Tras dos décadas de gobiernos conservadores, la población de Nueva York ha escogido esta semana al demócrata Bill de Blasio como nuevo alcalde de la ciudad. Un cambio de rumbo que De Blasio quiere liderar desde la unidad y rompiendo las diferencias sociales que en los últimos años han ido acrecentando la brecha entre ricos y pobres en una de las ciudades más admiradas del planeta. De Blasio, en su campaña, ha sabido poner de manifiesto estas contradicciones entre la imagen de Nueva York y su realidad cotidiana no desde el derrotismo o la crítica por la crítica, sino apelando a la ilusión de ciudadanos y ciudadanas de construir, juntos, una ciudad mejor. Así, ha logrado valiosas adhesiones y la complicidad con muchos votantes que le han dado su confianza.
He tenido la oportunidad de seguir muy de cerca la campaña de De Blasio, y establecer paralelismos entre la situación de Nueva York y la de Barcelona es no sólo inevitable, sino también un ejercicio que desde mi punto de vista puede arrojar mucha luz a la etapa en que vivimos en Barcelona, Catalunya y España.
Como sucede en Nueva York, la imagen moderna y cosmopolita de Barcelona contrasta con las penurias que estan pasando algunos de sus barrios, donde los vecinos se organizan para repartirse alimentos y productos de primera necesidad (es lo que está llegando a pasar, por ejemplo, en Ciutat Meridiana). Es más, los datos revelan que los distritos con rentas altas tienen rentas aún más altas comparado con 2008, y los barrios con rentas más bajas tienen hoy aún menos recursos. Dicho de otra manera, Les Corts y Sarrià-Sant Gervasi son cada vez barrios más ricos, mientras que Sant Andreu y Nou Barris se van empobreciendo. La desigualdad crece, como sucedió en Nueva York durante los gobiernos conservadores. Y con ella, crece la injusticia.
Una de las banderas de la campaña de De Blasio, y por tanto clave de su victoria, ha sido la política de vivienda. En Barcelona hay alrededor de veinte deshaucios diarios. Cada día, veinte familias ven como se les echa de su casa por no poder pagar la hipoteca. Su concepción de la justicia social pasa por dos premisas: vivienda e igualdad de oportunidades.
El nuevo alcalde no ha titubeado al denunciar las contradicciones entre la Nueva York rica y la Nueva York que no ven los turistas. Ello le ha permitido conectar con un público –el de las clases medias y trabajadoras- que llevaba años sin escuchar a un político hablando de los problemas que afrontan en su día a día: vivienda, ayudas sociales y educación. Basta echar un vistazo a los discursos del actual gobierno municipal, y de paso del actual gobierno catalán y el español, para darse cuenta de que ninguno de estos temas, ninguno, está realmente sobre su mesa en la actualidad.
La apelación a la unidad y la sensibilidad de De Blasio hacia los más desfavorecidos sigue vigente tras su elección, hasta el punto de que, en plena celebración de la victoria electoral, se dirigió al público hablando en español para decir: “Estamos muy orgullosos de lo que hemos logrado en esta campaña. Esta noche empezamos a caminar juntos como una sola ciudad”. Esa unidad, ese espíritu de construir juntos la salida a la crisis, se echa también de menos en la Barcelona y la Catalunya de 2013.
Con todos estos mimbres, hubiera sido fácil tejer una campaña amarga y gris. De Blasio lo ha evitado a toda costa. Se trataba de liderar una nueva etapa, de demostrar que es alguien capaz de dar un nuevo impulso a la ciudad, en lugar de dejarse arrastrar por la depresión o el derrotismo. ¿Cómo lo ha logrado? Con optimismo y poniendo como centro de su candidatura la voluntad de construir una única ciudad para todos. One New York, Rising Together ha sido su leitmotiv durante los meses de campaña. No una Nueva York dividida y fracturada, sino una ciudad verdaderamente modélica donde nadie se sienta rechazado por motivos de clase ni de otra índole.
En definitiva, el electorado ha visto en De Blasio un político como no se esperaba encontrar, capaz de hablar de lo que realmente preocupa a la ciudadanía en tiempos de crisis, en lugar de rehuir el debate sobre temas complejos que para otros resultan espinosos. Como decía al principio, la campaña del nuevo alcalde de Nueva York ha supuesto un vuelco político en Nueva York que debería servirnos de lección y de inspiración a los políticos de izquierdas en Barcelona, Catalunya y España.