actual conservador de Cameron.
Acabo de terminar de leer el resumen de una conferencia que Josep Fontana ha impartido en el ICCB de Barcelona invitado por la Fundación AlfonsoCarlos Comín. Como el lector sabe, Josep Fontana es un historiador catalán especializado en la sociedad española del siglo XIX y que en tiempos recientes se ha dedicado al estudio del capitalismo mundial tras la segunda guerra mundial y a las sucesivas crisis que están afectando a todo el orbe. Su última obra se titula Por el bien del imperio (Pasado y Presente, 2011) donde a lo largo de más mil doscientas páginas analiza todo el proceso mundial de los últimos 70 años hasta el comienzo de este nuevo siglo. En dicha conferencia a la que hago referencia, titulada significativamente Después de la crisis, el historiador deja de repetir las frases que vemos difundidas por todos los medios y la mayoría de los analistas económicos sobre la crisis bancaria americana (Lehmann Brothers ¿recuerdan?) de 2008 y los recortes del sistema público en Europa y se mete, con abundancia de datos y fuentes estadísticas, en el fondo del problema que viene a ser: lo que está ocurriendo no es producto de la crisis financiera de 2008 sino que viene gestándose desde bastante antes. Y ante esto, formula su planteamiento o tesis fundamental: los fenómenos negativos a los que estamos asistiendo no son algo coyuntural que se irán cuando la crisis se supere sino que forman precisamente el núcleo de la reestructuración de nuestro mundo de relaciones sociales y de ideas.
No soy historiador ni científico social por lo que no dispongo de instrumentos adecuados para poder explicar y confrontar en profundidad los análisis y las consecuencias que de los mismos deduce Fontana. Mi experiencia se limita a lector omnívoro y disperso de la literatura social e histórica que podemos decir está intentando renovar el clásico —y a veces viejo ya—pensamiento de izquierda y que, de forma más o menos insistente viene traduciéndose al español en los últimos años. Bauman, Sennet, Krugmann, Reich, Harvey, Judt y tantos más. Quien hoy quiera tener iniciativa de ideas y conciencia social no puede quedarse en el catecismo de nuestro decálogo de revolucionarios del siglo XIX y principios del XX. Es imprescindible recurrir a la literatura académica y científica que se está produciendo en las universidades americanas, británicas y europeas y en algunos centros de pensamiento relacionados con instituciones de izquierda (algunos sindicatos y algunos partidos). Creo que una de las novedades que se han producido en nuestro universo cultural de izquierda es que mientras en el siglo XIX y parte del XX la teoría provenía de los propios partidos socialdemócratas y comunistas, de sus laboratorios de ideas que a veces eran las propias comisiones ejecutivas, en este comienzo de siglo XXI no es posible hacer política seria y consecuente desde la izquierda sin leer y estudiar lo que están produciendo las universidades y los académicos que podemos identificar con un pensamiento progresista. Los partidos han dejado de producir nada que tenga que ver con teoría y praxis, pasando a ser meras maquinarias clientelares o electorales. Dos ejemplos: el PSOE acaba de decidir que su Fundación Ideas va a cambiar de nombre tras el escándalo de su director Carlos Mulas. El problema no es el cambio de nombre sino a dónde piensa ir ese partido en el terreno de las ideas. El segundo ejemplo tiene nombre italiano: toda la constelación de grupos de reflexión que el antiguo PC italiano fue formando a lo largo de las últimas décadas del siglo XX hoy ¿dónde están? ¿Qué relación mantienen en la actualidad con el PD heredero de aquel PCI? El problema no es que los actuales partidos de izquierda quieran ganar elecciones —para eso están y esa es su obligación— sino que pretenden ganarlas simplemente recurriendo a un asesor de encuestas y a otro de imagen y marketing cuando de veras lo que necesitan es un tsunami de ideas y de reflexiones a fin de saber ante qué sociedad están, cuáles son los problemas de la actualidad y los remedios adecuados con vistas a conseguir una sociedad mejor y de iguales.
A falta de un colectivo intelectual orgánico como antes tenía, la izquierda tiene que basar su programa en una red de informaciones y propuestas que están surgiendo de ese conglomerado de intelectuales individuales y grupos de reflexión diseminados por todo el mundo. Fontana es uno de ellos. Volvamos a su conferencia y resumamos sus principales datos.
1. La crisis de 2007-2010 aceleró el proceso iniciado ya antes, denominado de “la gran divergencia”, la profundización de la desigualdad. Cada vez más una minoría del 1% se está apropiando de la riqueza de la sociedad provocando de ese modo un empobrecimiento de la mayoría de la población. Un dato escalofriante en los EE.UU.: si en los años entre 1992-2010 el 1% de la población (los ricos) capturó el 52% del crecimiento producido en ese país en los años 2009-2010 la captura se elevó al 93%. Puede verse una reflexión sobre este asunto en un artículo de Paul Krugman del pasado mes de septiembre. Como dice Richard Sennet, estamos en una sociedad “de competencia cero con tendencia al extremo en el cual quien gana se lo lleva todo; el capitalista se está convirtiendo en un gran depredador”. 2. El empobrecimiento de la mayoría se debe a un proceso general de reducción de la masa salarial en el conjunto de la renta. Esa reducción es resultado de una combinación de insuficiencia del empleo, disminución de los salarios, baja calidad de los puestos de trabajo e inseguridad laboral.
3. El paro aumenta y la fuerza de trabajo disminuye. En 2012 se contabilizaban unos 197 millones de desempleados en todo el mundo (más unos 40 millones excluidos o autoexcluidos del mercado de trabajo) y las previsiones son de aumento en 2013 y 2014. Al contrario, la fuerza de trabajo está descendiendo. Cada vez más los jóvenes tienen más dificultad para acceder a su primer empleo y los trabajadores de mediana edad son expulsados llegando a constituirse una clase de parados permanentes cada año más numerosa y, lo que es el dato significativo, con muy difíciles perspectivas de encontrar empleo algún día.
4. La productividad ha crecido, a veces de forma prodigiosa, mientras que el empleo ha descendido. Se constata el error de las previsiones de hace dos décadas: la innovación tecnológica no ha propiciado un empleo más especializado y preparado (técnicos y universitarios) sino que precisamente ha hecho florecer el empleo sin calificar, barato, depreciado. Ya no hacen falta universitarios sino que cualquiera puede hacer cualquier trabajo porque éste es trabajo descualificado. Los empleos que crecen son los vendedores al detalle, los cajeros y los trabajadores del sector de comidas (que llegan a ser diez millones en los EE.UU.). Podemos deducir, por tanto, las siguientes consecuencias: la universidad ya no facilita una prosperidad y un acceso a un puesto de trabajo superior; el empleo de la actualidad es un empleo basura; el puesto de trabajo es precario, inestable, provisional; no existen perspectivas vitales a medio y largo plazo; el salario es un salario más bajo respecto de los empleos clásicos. En resumen, este sistema económico de fuerte y continua innovación tecnológica está destruyendo empleo precisamente en la franja donde antes se demandaba personal universitario o muy cualificado (científicos, matemáticos, ingenieros, técnicos) y el que genera es a su vez descualificado, barato y precario. Todo ello está provocando en el mundo desarrollado un aumento de los beneficios empresariales y una reducción de la renta salarial.
5. Ahora bien, la causa de este deterioro generalizado del empleo y de las condiciones de trabajo no está en la estricta aplicación de la tecnología (la tecnología no es dios) sino que tenemos que encontrarla en el ámbito de las decisiones políticas de los que detentan el poder y en su modelo de sociedad. Tal modelo está basado en la dinámica de apropiarse cada vez más del excedente social y, en consecuencia, de debilitar a la mayoría de la población y a sus representantes. Para ello todo vale: desregularización, globalización, debilidad sindical, descuelgue de convenios sindicales, atomización de la negociación, deterioro de las relaciones sociales y del empleo, impedimento a cualquier salario mínimo, etc. La sociedad es una selva y el trabajo socialmente organizado ha dejado de ser la forma de desarrollar una vida decente.
6. Y de esta manera llegamos a la conclusión que el profesor Fontana plantea: este fenómeno global no es producto coyuntural de una situación de crisis (y que por tanto desaparecerá cuando ésta se supere volviendo a las viejas relaciones sociales)sino que es precisamente un modelo social y económico al que se le quiere dar forma estable porque es el que permite que la minoría de plutócratas —y sus aliados managers y ejecutivos de las grandes empresas— ganen más y obtengan más beneficios, como nunca antes hubieran podido sospechar.
Estamos por tanto ante un proceso de cambio global de las reglas de juego. El pacto social que, tras enormes luchas y sacrificios de los trabajadores y de los desposeídos a lo largo de décadas, se configuró en los países llamados desarrollados u occidentales (Europa, USA, Canadá, Australia, etc. y que la película citada de Ken Loach resume muy bien) está siendo desmantelado y vaciado completamente. Como ejemplo de lo que está ocurriendo en España el lector puede consultar, entre otros papeles que vienen siendo publicados, el diagnóstico sobre la pobreza que acaba de publicar la Fundación 1º de mayo. Frente a una política de acuerdos y negociaciones entre partes sociales, con el fin de distribuir con cierto equilibrio los beneficios productivos, se está imponiendo una nueva estrategia de tierra quemada y de destrucción de las reglas de la sociedad democrática. Por tanto, ¡oído, economistas!, no es un problema de estructura económica ni de decisiones económicas. ¡Es un problema político de primer orden! Y si es un problema político —el cambio de modelo social y de modelo democrático— lo que hace falta es desarrollar una estrategia política adecuada que sea capaz de doblar el brazo a esa fuerza tan poderosa. Aquí se calla el profesor Fontana. Nos dice que su oficio y su responsabilidad no alcanzan hasta proponer alternativas a esta situación. Un buen análisis siempre es necesario antes de proponer qué hacer. Y un buen análisis nos ha hecho Josep Fontana con esta conferencia cuya lectura a todos recomiendo. Es hora, por tanto, de las alternativas. Ayer, Carlos Arenas escribía en este blog que “los trabajadores prefirieron o fueron convencidos a lo largo del siglo XX de cambiar las incertidumbres propias de la gestión del capital por la seguridad de la gran fábrica, la regulación de los mercados de trabajo y la protección social por parte del Estado” y apuntaba que las fórmulas socialdemócratas, las de la redistribución a través de instrumentos de gasto social ya no pueden ser hoy el vector para un cambio social. A su vez, desarrollaba algunas de las posibles alternativas: “Si la socialdemocracia no asegura ya el reparto del producto del capital no queda otra que tratar de repartirse el capital mismo” proponiendo diversos modos de conseguir esto, desde la función de los partidos de izquierda hasta la acción personal a la manera de una nueva “acción directa” en el mercado.
Podemos hablar también de cooperación, de acciones que desde el compromiso individual se convierten en comunitarias y sociales con fuerte influencia en desarrollo de la política global. Acabo de leer que el tribunal de Estrasburgo paraliza el desalojo de un inmueble ocupado por la PAH en Salt (Girona), lo cual nos marca la línea de actuación: compromiso individual con acciones cooperativas e iniciativa paralela en las instituciones políticas. Como dice Sennet al hablar de las actuaciones del líder socialista americano Norman Thomas (1884-1968): “El reto […] está en conseguir que quienes no tienen cabida en el Sueño Americano [hoy podríamos decir, en la sociedad del bienestar] miren hacia fuera, más allá de sus limitaciones, y cooperen entre ellos” [R. Sennet, Juntos, pág. 379].
He aquí, por tanto, el reto de cualquier dirigente o líder de una organización progresista. Se trataría de propiciar la cooperación entre iguales, la constitución de plataformas sociales en demanda de la igualdad y la justicia social. Dice Fontana en su conferencia a propósito de la experiencia de la cooperativa Mondragón que “la solución no está en la fábrica sino en el gobierno”. La cuestión, otra vez, del poder, de la conquista democrática de los instrumentos que te permitirán cambiar las cosas desde el gobierno. Sin embargo yo creo que la solución está en la fábrica (y en el barrio, en la calle, en la universidad, en la escuela y en todas las instituciones sociales y culturales que crean esa especial manera de ver la vida por la gente) y en el gobierno. Gramsci una vez más; antes de llegar al gobierno hay que haber llegado a la gente, a sus conciencias a partir de sus necesidades. Pero hay que llegar al gobierno. Y en esas estamos.
En unos meses tenemos las elecciones europeas, luego municipales y después, previsiblemente, las generales españolas (si antes Susana Díaz no convoca andaluzas). Cuando lleguemos a las elecciones generales oiremos a Rajoy decir que la crisis ya ha pasado. Guindos nos comentará estadísticas que muestran el descenso —moderado— del paro pero dirá que “estamos claramente en la salida del túnel”. Soraya anunciará que el crecimiento español está ya en el 0,5%, es decir “en la buena dirección”. Y todo eso —nos dirán— gracias a una política correcta, con sentido común, realizada por el PP. La cuestión está en saber si la izquierda, o las izquierdas, como gustéis, será capaz de exponer a los españoles un modelo de sociedad alternativa basada en el pacto entre iguales y, sobre todo, un nuevo lenguaje capaz de convencer al trabajador y ciudadano. Como Atlee en 1945, tres meses después de la victoria bélica de Churchill.
Publicado en el blog hermano En campo abierto.