PODER E INFLUENCIA DEL SINDICALISMO

En su reciente artículo, ¡ADELANTE, SINDICATOS!, Quim González señala entre otras cosas de gran relevancia lo siguiente: «Es preciso reflexionar sobre por qué las organizaciones sindicales son vistas muchas veces como organizaciones ancladas en el pasado, poco innovadoras, con escasa conexión con los jóvenes y casi nula relación con los trabajadores cualificados o con responsabilidad en las empresas. Los porqués de que nuestros sindicatos sean sólo o esencialmente reconocidos por su discurso político general y por su protagonismo en la concertación social central, autonómica y local. Y los porqués de que la influencia sindical sea percibida casi exclusivamente por su peso institucional, y sea sólo desde este espacio donde aparecen en los medios de comunicación» (1). Aclaro: he puesto la palabra «influencia» en cursiva (que no estaba en el original) para llamar la atención de lo que será el hilo conductor de mi razonamiento, a saber: la diferencia entre «influencia» y «poder». La una y la otra son términos familiares, pero no quieren decir exactamente lo mismo.
Podríamos definir, aunque sea esquemáticamente, el «poder» como la capacidad de dirigir o impedir las acciones actuales o futuras de otros. Y, también de forma somera, convenir en que la «influencia» intenta cambiar la percepción de la situación en sí, pero no la situación. Lo que nos llevaría a considerar la «influencia» como una subcategoría del «poder». El poder está en la primera división; la influencia está en segunda. Conviene precisar, no obstante, que no hay desdoro alguno en el concepto y la palabra influencia. Es de cajón que nadie, en su sano juicio, impugnaría que el sindicalismo fuera influyente, en ser más influyente.
Por otra parte, el mismo Quim González nos apremia a dar respuesta a lo siguiente: saber «los porqués de que la influencia sindical sea percibida casi exclusivamente por su peso institucional, y sea sólo desde este espacio donde aparecen en los medios de comunicación». Vale la pena que se recalque --como he hecho tomándome esa licencia-- el término «exclusivamente» para enfatizar lo que es una obviedad: la influencia del sindicalismo se ha dado, a lo largo de su reciente historia, en el terreno institucional. Pero ya hemos hablado de la diferencia entre poder e influencia. Lo que nos recuerda la siguiente paradoja: decimos que el sindicato es un sujeto que nace en el centro de trabajo, pero su influencia se opera exclusivamente en el terreno institucional. Ciertamente, no sería un sujeto influyente en ese ámbito si no contara con una base que, desde abajo, lo propiciara, pero ello no impugna la mayor.
Pues bien, ya nos orientemos a “reinventar o repensar el sindicalismo” o, como dice Quim de una manera más austera a “adaptarlo a las nuevas exigencias” nos conviene darle vueltas a la cabeza a lo siguiente: ¿queremos circunscribir nuestra influencia sólo en el perímetro de lo institucional? Sabemos la respuesta a tan retórica pregunta: no, no queremos que solamente esté ahí la voz del sindicalismo. Pues bien, así las cosas, parece evidente que –en ese itinerario de situar la alteridad sindical en las nuevas exigencias-- es preciso que el sindicalismo se radique de verdad en el centro de trabajo que constantemente está mutando, y sea la expresión del trabajo que cambia aceleradamente. Del trabajo en todas sus diversidades. Sólo (y solamente) de ahí saldrá el «poder». Dispensen el símil tosco: de jugar en primera división. De ahí debe surgir el proyecto, en el bien entendido que un proyecto no es un zurcido.
Ello comportaría plantearse muy seriamente, entre otras cosas, qué representación es la más adecuada en el centro de trabajo. Mantenernos en el tran tran de lo que tenemos no nos lleva a vincular adecuadamente la relación entre influencia y poder.
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