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José Luis López Bulla RAJOY, ESE AGITADOR DE SECANO
José Luis López Bulla
La resistencia de Zapatero a darse cuenta de que habíamos entrado en el vendaval de la crisis nos costó muy caro a todos.  Ahora nos aclara que tenía la «la percepción» de que no había tal crisis, lo que pone de manifiesto una palmaria incapacidad para leer la situación: la suya y la del grupo de expertos que tenía a su alrededor en Moncloa, todo un equipo paralelo al del Ministerio de Economía. En sentido contrario, Mariano Rajoy El Aznar Chico jura y perjura que estamos saliendo del tormentazo. Mera propaganda, naturalmente.

El Aznar Chico, sentado en los polvorines del beato Bárcenas y de Monipodio Fabra, no tiene más remedio que sacarse de la chistera todos los conejos habidos y por haber. Hay que contrarrestar como sea todos esos escándalos. De ahí que recurra a la frase final de aquel personaje de Los intereses creados (de Jacinto Benavente): «¿Habrá tierra suficiente en el mundo para tapar este escándalo?». Ciertamente, hay que echar mano de la agitación y propaganda: estamos saliendo de la crisis. De hecho, comoquiera que se repite hasta la extenuación, alguna vez será cierto que, todavía en el túnel, se ven las lucecitas, aunque bien podría ser que no fueran las de la salida sino las de la entrada.

Lo grave de esta agitación publicitaria es que los mismos datos oficiales de la EPA y del Boletín de Estadísticas Laborales desmienten rotundamente al Aznar Chico: hay destrucción de empleo y los salarios han disminuido. Así pues, el presidente del gobierno miente paroxísticamente tanto en el Parlamento como cuando raramente se dirige a la ciudadanía. Lo que promueve otra reflexión de no menor calado. A saber, la mentira gubernamental ya no es un hecho contingente, pues se ha instalado como la carne dentro como la mugre en las uñas de algunos. No podía ser de otra manera: la democracia autoritaria conlleva no sólo el «desplazamiento semántico» del que hablábamos en  Esta democracia autoritaria y los sindicatos, sino sobre todo la mendacidad estructural.

Ahora bien, sería injusto reducir el nivel de mentiras al Aznar Chico: ahí está, ahí está viendo pasar el tiempo –como la calle de Alcalá— la pulsión falaz de esa vecindona de Madrid (que, a su pesar, es capital de la Gloria) afirmando que la reforma laboral es una bendición del Altísimo. Éste y sus aledaños, además, están siendo incorporados a la jerga política: de un lado, el ministro del analfabetismo invocando el Eclesiatés y, de otro lado, la ministra contra el empleo que invocó a su Señora, la Blanca Paloma. Cuestiones éstas de difícil polémica, no sea que el Altísimo exista de verdad y el día del Juicio Final la tome desconsideramente con un servidor.

Ahora bien, en honor a la verdad hay que valorar el arranque de sinceridad (esta vez sin reservas) de la ministra contra el empleo, que afirmó, no hace tanto: «Temo más a los jueces que a los hombres de negro». Lo que, bien mirado, es una manera de enfrentar a los jueces con el Altísimo. 

En apretado resumen, mentiras a granel elaboradas en las covachuelas del poder. Con la idea, según Manuel Muela, de «ganar tiempo es la divisa de estos meses, algo en lo que los políticos españoles [habrá que decir que no todos, señala un servidor] están curtidos y que los de Bruselas están asumiendo a marchas forzadas» en   "Mareas sociales y excusas de políticos".  
Por cierto, a Zapatero (que también «ha vuelto») no se le ocurre otra cosa que dejarse acompañar por un Tony Blair, otro exponente de la mendacidad política. Pregunto: ¿cómo se puede ser tan limitadito? ¿Acaso no tenía otros amigos, conocidos y saludados menos estridentes? 
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